Mientras suena el piano en la radio, me agrada recordar las vivencias ya enterradas... Veo con lamento los amigos que se han ido, los amores inasibles. Veo tantas cosas que me hago mil preguntas pero a todas encuentro sus respuestas. Tengo el alma libre, un corazón ardiente en este valle donde la humanidad completa es ciega e insensible al sentimiento. Suena el piano grande y recuerdo a ese negro maestro tocando el piano de mi casa. Yo era un niño y el negro le enseñaba a mi hermano. Le miraba y escuchaba desde un rincón, y aprendía todas las lecciones. Ha pasado la vida, la muerte y aún escucho al viejo piano a través de esta radio. ¿Puede el tiempo borrar el amor? ¿Aquellos sentimientos tan de adentro? Y los golpes de la vida... ¿Qué fue de ellos? Aún están merodeando por los pasillos de la inconciencia. Tengo tanto dentro de mí que me hago mil preguntas y a todas les encuentro sus respuestas.

Dicen por allí que soy un perro solo, que vago por las calles sin mirar a nadie. Tanto escucho que dicen de mí que hasta les puedo jurar que esa persona no soy yo. Pero siguen las miradas, los puñales en cada esquina oscura. Tengo que decir que mi vida es rica, llena de recuerdos, de sueños realizados y de los otros también. Soy un abismo en donde todo llega a disolverse como el eco. Y aunque paro siempre solo, no me lamento, pues este sentimiento tan grande no puede parir más que dulces soledades...

He dejado de tener compañía. He enterrado mis recuerdos. El lugar en donde reposan es dentro de mí. Allí les hago compañía hasta que venga la gran noche y me escupa en la cara, la verdad mas grande, que la vida y la muerte son dos caras de una sola moneda... Y esa moneda es un sentimiento dulce, una dulce soledad...




San isidro, enero de 2007