Cada vez que se amontonaban muchas ideas en mi cabeza, me ladeaba y por la oreja comenzaba a caer un líquido naranja que era cuidadosamente depositado en frasquitos de vidrio, de esos que regalan en los consultorios, donde viene la penicilina. Claro que no siempre era naranjo, eso dependía de la calidad de las ideas, y del nivel de concentración en mi cabeza. Comenzaron a juntarse así, junto a mi ventana frasquitos rosados, verdes, azules, y amarillos, todos viscosos y trasparentes, con pequeñas burbujitas dentro. Cada vez que en mi vida ocurría algo nuevo abría un frasquito, y toda mi habitación se bañaba en el color en cuestión. Mi mama reclamaba porque junto a mi ventana se colgaba la ropa recién lavada, y tate que una idea loca se iba a parar justo en medio de la camisa del colegio, blanca como cabeza de monja.
Tenia tantos frasquitos que pensé en poner mi propio negocio de ideas, pero un día al regalarle un frasco celeste, a un caballero en la calle, y pese a mi advertencia de que lo abriera en un lugar cerrado, abrió el frasco y las ideas salieron disparadas y fueron a dar al parabrisas de un auto que iba a mas o menos 120 k/hr. Produciendo una colisión frontal con un cartel de mcdonald y un grifo que no paro de chorrear agua en 24 horas. Decidí entonces no dar mas ideas en la calle, pero con ocasión del cumpleaños de una muy buena amiga mía, pensé en regalarle un par de ideas verdes para que se le alegrara un poco el jardín, pero en lugar de las ideas ir al jardín, se fueron a la torta de cumpleaños, que salto por todo el comedor, llenando a los invitados de crema pastelera, media amarilla, media verdepastoconidea. Concluí entonces que mis ideas debían permanecer enfrascadas, y que pese a querer dárselas a todos, nunca se abrían como correspondía. Entonces ahora en mi ventana, tengo un arcoiris de ideas, no todas son buenas, pero cuando sale el sol dan una luz muy bonita, que llena toda la habitación y a veces va a dar en mis cuadernos.
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