Es triste la vida del peón, pensaba. Y si es oscuro, peor. Pero aun sabiendo que la blancura era una ventaja en este mundo discriminador, no renegaba de su color. Nadie elige su vida, sus capacidades ni su apariencia y hay que seguir adelante.
Ni lo miraba, pasaba a su lado, altiva, una verdadera reina, a veces hasta rozándolo, pero jamás le dedicaba, siquiera, una mirada conmiserativa. Para ella, él no existía. ¡Y la amaba tanto! Al punto que estaba dispuesto a dar mil veces la vida por ella. Y como si fuera poco, tenía marido.
Y no se trataba de timidez, era lo suficientemente audaz como para intentar cualquier locura, pero su condición lo limitaba. Sencillamente, no tenía acceso a su mundo. Su vida, era abnegación y sacrificio, y de alguna manera el dolor lo reconfortaba al pensar, que ella, era la destinataria de sus esfuerzos.
También se preguntaba porqué se torturaba tanto. Sus compañeros, que no la pasaban mejor que él, simplemente aceptaban su destino sin cuestionamiento alguno. Pero él, tenía la desgracia de pensar, lo que a menudo, es un serio impedimento para ser feliz.
Escuchó la voz del amo y supo que era hora de trabajar. Era un buen hombre y cuando experimentaba el contacto de su mano se sentía elegido, reconocido. Eran los cortos momentos de alegría que halagaban su ego y reafirmaban su autoestima.
Se sintió, como tantas veces, elevado por el aire dos pasos adelante, mientras escuchaba de boca de su amo la repetida frase:
Peón cuatro rey. |