- ¿Te has vuelto a caer de la cama?
- Eso parece... ¡Maldita sea!
- ¡Ya van tres veces esta semana! Me tienes preocupada, ¿sabes?
- No sufras, mi amor. No es nada.
- Pero... ¿Se puede saber en qué sueñas?
- Me persiguen, mi amor. Siempre me persiguen.
...
Se lo contaré con un ejemplo. ¿Ha tomado alguna vez el metro? Se supone que sirve para llevarnos de un sitio a otro. Mentira. Somos nosotros quienes vamos de un sitio a otro. Fíjese que cuando desciende a las estaciones baja escaleras, camina por largos pasillos y llega al andén. Espera unos minutos hasta que ve aparecer un tren. Sube y, en el mejor de los casos, se sienta. Si mira por la ventana ve pasar paredes negras y mucha oscuridad. Parece que se está moviendo a gran velocidad, pero el tren no se mueve, se lo aseguro. Cuando baja en su parada, anda de nuevo por larguísimos pasillos hasta la salida y ese es el quid de la cuestión. Anda. Somos nosotros los que vamos de una estación a la siguiente, caminando. Pagamos un billete por llevarnos a nosotros mismos. ¿Qué le parece?
No preste atención a los detalles. Sin duda, encontrará fisuras en esta exposición. Simplemente, quédese con la idea general: hay cosas que no cuadran. No se preocupe si se le amontonan las preguntas en la cabeza y no encuentra respuestas.
Acéptelo. Si usted no ha viajado durante la última semana allí, Nueva York no existe. Ni la gran manzana ni nada que no forme parte de su vida inmediata. Todo se fabrica a medida que se necesita. Usted no habla chino porque el chino no es un idioma sino una excusa, un escudo para que no pueda relacionarse con personas que no sabrían responder a sus preguntas.
Vemos lo que nos dejan ver, tocamos lo que quieren que toquemos. Puede preguntarse por qué, pero le aseguro que la conclusión a la que llegará es exactamente la que está prevista para cuando se lo cuestione.
Sólo hay una pequeña franja de libertad que nos pertenece, un agujero en la perfecta estructura que nos rige, pero muy pocos están capacitados para admitirlo.
Antes que usted y yo llegásemos a este punto, otros buscaron la manera de abrir los ojos a las siguientes generaciones. Recuerde su niñez. Pinocho era una muñeco de madera que cobraba vida, la bella durmiente despertaba con el beso de su príncipe. No eran simples cuentos. Fueron concebidos para darnos la pista de nuestra salvación, para que encontrásemos una salida que nos liberara.
La siguiente pregunta es ¿quiénes son ellos? No hay respuesta. Probablemente somos marionetas en manos de otras marionetas que a su vez son marionetas de sus marionetas. Puede llamar al ser que maneja los hilos dios, diablo, o de cualquier otra manera. Supongo que tampoco importa demasiado. Le aconsejo que se centre en liberarse de su yugo.
Lo primero y más importante: este es un viaje que debe emprender solo. No comente nada a nadie. No confíe en sus amigos, ni siquiera en su mujer. En el mejor de los casos podrá salvarse usted, pero desista de intentar llevarse a alguien más. Aunque le parezca una insensatez, para salir de esta red deberá luchar contra sí mismo.
Será una guerra larga. Por cada batalla ganada, perderá cien, pero no cese en su empeño. Las derrotas le harán más fuerte. No tenga prisa, ni trate de controlar el proceso. El secreto está en un lugar donde nada es lo que es y todo es posible.
Para empezar, duerma. A todas horas, sin medida. Cuantas más horas sueñe más fácil le resultará la fuga. Deberá aprender a diferenciar los sueños programados de los propios. Despierte cuando le estén persiguiendo, cuando camine desnudo o con poca ropa, cuando busque desesperadamente algo que nunca encuentra en el lugar donde se supone que debería estar... Estos sueños se repiten desde hace cientos de años y no son más que otra forma de controlarnos. Descarte todo lo que no esté íntimamente ligado a usted. Sueñe con los ojos bien abiertos.
Con el tiempo aprenderá a diferenciar los verdaderos sueños, esos que pueden abrir las puertas de su libertad. Pero ya sabe, no se precipite. Ellos se sirven de nuestras ansias para controlarnos y un paso en falso sería decir adiós a la fuga.
Si alguna vez tiene suerte y se encuentra en uno de esos sueños no inducidos... Concéntrese. Observe atentamente los márgenes del sueño. Busque una rendija por la que escapar y en cuanto la vea no lo dude. Abaláncese sobre esa grieta como si fuese su única vía de salvación porque, créame, lo es. De lo que sucederá a continuación, no le puedo contar nada.
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