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[[Mmmmm… nooo…]]- imploraba al despertador, desgastada su capacidad de aguante por la hiriente melodía-. [[Es imposible que hayan transcurrido cinco horas]].

Amador tenía unos despertares quedos y progresivos, como el florecer de los campos extremeños o la gestación de un feto de ballena. Estrechando sus propios brazos iba a la vez desperezando su cuerpo y resguardándolo del frío de la madrugada. Su sueño entrecortado podía haberse calificado de todo menos de reparador, y justo ese día, debía estar como un clavo, una hora antes, en la puerta del Departamento de Marketing de la Facultad de Económicas. Había logrado una cita con Doña Alicia para ultimar los detalles de un estudio de mercado que, muy a su pesar, debía exponer en la clase de las diez.

Su apariencia era la de un universitario corriente, tirando a estirado. Embutido en sus pantalones de pinza, color crema, daba la sensación de estar preparado para el ajetreo y competitividad del nuevo milenio. Su camisa en tonos pálidos contrastaba con su cabello oscuro, casi negro, engominado hasta la saciedad. Su porte transmitía seguridad a sus interlocutores y una sensación de cognición en todas las materias sobre las que se aventuraba a opinar, aun sin razón a para ello; mas, realmente, era un ser carcomido por la inseguridad: a la hora de elegir su vestuario, de tomar el camino más corto hacia cualquier punto, cuando debía dar una contestación rutinaria acerca de dónde se vería con sus amigos o si estaba pensando empezar una conversación con alguna mujer.

Pero todavía no había realizado su metamorfosis física diaria. Estaba aún envuelto en su pijama de franela a cuadros, de camino a la cocina repasaba los distintos puntos de su estudio y la correlación con las viñetas de “PowerPoint” que había realizado. Con la cafetera eléctrica encendida, se metió cauto en el pié de ducha. Al recobrar la circulación, gracias al agua caliente, sentía un bienestar que le evocaba el que le producía su relación con Elisa.- [[Bienestar]].- Estaba convencido del modo en que debía referirse a lo suyo con ella; quizá en otra época de su vida, probablemente durante su primer año como pareja, se hubiera referido a aquello como a “Amor”; pero el paso de las estaciones, las riñas, los cumpleaños de ambos…le hicieron concluir que no era la palabra adecuada. Y es que, no era el primer desengaño que le procuraba su personalidad conflictiva, en cuanto a sentimientos se refiere; le resultaba casi irónico que él, predestinado por la voluntad de sus padres, su partida bautismal y DNI a ser una persona concebida para entregar Amor; tuviera el obstáculo insalvable de no saber identificarlo. ¿Y quién sabría?

Su noviazgo con Elisa había sido considerado ejemplar por todos sus conocidos. Ella era un portento intelectual, belleza a parte, y una de las chicas más populares de la ciudad; por ser hija de quien era, por su estilazo al andar, sus excelentes notas en Historia del Arte, su riquísima vida social… Y él, él era de fuera; aunque no tardó demasiado tiempo en hacerse notar en aquella sociedad hipócrita y farisea, porque tenía el don de saber llevar a la gente a su terreno y una mano izquierda por todos envidiada. Desde que la conoció, se estuvo esmerando por conseguir su atención… y bien pronto lo hizo. Feo no era, pero se la ganó con labia, y algunas nociones de pintura contemporánea. A ella le gustaba el hecho de llevarse a aquel forastero como trofeo, y disfrutaba exhibiéndose con él por las arboledas de la ciudad. A él, se le hinchaba el pecho cuando iban de exposiciones o a las proyecciones, y los amigos de Elisa parecían mirarle con recelo, aunque sonrientes. Pronto se convirtieron el los anfitriones de casi todos los planes de fin de semana. Pero terminó por cansarse de ella, de su pensamiento clasista y anacrónico, de sus pendientes de perlas y de su, a veces, ridícula coquetería. Aunque, para entonces, ya era líder indiscutible un círculo social que se dejaba llevar fácilmente, como si esa fuera su condición natural.

