Y ahí estaba, sentado en el sillón, esperando que volvieras de aquellas labores desconocidas, que por cierto no despertaban ningún interés, debido a que mi mayor anhelo, era verte nuevamente entrando por esa puerta. El timbre delator, vociferó la visita, el vaso de jugo sobre la mesa, se estiró y el aire a mi alrededor se dilató como si algo en el ambiente alertara, como si algo dentro de mi, intentara comunicarse y avisar.
Cada paso de la criada hacia la puerta, tan lejana en ese momento orquestaba la redención del suspenso, las cortinas se movían en alabanzas y el suave viento piadoso de la tarde recorría las paredes y mis mejillas y de esa forma aliviaba la tensión rondante. El seguro se movió, el aire nuevamente cambió, el viento entró con más fuerza, y con ella, una silueta masculina se dibujaba al horizonte. Un tipo alto, más bien flaco y algo lánguido se asomaba. Con un semblante poco conocido, más bien familiar según las descripciones que el ángel me había dado anteriormente. Su mirada desafiante, se atrincheró a mí alrededor y aquellos dos segundos se convirtieron en eternidad. Desenfundó su puño y con una amabilidad hostil me ofreció un saludo de su palma y mano. La sonrisa bañaba mi rostro, mi alegría no tenía precedentes estaba donde quería estar, mi realidad era otra pero la sonrisa me delató, y lo confundió. "Y por que mierda estás tan contento", fue la hostil respuesta a tales estímulos de sinceridad y apreciación. "He de contarte lo siguiente", deletree con palabras ligeras:

(...) Hoy por la mañana, cuando el primer rayo de sol entró por la ventana, vi una hormiga muerta a un costado de mi cama. Era menuda y solitaria, más bien protectora, diferente a las alimañas chupasangre de las noches. Lucía inerte, inmóvil, "I NO CEN TE". Aquel rayo de luz mortal, había delatado su padecimiento, había mostrado al mundo que esta pequeña hormiga había abandonado sus labores, había elegido o la habían elegido. Aquella imagen me caló tan hondo, que simplemente me estremecí de la sorpresa, aquella perfección lo hablaba todo, el pequeño insecto sin rostro, no mostraba penas ni alegrías, solamente lucía muerto, con un irreal velo verde y la prohibición de regresar.
Todo estaba dicho, un espejo se poso detrás de mis ojos, un escalofrío recorrió mis entrañas desde la mismísima punta de los dedos hasta el último pelo de mi cabeza, y comencé a llorar. La verdad había golpeado duro los mismísimos cátodos de mi entereza y me había probado cuan frágil e inesperada era la vida, pues me di cuenta que hubiese odiado aquel primer rayo de luz matutino, si en mi lecho de muerte mis sábanas hubiesen sido de penas, y mi colchón de sufrimiento y soledad. Aquellas cargas innecesarias que con este primer rayo de luz madrugador, hubieran ensuciado tal curiosa escena hubiesen roto el equilibrio, me hubiesen traicionado. "Prefiero ser colgado",
pues la humillación soslayaría la presión del alma, y a cabalidad mis entrañas hubieran disfrutado gustosas tal performance, tendrían dientes y hambrientas me devorarían por dentro, y eso solo sería el principio...
A partir de ese momento, me sentí feliz, otorgado de una oportunidad divina, una sonrisa surrealista recorrió mi interior a gran velocidad, y mi rostro alertó al mundo acerca de este evento. Y a partir de ese momento, dejé la mochila en el camino, miré hacia el horizonte y feliz, caminé tranquilo, dejando la memoria emotiva, para no regresar jamás... (...)

El rostro de esta silueta larguirucha convertida en hombre, cambió. Por unos segundos, su semblante ironizó, río y calló. No soltó palabra alguna y su mirada lo delató. Dió la media vuelta y enérgicamente nos abandonó sin mediar mayor contacto alguno. Yo tome palco nuevamente en aquel sillón ajeno, estiré mi mano hacia el vaso y lo di vuelta, nunca había visto gotas tan preciosas caer desde una mesa, ella entro a la escena, “el ángel” y yo por fin, fui feliz.