FILÓSOFO, ERGO DESTINO
Recorría los pasillos de la facultad incesantemente. La mirada baja. Absorto y malhumorado, sin responder a los eventuales saludos de sus alumnos. Contrastaba la admiración hacia su sabiduría con la antipatía que despertaba.
Nunca dio una opinión personal sobre el pensamiento de los grandes filósofos. Con fría y calculada maestría exponía el origen, motivación y contradicciones en la obra de Hegel, Sartre, Nietsche y Adorno. Incluso, sobre la levedad de Fromm.

Si algo se sabía del doctor era su vida austera y solitaria. Quizás los misteriosos viajes que realizaba cada año al Tíbet.

Luego del tortuoso y duro peregrinar Paris- Katmandú, emprendió el camino al Everest. Esta vez con menos de lo mínimo indispensable, algo más que su cuerpo y mente. Budista consumado.

La noche anterior al ascenso emprendió una larga caminata por la pequeña y helada aldea. De pronto se topó con un campesino viejo y encorbado que con delicadeza lo tomó del brazo asumiendo la condición de lazarillo. El doctor no opuso resistencia. Sabía por estudio, convicción y profunda intuición que no existía filosofía, pensamiento y actuar capaz de contradecir los designios del supremo, el Destino

La choza estaba iluminada apenas por media docena de velas, pero incapaces de ocultar la humilde distinción del lugar. Y ahí al fondo, una joven morena de enormes ojos almendrados, magnifica como venus desnuda, lo invitó al lecho de paja. Dudó, en su mente irrumpieron los avatares y dramas sexuales de todos aquellos filósofos que sucumbieron ante la fuerza del deseo, que perdieron compostura, entendimiento e incluso existencia en la selva negra y pantanosa de una vagina. En los altos y macizos montes que contienen férreamente el magma de la vida.

Pero el filósofo dejó de ser lo que era. En un breve instante que se prolongó ad infinitum en el inexpugnable tiempo descargó toda su esencia. Y fue feliz como sólo saben serlo los animales después de copular .

De pronto se topó con la realidad. Con otro hombre que ya no era él, que no sólo le resultaba ajeno sino tan aberrante que deseaba aniquilarlo. Pero el no era un asesino.

Se subió los pantalones y emprendió la huida. Dos jóvenes indios lo detuvieron. Atrás de ellos el venerable anciano, el que lo condujo al pasado adolescente se le acercóy le susurró en el oído la sentencia, en inglés, como debe de ser: tu saunsen euros.

El espíritu de Althusser lo invadió, Walter Bemjamin le infundió impulso y arrebató la daga colgante del cinturón de uno de esos dos jóvenes. Su brazo, con velocidad de las aspas de ventilador de las viejas aulas de la Sorbona recorrió las entrañas de los tres azorados indios.

Y corrió sobre el fango helado. Trepó, escaló y se perdió en las cima nívea de los montes.

Cuenta la anécdota incunable que no hay alpinista que emprenda la conquista de los picos del Everest sin haber pasado una noche de placer en el lugar de las "ladies lamas", donde un franchute alegre y dicharachero ofrece mujer, estrofas de aliento de Paulo Cohelo y una botella de Gognac por la módica suma de 500 euros.