Los albores de la mañana le dejaban una sensación de tristeza, máxime si era el momento de abandonar el resguardo doméstico para afrontar el gélido entramado de calles hasta llegar la facultad, “la facul”, como solían denominarla sus compañeras menos chelis. Entró de nuevo en el dormitorio, asió su cartera de piel y abandonó el habitáculo, añorando un cuerpo tendido en la cama al que besar mientras aún retoza, con tinte de despedida.

De camino, recordaba cómo la historia de Elisa se había repetido con otras tantas chicas. Siempre le ocurría lo mismo: ¿Era incapaz de amar o es que, el Amor, era un ente que no le satisfacía? Marta, Lucía, Amparo, Rita…todas eran chicas muy válidas, pero ninguna consiguió hacerle sentir dicha.

Alicia podía ser considerada una mujer entrada en su plenitud; a sus treinta y dos años, tenía un cuerpo que poco debía envidiar al de muchas de veinticinco, más interesante, si cabe, gracias a las curvas que la edad, bien llevada, proporciona; y una expresión hierática, casi severa, que le elevaba sobre los alumnos, a quienes causaba un gran respeto y cierto temor. Pero a Amador le encantaba. A pesar de haber recibido varias reprimendas públicas por parte de la profesora, aun cuando ella jamás había manifestado el menor interés por él, le causaba una atracción difícilmente descriptible. Su pelo rizado, usualmente recogido en un moño, y castaño, como sus ojos. Los cincuenta y tantos grados de ángulo que formaba el tabique de su nariz, su tez pálida; los trajes de chaqueta con faldas de tubo que invitaban a imaginar las caderas, las tersas pantorrillas…No podía quererla porque no la conocía en el plano personal, pero estaba enamorado de ella.

- “Toc, toc, toc”.- Golpearon urgentes los nudillos de Amador.
- Buenos días.- La primera visión que tuvo de ella fueron unos zapatos de tacón, más bien altos, de color rojo bermellón. A medida que iba levantando la vista, deleitándose, sin duda, se topaba con aquellas piernas y una de las habituales faldas que solía lucir coronada por la blusa blanca, abotonada hasta el penúltimo botón, cubierta por una chaqueta a juego con los zapatos, al igual que la falda. Amador apartaba de su mente cualquier comparación humorística: La actriz que interpretaba el papel de “la regla” de Evax, una azafata de congresos…
- Buenos días, Doña Alicia. He traído el estudio para que le eche un ojo.
- Pasa hijo, que tengo que recoger unos documentos a las ocho y media, y voy justa de tiempo.

Números, gráficas, estadísticas, bibliografía…todo parecía estar en orden, y él lo sabía, pero esos momentos de intimidad en el despachito de Doña Alicia bien valían un madrugón.





La mañana transcurrió entre las horas destinadas a Aplicaciones Informáticas y Recursos Humanos, hasta que llegó el tiempo de Marketing. Los nervios empezaron a hacer su aparición y se manifestaban en forma de sudor entre sus manos. Tenía la boca reseca, y salió al pasillo para tomar un trago de la vaca de agua. Allí encontró a Manolo, Silvia y Dolores; tres buenos amigos con los que había compartido años de carrera.

- ¿Te has tomado ya esa tila?- Preguntaba con burla, pero sin mala intención, el bueno de Manolo.
- ¡Qué va tío! ¡Si estoy que me duermo!
- Ánimo chavalote, que seguro lo bordas…- Silvia trataba de tranquilizarlo un poco, mientras Dolores asentía sin abrir el pico, con mirada condescendiente.
- A ver si es verdad, guapa.- Silvia no era guapa, más bien todo lo contrario, pero Amador tenía por costumbre incorporar esa coletilla, sobre todo si la destinataria carecía de dicho atributo.

