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ZARATUSTRA
Había una vez un gato al que llamamos Zaratustra. Fue quizás el animal más querido de todos los que, a lo largo de los años, tuvimos de mascota en casa. Vivió, lamentablemente, sólo cuatro años. Yo, el papá de la casa, fui el encargado de enterrarlo en la costa del río. No sólo por ser el papá; después de todo mi hijo mayor podía haberlo hecho. O todos, como una ceremonia familiar en retribución al cariño que nos había dado el gato. Hubo otra razón. En cierta medida, yo le había dado vida a mi gato, y quise terminar el círculo de su existencia: el último en verlo antes de cubrirlo de tierra e invitar así a que los gusanos cumplieran su tarea. Zaratustra nació como parte de una camada de cinco de una gata gris que teníamos. Pero su vida peligró a poco de nacer, ya que la madre, sin darse cuenta, le hizo un tajo con sus garras entre el vientre y una de sus patas traseras. No nos dimos cuenta de entrada, sino a los dos o tres días, por el fuerte olor a putrefacción. Teníamos pocas esperanzas de salvarle la vida, y lo lamentábamos. Era un animal; un gatito indefenso. Y todos nosotros en casa amábamos a los animales. Pero además el gato, al que todavía no le habíamos puesto nombre, era el más lindo de la camada. No sé por qué razón, ya que sus padres eran grises, él fue el único que no nació con ese color de pelaje. Era barcino, como generalmente califican a gatos atigrados. El cuerpo negro amarronado –como un color negro con polvillo-, con rayas de un color entre amarillo y anaranjado. A pesar del poco optimismo, fuimos al veterinario, quien también coincidió que era poco probable que el gatito se salvara. No obstante, nos dio una crema antibiótica para que, cada tantas horas, la pasáramos sobre la herida. “A lo mejor, sobrevive”, dijo. Por eso digo que, en cierta medida, le di vida, porque fui el encargado de ponerle durante varios días, con paciencia, ese remedio. Y el gato se salvó. La herida dejó de oler mal y comenzó a cicatrizar. De ser el más débil, al poco tiempo el gato se volvió el más fuerte de toda la camada. Finalmente decidimos quedarnos con ese gato y regalar al resto. Como teníamos un departamento, habíamos acordado en su momento tener siempre un solo animal. Podíamos haber seguido con la gata y regalar sus hijos. Pero, quizás por mi sugerencia, nos quedamos con el barcino. En verdad, el hecho de dedicarle bastante tiempo a curarlo, hizo que me encariñara con el gato. Coincidió además que el más chico de mis hijos había nacido también hacía poco, no más de un mes, y con mi mujer pensamos que era buena idea que los dos se criaran en cierta medida juntos. A mis otros dos hijos les simpatizaba también volver a tener una mascota chica.
Yo lo empecé a llamar Zaratustra, y si bien al resto de la familia le pareció muy rebuscado, mi insistencia hizo que todos se acostumbraran y al barcino le quedara finalmente ese nombre. Zaratustra fue un nombre que en principio trataba de homenajear más a Nietzche que al animal, pero que también tenía que ver con esa frase del filósofo alemán de que 'lo que no te mata, te fortalece', y que yo relacionaba con el hecho de que esa herida media embromada que tuvo el gato a poco de nacer, no sólo no lo matara, sino que lo volviera un gato fuerte. Zaratustra me hizo cambiar mi opinión sobre los gatos. Si bien desde hacía años que teníamos ese tipo de animal en el departamento, porque era una mascota más adecuada y más limpia para ese ambiente, en realidad durante toda mi infancia y hasta bien entrada mi juventud, siempre había preferido los perros. Los gatos siempre me habían parecido demasiado independientes como para tenerlos de mascota. Entendía que eso era una virtud, pero, humano al fin, prefería la lealtad y esa relación amo-esclavo que se da generalmente con los perros. Pero quizás para amoldarse a mis gustos, Zaratustra fue no sólo gato, sino también un poco perro. Lejos de ser arisco, generalmente se acercaba cuando lo llamaba; conocía mi olor o los sonidos de mis pasos, y antes de abrir la puerta allí estaba esperándome. Dormía además a los pies de la cama grande, y en los períodos de celo, meaba las cosas de casi todos los miembros de la familia, pero prácticamente yo me salvaba de esos 'regalitos' de orina. Cuando leía en la cama, era usual que se acostara sobre mi pecho, y refregara su nariz sobre la tapa del libro. Me gustaba pensar que a él, como a mí, le gustaba el olor del papel, el tacto de los libros. Lamentaba que Zaratustra se encontrara confinado