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"Cada libro quemado ilumina al mundo."
Ralph Waldo Emerson

"Presente en cualquier cosa, el inminente fuego."
Luis Alberto Arellano



No fueron la esquizofrenia de los magnos, ateridos siempre a guardar pura su postrera memoria, ni la ineptitud, ni los negros territorios del rencor, los causantes del fuego que cada tanto por el mundo (desde las piedras babilónicas y mucho antes, las sumerias oraciones, y todavía anterior a esto, las canciones proferidas en el aire por los pueblos protohumanos tan ajenos a la exactitud, de la estirpe misma de los dioses) enarbolan su humareda en lo nocturno.
La explicación es simple: sólo nos es dado conservar cierta cantidad de belleza escrita sobre el mundo, pocos, pero doctos libros, que deberían bastar para contener el ansia del hombre por desenhebrar el misterio de su estar en el mundo. A la luz de estas consideraciones, nada más natural que, en la noche de Alejandría, habiendo sido superado el nivel predispuesto la belleza sobre el mundo, rebosara su pira como nos cuenta el sabio, en humareda centelleante de papiros y volúmenes hasta los sótanos, con motivo del restablecimiento universal de este orden. El incendio de Roma, el de Londres, hubieran podido evitarse si los ciudadanos no hubiesen intentado rescatar sus libros del fuego, si por ejemplo, los hubieran lanzado por la ventana al centro de la calle, donde no pudieran hacer ningún daño. Los cronistas después de Heráclito continuamente confunden a las gentes de bien, que prefiriendo preservarse a ellos mismos y sus vidas, lanzan sus papeles desde los balcones incendiados a la pira en la plaza del pueblo (el lugar más amplio donde es seguro que nada puedan tocar las llamas), con ridículas turbas fúricas empeñadas en destruir ejemplares precisos, como si unos cuantos papeles ameritaran tal cuidado. Igualmente vilipendiados han sido los jerarcas de la Iglesia de Cristo, así como gobernantes y líderes mundiales de diversas naciones, con las acusaciones de grupos idealistas conservadores (de libros) que los llaman tales cosas como “quemadores de libros”, tiranos, retrógrados, enemigos del hombre, y otras tantas barbaridades. A lo largo de la historia, ha sido responsabilidad de los hombres de dios, y de los gobernantes de hombres el proteger a la raza humana de la amenaza del fuego: alguna intuición les dirá a estas sabias gentes que el momento se acerca, y conocedores del fuego que en otros tiempos ha consumido ciudades y gentes, levantarán al pueblo a media noche conminándolos a despojarse de sus libros llameantes que ya se habrán prendido en los libreros.
¡Cuánta desdicha se hubiese ahorrado la humanidad y los bomberos de saber esta sencilla regla del incineramiento periódico de los libros! Las razones del fuego, como los designios de la vida y la muerte, no nos es dado saber por qué ocurren. Pero entendamos esto: si el libro, como se afirma, es un ser vivo, es lo más natural que su vida concluya en medio de espasmos animales (dada su media naturaleza, como se le ha clasificado por el sabio, parte vegetal por la celulosa y animal por lo que dice sobre los hombres). Yo mismo escribo esto aterrorizado de que el momento del fuego se presente, antes de que pueda poner mis libros a buen resguardo en los hornos.

Texto agregado el 27-01-2007, y leído por 139 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-04-2007 no me gusto urulandes
31-01-2007 Me pregunto si haces tuya esta reflexión por el hecho de escribirla, es decir, si estás de acuerdo con la quema periódica de libros. Creo que sí, lo estás: ¿significa esto afirmar que hay libros que merecen escapar de las llamas y otros no? Sí, significa afirmar esto precisamente. 'La explicación es simple: sólo nos es dado conservar cierta cantidad de belleza escrita sobre el mundo, pocos, pero doctos libros, que deberían bastar para contener el ansia del hombre por desenhebrar el misterio de su estar en el mundo'. Quizás no estés conciente de esto, pero pensar así te predispone a una brutal discriminación literaria, sobre todo de las nuevas voces que procuran renovar y entregar una nueva interpretación de nuestro paso por la vida. No creo que sea legítimo quemar el pensamiento de quienes se han esforzado por escribir su propia obra literaria, no hallo utilidad en creer que nunca habremos de desentrañar el misterio de nuestra existencia, y que por lo tanto valga la pena salvar solamente los libros de la antigüedad, pergaminos que mientras más viejos se ponen, más ininteligibles nos resultan. quilapan
 
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