Al cerrar los ojos, cuando acaba el día y el silencio lo inunda todo como si fuera una marea mágica de quietud y paz me asaltan sigilosos los sueños del mañana.
Me sueño a veces soñando, en esa casa del cabo, frente a la chimenea, escuchando las frívolas ocurrencias de las llamitas azules. Algunas hay que repiten tu nombre y ríen.
Me sueño paseando el puerto, cuando atardece, de ese mar rojizo y luces bailando las aguas, amarrados uno al otro, pasando juntos a los diminutos pesqueros, y esas sardineras de luces blancas, que se alejan por la bocana.
Me sueño las manos sobre tu caderas desnudas, los labios sobre tus pecas.
Aún hay sueños bravos, más atrevidos, donde se oyen las primeras risas del niño, mirando divertido esas olas que rompen a proa, mecidos por el viento del suroeste, ese cálido lleno de aromas, mientras te narro cuentos de marineros viejos.
Al final de cada noche, sonrío, sé que fueron sueños. Y te miro, mientras duermes, sabiendo de dónde me brotan tantos sueños.
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