siempre al departamento, ya que no contábamos con un patio y era arriesgado sacarlo afuera donde siempre deambulaban los perros de los vecinos. Era medio triste que muchos de sus instintos no podían desarrollarse entre las paredes del departamento. Nunca correr una laucha o tratar de atrapar un pájaro. Tenía el pobre consuelo de quedarse por largos minutos asomado a la ventana mirando pájaros -y murciélagos en horas nocturnas-, alimentando el deseo felino de que alguna vez tendría oportunidad de cazarlos. Esa actitud me hizo un día escribir un cuento para niños donde mi gato, desesperado por atrapar un pájaro, saltaba inconsciente por fuera del balcón para atrapar un ave, caía al vacío, pero al final era salvado por los propios pájaros antes de estrellarse. Quería tanto a mi gato que no hubiera permitido, ni siquiera en un cuento, que muriera. Desgraciadamente murió igualmente joven, y la familia, en cierta medida, fue la culpable inconsciente de ese final. El gato murió en el consultorio del veterinario, mientras se lo operaba de unos cálculos. Estos cálculos –nos dijo el veterinario- surgieron del alimento balanceado que comía. Para que fuera más limpio, lo habíamos acostumbrado únicamente a ese tipo de comida. Pero no sabíamos que, tarde o temprano, a los perros o gatos que comen solamente alimento balanceado les termina saliendo cálculos. Las marcas que promocionan ese tipo de comida para las mascotas, obviamente, no suelen alertar de ese problemita. Tampoco los veterinarios, o por lo menos el que yo consultaba.
Lo enterré, como dije, en la costa del río, casi en la parte céntrica de Viedma, la ciudad donde vivimos y que está enfrentada -curso de agua de por medio- a otra que se llama Carmen de Patagones, al norte de la región patagónica. Cuando estaba terminando la faena se acercó un viejo. Muy viejo. Su cara arrugada hablaba de un hombre con más de 80 años, o más quizás. Sin embargo ni su tono de voz ni su andar reflejaban que tuviera los achaques propias de la edad dibujada en su piel. Me dijo enseguida “hizo mal”. Yo me vi obligado en excusarme, diciendo que había enterrado el cuerpo del gato muy hondo como para que no pasara que por el efecto del agua sobre la costa quedara descubierto. Y que además, la humedad, haría que se pudriera en poco tiempo y lo consumiera la tierra. Dije esto pensando que el viejo cuestionaba que enterrara un animal en la zona del río más cercana al centro de la ciudad, donde era usual que paseara o se juntara mucha gente, en especial los niños. Pero no. El viejo dijo enseguida que no me criticaba por eso, sino porque en esa zona no debían enterrarse los seres vivos. Dijo 'seres vivos' en lugar de 'animales', lo que me llamó la atención.
-¿Porqué?-, pregunté.
-Porque su animal puede revivir- me dijo con un brillo en los ojos que surgió de golpe, como enfatizando el secreto o la intriga que escondía su frase.
No pude menos que sorprenderme y pensar que si bien los años no se lo notaban en el tono de voz y en la agilidad que todavía tenían sus músculos, evidentemente estaba senil.
Como el viejo seguía en silencio sin agregar nada a su frase misteriosa, me vi obligado a preguntar:
-¿Cómo que va a revivir? Usted dice que en unos días el animal va a salir de bajo tierra vivito y coleando, o me habla de algo medio religioso, que va a vivir su alma, que va a ir a un especie de cielo... ¡¿De qué está hablando?!.
-Yo sé que debe estar pensando que estoy medio loco o muy viejo. Pero en realidad le estoy diciendo que va a resucitar. Que en este tramo de la costa del río éstas cosas pasan. Por supuesto que cuando digo que pasan, no digo que pasan a menudo. En realidad, como aquí transita mucha gente, es muy raro que alguien venga a enterrar a alguna mascota. En verdad sólo supe de algunos casos... animales que murieron casualmente en este sector del río...
El viejo se quedó unos segundos callado, como atrapado de pronto por recuerdos que no lo dejaban liberarse.
Yo me acerqué un poco, y eso sirvió para que el viejo me volviera a prestar atención y continuara su historia.
-Usted seguramente habrá escuchado, leído y visto en películas muchas historias de resurrección de hombres y animales. Seguramente también pensó que en todos los casos siempre se trató de ficción, fruto de la imaginación de los hombres o de superchería. Yo sé que es muy difícil creer. Pero no se extrañe si el animal reaparece...
Por supuesto que luego que el viejo pegó media vuelta y siguió su camino volví a pensar que estaba loco, senil, que desvariaba. Y me olvidé del asunto.
