Ella sin tiempo tratando de salir de ella, de sus ideas, de ese amoroso olor que no ha logrado quitarse de encima, ni siquiera con una cantidad desconsiderada de mal sexo, de ese que apesta, que de tanto ser termina por volverse casi bueno.
Dios se fue para siempre, y como siempre. Se fue con aquél que no la amaba, su abandono ha sido bueno. Un tipo tan importante, no debía quedarse a verla tan vulnerable, se hubiese enamorado, hubiera hecho fila en el cuarto de ella, detrás de sus amantes… (ella sabe que la partida de él no era necesaria, de cualquier forma todo hubiera terminado mal pero le hubiera gustado ser ella, como le hubiera gustado ser ella diciéndo adiós). Cuarto, que por cierto, es de cinco paredes pintadas de diferentes colores, uno para cada estado de ánimo.
Al despertar gira la cabecera frente al color que le indica su corazón. El muro índigo la cubre con una sombra oscura los días que ella quiere salvar al mundo, a los desamparados y al amor, sobre todo eso, cuando quiere salvar al amor. Hasta que la incertidumbre, los días o los noticieros la invaden y su almohada apuntan a los ladrillos rojos es un lado que dura relativamente poco porque las fotos “in the blue border”, con aquellos personajes que admira, de los que construyen al mundo, incluso aquél del que tiene tiempo pero no quiere estar con ella… la llenan de hastío.
Entonces, piensa y descansa, en sus ideas sabe que no se trata de olvidarlos y... lleva su cabecera contra la pared blanca, se vuelve más ella, más linda; debajo de la almohada y de su falda a logrado salvar la imagen de él. La metamorfosis es tal, que el último estado de animo y el color del muro que cubre un telón gris resulta casi imposible de adivinar…
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