...caminé hasta llegar al puerto, ahí la gente dirigía extrañas miradas sobre mí; examiné mis manos y mi ropa no había nada que me delatara salvo una cara de espanto en cada paso que daba, sentía que el mundo me apuntaba con el dedo acusándome de la muerte de un anciano de ojos de cristal y un pequeño felino bastante entrometido. Pero nadie decía nada, mi imaginación sólo ilustraba imágenes una y otra vez del cuerpo del viejo hombre, de mi mano con el cuchillo en su ojo, de un gato ronroneando de dos policías que yacían inconcientes en mi hogar.

Avanzé sin rumbo fijo hacia el cerro más próximo que encontré y ahí estuve toda la noche atormentada por cada recuerdo que invadía mi mente, en un momento decidí declarar ante la justicia lo que había hecho en contra del sujeto al fin y al cabo fue en defensa propia; pero no me encontraba en un estado de plena conciencia y racionalidad probablemente me tomarían por demente no podía acercarme a nadie para conversar mi aspecto en ese entonces era bastante demacrado y muy evidente de que algo ocultaba -maldito aspecto que evidenciaba algo interesante en mí-.

Al otro día emprendí temprano el camino de regreso a casa sin pensar en lo que me esperaba, al llegar a la entrada de la pensión detuve mis pasos pues observé un carro de policías bajo mi balcón. Seguramente me buscaban, entonces corrí lo más lejos y rápido que mis piernas pudieran llevarme. Esta vez llegué a un bosque cerca de la playa ahí nadie podía encontrarme -en realidad era el lugar más obvio para buscar- pero mi mente no asimilaba mi propia realidad, de pronto me dí cuenta que el cuchillo con el que mate al anciano seguía en mi mano; entonces comprendí las extrañas miradas de las personas del puerto, pero lo guardé en uno de los bolsillos de mi chaqueta tarde o temprano me serviría para algo.

Ya dentro de un pensamiento más cuerdo decidí largarme del lugar pero necesitaba dinero, me dirigí a la casa de Isabel -mi mejor amiga-...

Continuará...