Zaratustra no reapareció por casa. Pero es verdad que resucitó, aunque crean que yo también, como el viejo, me volví loco. Lo cierto que a la semana, corriendo a orillas del río, como lo hacía periódicamente para tomar un poco de aire y ejercitar mi cuerpo, me topé con mi gato, con el gato que tanto habíamos querido en casa. Era él. No quedaba duda. Hay muchos gastos barcinos, pero quien ha convivido con un animal no puede equivocarse y confundirlo con otro, por más que a veces las formas y los pelajes, en el caso de los gatos, se parezcan. Es verdad que al primer arranque de alegría por recuperar mi gato, le siguió el miedo. Recordé enseguida al viejo y el delirio de su historia. Sin embargo era todo verdad. Zaratustra estaba allí, bajo mi mano, dejándose acariciar, aunque se había muerto días atrás. Estaba bien muerto y yo lo enterré como medio metro bajo el raz de la tierra. El hecho de que lo reencontrara vivo, obviamente, no era nada normal. Y por eso vencí el primer impulso de llevar el gato nuevamente a casa. Me di cuenta además que Zaratustra sabía de alguna manera que no tenía que volver a casa. Seguramente estaba feliz de estar vivo, pero, a pesar de su escasa inteligencia, sin lugar a dudas percibía que algo ‘anormal’ ocurrió. Por esa cosa oscura, esa sospecha de que las cosas no eran iguales que antes, no volvió a casa. Y yo también decidí no regresar con mi gato, aunque él no tuviera la culpa de nada. Si el viejo tenía razón, como parecía tenerlo, en última instancia yo había sido la causa de su ‘resurrección’ al enterrar el gato en ese lugar de la costa del río. No quería perturbar a mi familia con el hecho increíble que un gato muerto volviera a la vida. Sería un secreto entre Zaratustra y yo. Sólo esperaba que ni mi mujer ni mis hijos se toparan alguna vez con el gato.
Con todas estas cavilaciones, me sobrepuse no obstante al miedo y estuve más de una hora jugando con mi gato antes de salir a buscar al viejo. Necesitaba que me explicara todo esto. No le encontré ese día, ni al siguiente. Pero no cejé en ocuparme todos los días de recorrer la costa del río para ver si lo volvía a encontrar. A la semana pasó. El viejo estaba en un banco de la costanera, muy cerca del lugar donde nos habíamos encontrado por primera vez y donde estaba la ‘tumba’, ahora vacía, de Zaratustra.
Me senté a su lado, y antes de decirle algo, el viejo me miró y me dijo:
-Se encontró con su gato...
-Sí. Usted tenía razón – le contesté y luego nos mantuvimos en silencio unos minutos.
Me ví obligado a romper nuevamente el silencio y le pregunté:
-¿Cómo pudo ocurrir eso? Yo no creía en nada de eso. ¿Cómo puede resucitar un animal? Ni siquiera creo que haya vida después de la muerte. Usted y yo nos morimos, nos pudrimos y a otra cosa. Lo mismo con los animales. ¿Cómo puede mi gato estar vivo?.
-Si ya sé... Cuando yo supe de esto, hace muchísimos años... Usted no se imagina cuántos... También me costó creerlo... Que estas cosas pueden estar en la Biblia, en libros, en relatos de viejo, pero hasta los que dicen que lo creen en el fondo de sus mentes tienen la certeza de que todo es habladuría. Imagínese cómo me sentía yo también. Como usted ahora. En realidad no sé bien las razones, las verdaderas razones, de todo esto. Pero sé su origen. Lo demás es parte de esos misterios que, creer o reventar, tiene la naturaleza, la vida...
Lo interrumpí. Quería que no siguiera con una especie de introducción o reflexión demasiado larga. Quería que me contara la historia que estaba esperando:
-Por favor, cuénteme la verdad, lo que sabe, de dónde viene esto...