Las diez y cuarto. Revuelo en el pasillo y Doña Alicia caminando entre el mar de alumnos que corrían prestos al interior del aula. Amador fue hacia su pupitre, ordenando sus papeles pudo observar cómo la profesora entraba en la clase y saludaba con un natural “buenos días”. Tragó saliva, pretendía hacer una exposición breve, sin interrupciones; no tenía pensado leer el trabajo, puesto que había aprendido la mayoría de los textos y estaba esperando cosechar otra buena calificación. Cuando Alicia pronunció sus apellidos el corazón le dio un vuelco; sonriendo, tomó el disquete, repartió algunas octavillas con el contenido del estudio y subió al estrado, mientras Doña Alicia encendía el portátil. Accedió a su carpeta e hizo un “doble clic”.

- “Propósitos: Con el seguimiento efectuado en este trabajo, pretendemos obviar la rentabilidad conseguida por medio de la publicidad, difusión del producto y ampliación del mercado…- “el plural mayestático nos da credibilidad”, recordaba las palabras de su padre mientras hablaba de memoria.- El curso de la charla era el esperado hasta que, su mente, quedó totalmente en blanco, justo cuando se disponía a explicar sus conclusiones; que se podían resumir en que, aplicando una buena estrategia comercial y publicitaria, era posible evitar la deslocalización de empresas. De repente, una mano se alzó en la sexta fila del aula. [[No, joder, no. Lo que menos necesito ahora es que me cambien el tema. ¿Quién coño será?]]. No podía ser, no, ¡se suponían amigos! Era Dolores. Esa chica tímida, a la que jamás había escuchado hacer una pregunta en clase.
- Adelante Dolores.
- Entonces…- Entonces resultó ser una bendición, Dolores le había formulado una pregunta que, en teoría, no debía suponer duda alguna para ella; puesto que Amador había estado explicándole ese tema en la cafetería toda una tarde. Y aparte, era una de sus materias preferidas.

Amador tuvo tiempo de explayarse y contestar, ampliamente, la cuestión; y, entre tanto, recuperar el hilo de la exposición, para finalizarla con una excelente conclusión y el aplauso de sus compañeros.



Cuando bajaba del estrado, al pasar junto a Dolores, él le sonrió y ella le guiño un ojo. Tomó asiento su espalda y, posando la mano en su hombro de dio las gracias, prometiéndole una cerveza al final de la clase.

Siguieron dos exposiciones, por supuesto menos brillantes que la suya, antes de concluir la clase. A la salida, Amador se acercó a su grupo habitual.

- ¡Bueno señores! Creo que voy a invitar a unas cervecitas para celebrarlo.
- Mmmm…creo que no, Amador, sabes que sigo teniendo la “Macro” pendiente y voy a ir a clase con los de segundo…aunque me joda.- Se excusaba Manolo. Silvia, aparentemente ocupada, halló otra excusa para rechazar la invitación.
- Pues nada chicos, entonces nos tomaremos las que os corresponden.- Dolores sonreía algo desubicada.

Se despidieron y cada cuál marchó a sus quehaceres. Bajando las escaleras agradeció a la chica su intervención, asegurándole que se había quedado “off”.

- ¡Ya lo sé! Quieras que no, ya nos conocemos, y esos ojos mirando al techo te delataban.
- ¡Dos cervezas Paco!- Se apresuró a comandar Amador.

Tomaron asiento, aunque a media mañana resultara una tarea complicada. Se sentaron en una mesa algo apartada y siguieron charlando con normalidad, pero el tema volvió a salir.

- De verdad Dolorcita, que me has salvado el culo. Y ha debido de costarte lo tuyo, porque eres muy cortada para esas cosas.
- Nah, hombre…para eso están los amigos, ¿no?- Él temía que aquella mirada no fuera precisamente de amistad. Parándose a pensarlo, Dolores siempre había estado dispuesta a complacerle ante cualquier necesidad.

