En lo alto del campanario de nuevo el silencio se posaba junto a las palomas. La sombra del párroco se alongaba tras dar las últimas campanadas anunciando una nueva desaparición, la de su último monaguillo. Hacía décadas que nadie celebraba boda o bautizo alguno en aquel añejo y arrugado pueblo. Las grietas en sus viejas casas no albergaban más que ancianos, animales de ordeño y matanza. Huevos frescos cada mañana, soledad dura cada tarde y desconsuelo por las noches. “La montaña es más sana” predicaban los más atrevidos a los pocos turistas hippies que se acercaban a fumar…
Texto agregado el 26-01-2007, y leído por 220 visitantes. (8 votos)