-Usted debe saber que hace como doscientos años... Un poco menos... En 1827... Aquí se produjo una batalla. Estamos muy cerca del mar y los barcos entraban a esta ciudad con provisiones, con contrabando... Era un lugar estratégico en esos años en que la Nación apenas si estaba naciendo y todavía a poca distancia de estos dos pueblos, a uno y otro lado del río, las tierras estaban en manos de sus dueños originarios, los indios... Usted sabe que los brasileros quisieron apoderarse de esta zona. Entraron con sus barcos, hubo enfrentamientos y muertos, tanto en tierra como en el río. Muchos brasileros y de otras nacionalidades, porque había muchos 'corsos', que eran como mercenarios de la época, y además negros esclavos, murieron ahogados en el río. Uno de los brasileros, como resultado de la batalla, terminó sobre la costa de Viedma, con graves heridas. Sabiendo que iba a morir, las fuerzas le alcanzaron para hacer un rito sobre la orilla del río que le devolviera la vida. Ese brasilero era devoto a ciertos mitos religiosos que venían de las primeras tribus indígenas del Brasil, y que en parte sobrevivían aunque ya un poco mezclados con los mitos de los cristianos y de aquellos que trajeron los negros esclavos desde África. Una característica de las tribus indígenas del Brasil era que conservaban la tradición de que sus más remotos antepasados habían salido de la tierra. Esto tenía correspondencia en cierta medida con la concepción bíblica de que los hombres fueron creados por Dios a partir de darle forma a un puñado de tierra. Los mitos de la resurrección venían de los llamados 'kaingang', del sur del Brasil. Así como ellos pensaban que los primeros hombres salieron de la tierra, también, por determinados ritos, la tierra podía ser causa de resurrección del hombre. No sé muy bien cómo era la ceremonia. Lo que sé es que había que cavar un hoyo en la tierra, ser cubierto parcial o totalmente por la tierra y cortezas y trozos de madera seca, y luego recitar varias veces un canto que dice algo así como 'Teura idejura/kabo kabo/aeche aeche hehehab/deara Teuira, deara Kokoé'. Teuira y Kokroé en la mitología de los 'kaigang' eran dos caudillos fuertes y bravos, los mejores cazadores y pescadores de la tribu, que terminaron enfrentados en un duelo y por las heridas que ambos se infrigieron terminaron muriendo. Como la tribu quiso recuperar a esos líderes que les aseguraban el sustento y la supremacía sobre otras tribus, surgió de sus dioses el rito para volverlos a la vida. Era algo así. Lo cierto que este brasilero sabía del rito, y aunque alejado de su tierra, lo repitió aquí en la costa del río, minutos antes de morir y luego de cubrirse parcialmente con tierra y maderos secos. Y funcionó. Y no sé porqué razón este sector de la costa donde ese brasilero, que se hacía llamar Anatiué, resucitó, quedó con poder para que otros seres vivos pudieran repetir la experiencia....
El viejo calló. Su historia me seguía dando la impresión de ser fruto de la senilidad o de la locura, sino fuera por el pequeño detalle de la resurrección de mi gato.
Pero sobre lo desopilante de la historia, había algo más que no me cerraba.
-Y usted cómo se enteró de todo esto - pregunté.
-Porque yo lo conocí a Anatiué. Nos hicimos amigos. Una vez me contó todo esto de su resurrección, y yo no le creí. Pero como me tenía mucho afecto, cuando yo me morí, creyó que la forma de manifestar ese aprecio era resucitándome. Y así lo hizo. Me enterró en el mismo lugar de la costa del río que mantenía el poder sobrenatural que también a él lo había devuelto a la vida. Después, como le dije, muy pocos supieron de esto, y los que lo supieron callaron el secreto. Sólo por azar, como le pasó a usted con su gato, este misterio volvió a repetirse.
-Y qué pasó con Anatiué.
- Se cansó de este lugar. Un día decidió irse con la promesa de volver, pero ya nunca más supe de él. No sé si ha vuelto a morir o no.
- Y usted ¿volverá a morir?.
- En verdad lo deseo, pero no sé si eso pasará. Anatiué no lo sabía. Por eso un día se fue de acá; quizás la muerte tiene más posibilidades de regresar si uno anda por muchos lados.. Quizás yo tenga que hacer lo mismo... Un día de estos.
Y esa fue la historia. Muy por azar suelo a veces ver a mi gato en cercanías de la costa del río, casi siempre acompañado por el viejo, con quien terminaron lógicamente haciéndose amigos. Con todo lo que pasó Zaratustra y yo no hemos podido recuperar el cariño que nos teníamos antes de su resurrección, y las veces que me lo encuentro prácticamente me ignora. Por eso me gusta pensar que Zaratustra realmente murió. Por otra parte, no tengo ningún interés de hacer conocer de ese lugar de la costa del río, y no se me va a pasar por la cabeza hacer revivir a nadie, ni mucho menos, dejar en mi testamento las instrucciones para que me vuelvan a la vida. Prefiero seguir pensando que cualquier ser vivo muere irremediablemente del todo, y como escribió el escritor Saramago, pienso que nadie ha cometido tantos pecados como para tener que morir dos veces. A veces me causa igualmente gracia el pensar que el nombre de mi gato terminara resultado misteriosamente más acorde de lo que creí en un principio. No sólo por lo de 'lo que no te mata, te fortalece', sino por la idea del etorno retorno del filósofo alemán. En realidad tanto el gato como el viejo deberían llamarse de la misma manera.

Texto agregado el 14-02-2004, y leído por 312 visitantes. (0 votos)


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