Otro par de cañas y la conversación fue tomando un cariz más distendido. No podía evitar evadirse de vez en cuando e imaginarse cómo sería ella en la intimidad. Era de talle bajo, menudita. Tenía el pelo muy oscuro y un corte moderno, el cabello engominado hacia el lado derecho, resaltaban las horquillas que sostenían cuidadosamente el peinado. Los pómulos eran redondeados y los labios gruesos, bastante sensuales. Mientras ella le contaba nosequé, él se entretenía contando las pecas y lunares que salteaban su cara, contó cuatro, sonriendo algo atontado. Las cejas cuidadas, pestañas definidas, una nariz pequeñita, como de juguete, y su sonrisa afable lo iban embriagando poco a poco, como la manzanilla. Nunca había reparado en ello, pero no había estado cara a cara frente a ella jamás. Se imaginó besándola despacio, con mimo. En su fantasía acariciaba su flequillo y la tomaba por la cintura, le susurraba cosas al oído… De repente decidió dar pié a sus instintos y acercársele, pero decidió no hacerlo. ¿Y si estaba equivocado? Se conocían de tres años atrás, tenían muchos amigos comunes y, estaba seguro, que no tardaría en contarle a Silvia lo sucedido. No podía arriesgar, no sin estar convencido.

Al terminar la velada se despidieron con dos besos, esto no era habitual ya que, en el transcurrir de su rutina, contaban con verse a menudo y aquello resultaba demasiado formal; pero esta vez ocurrió así.

Los quince minutos que tardaba en recorrer el camino a casa le regalaron una sensación de felicidad tajante. Pudo ser el éxito del estudio, quizás las tres cervezas que había tomado o, por qué no, la mirada intensa de Dolores que subyacía en su mente. Seguía dándole vueltas mientras caminaba. Ella había hecho cantidad de cosas por él. Desde el principio, había sacrificado muchas veces su propio tiempo cuando, Amador, no podía faltar a una comida con Elisa y la elite; o al prestarle apuntes, recogerlos de la copistería, repartir convocatorias por los tablones de anuncios… En general, se implicaba bastante en todas las empresas que él iniciaba. Podía ser Amor, dicen que la entrega se le parece, pero no quería confundirlo con la amistad. Recapitulando, él también debía haberse sentido atraído por ella, porque recordaba multitud de anécdotas de las que ella contaba estando con los más allegados, porque solía fijarse en su vestuario, al pedirle su opinión sobre algún problema de pareja, al recomendarle discos o libros, cuando la llamaba para preguntarle si estaba enferma y por qué no había asistido a clase; se sentaba siempre cerca suya, distinguía el perfume que utilizaba… ¿no serían a caso síntomas de atracción? Podía, o podía no serlo; realmente nunca había meditado sobre ello, en parte por su dedicación a Elisa o, quizás, por creerse demasiado bueno. Sobre lo que sí tenía certeza era que le había robado más de media hora de pensamientos; se encontraba ya en casa, había dejado los bártulos en la habitación, se había puesto cómodo y el “tupper” de lentejas en el microondas estaba ya descongelado.

Probablemente no, el Amor debía ser algo como los zapatos de Doña Alicia; que resulta inútil sin compañero, estrecho para conocerse, de metas altas como su tacón, algo que brille y resalte entre lo demás, algo ardiente, impactante… quizás el Amor era rojo bermellón.

Texto agregado el 25-01-2007, y leído por 362 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
31-01-2007 Magnífica historia. Identificas muy bien a los distintos personajes que van apareciendo y por momentos parece que uno forma parte de ese pequeño círculo de personas que rodean al protagonista. Y claro, si de fondo suena la melodía del amor... Éxito asegurado. Felicidades y 5 estrellas bien merecidas. jau
25-01-2007 un texto lleno de sentido jja divertido el amor debia ser como los sapatos de doña alicia mis5* neison
 
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