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El teléfono sonó. Era temprano. Domingo. No había que ir al trabajo. No había que levantar el teléfono, pero este sonaba y no estaba a la mano como para levantarlo y colgarlo. Me puse otra almohada en la cabeza. Un dolor de cabeza se presentó como tocando la puerta de mi cráneo, y me dije: o te quedas en este timbal de sesos hasta morirte de dolor, si es que te quedas dormido; o te levantas y alzas el fono, de repente es algo que te haga feliz. Salté de la cama y gateé hasta el fono, pero cuando lo alcé, este, dejó de sonar... Iba a tirarlo por la ventana. Miré mi cama desordenada, con esa ruma de almohadas esperando por mi cuando el teléfono volvió a sonar. Aló, dije. Era mi hermana invitándome a cenar esta noche en casa de mi padre. Le dije que estaba ocupado, tenía una cita (mentía por supuesto). Ok, me dijo, pero si te animas puedes venir. Papá para pronunciando tu nombre cada diez minutos. ¿Qué es lo que dice de mi nombre?, pregunté. Le pregunta al empleado si ya has llegado. ¡Pero si hace más de diez años que no lo veo! No lo sé, pero repite tu nombre todos los días, y eso ya hace más de dos semanas. Al principio pensamos que estaba desvariando o le habías llamado, pero eso era muy raro en ti, pues siempre que te llamo, nunca te encuentro, incluso hablo con tu secretaria y le dejo el mensaje para que me devuelvas las llamadas, pero nada de nada, nunca respondes, salvo ahora... Me quedé en silencio. Luego le dije a mi hermana que iría esta noche.

Todo el día la pasé contento. Los clientes pagaron sus deudas. Los empleados cobraron sus sueldos. Los proveedores llamaron por sus pedidos, en fin, todo estaba muy bien. Me llamaron unos amigos, pero no deseaba más que irme a mi casa, darme un baño y dormir. Cerré la oficina antes de tiempo y fui directo a mi casa. Me bañé, me puse un pijama, cogí un buen libro y me puse a leerlo hasta quedarme medio dormido. De pronto, el teléfono sonó. Era mi hermana avisándome que papá estaba sentado en el comedor esperándome a cenar. No supe qué decir, y me escuché decir que lo sentía pero se me había presentado un grave dolor de estómago y no podría ir a visitar a mi padre. Está bien, me dijo mi hermana. Colgó. Cogí nuevamente el libro pero esta vez no pude leer, y menos dormir. Miré el teléfono y me dije que si sonaba, iría a visitar a mi padre. Sonó. Salté de la cama y levanté el fono. Era mi padre y me quedé sorprendido de escucharle pues jamás me había llamado por el teléfono.

- Hola hijo, soy tu padre... ¿A qué horas vienes?

- Hola papá, disculpa pero me siento un poco mal...

- ¿Quieres que vaya a cuidarte?

- No, no por favor. Ya se me va a pasar. Y tu, papá ¿cómo estás?

- Me estoy volviendo loco hijo. Quiero verte antes de que no pueda reconocerte...

Me sentí muy mal. Le dije que iría enseguida. Mientras viajaba hacia casa de papá, pensaba en todas nuestras diferencias. El, un hombre autoritario, preocupado porque su hijo mayor sea más que él mismo. Y yo, metido en una oficina de empleos, metido en un vulgo en donde pululaba lo peor de toda la ciudad, pero, no sé por qué, me sentía a mi gusto. Eso jamás lo iba a entender mi padre. Ý peor si le dijera que dejé mis estudios de derecho por ayudar a ese tipo de gente... Nunca lo aceptó, y por ello me dijo que yo, estaba loco. La verdad es que siempre me sentí diferente, o loco.

Llegué a casa de mi padre. El empleado estaba esperándome. De pronto vi salir a mi padre vestido todo de blanco y con una bufanda roja en el cuello, y un sombrero blanco como el de Capote. Está loco, pensé. Hola, por favor, llévame al teatro. No le increpé nada. Me fijé en su mansión y vi en cada una de las ventanas a todas mis hermanas mirándome, y mirando a su padre. ¿Cuál teatro?, pregunté. Me miro y dijo: maneja de frente y yo te aviso. Eso hice hasta llegar a la avenida principal de la ciudad, de allí seguimos de frente hasta salir de la zona central. Continué manejando cuando escuché la voz de mi padre diciendo que si me gustaba la obra. Lo miré y le dije que sí, que estaba muy linda. Me gusta que me mientas, me dijo. Siento que eres mas honesto cuando mientras que cuando dices la verdad. No le entendí pero sentí que estaba cuerdo y el loco era yo.

Continué manejando hasta llegar a la playa. Detente, me dijo. Le hice caso. Mi madre bajó y yo fui tras de él. ¿Te gusta el teatro?, preguntó. Asentí. Está loco, pensé. Mira como se mueven las olas, parecieran que no son parte del mar, pero, ¿acaso no son los rizos de un extraño ser que mora entre el viento y el mar?. Callé. Es agradable escucharte hijo... ¿Tu sabes que he aprendido a escucharte? Miro tus ojos, hijo y se lo que piensas... En verdad, me sentí peor que desnudo. Iba a volver al auto cuando vi que mi padre se quitaba todas sus ropas y empezaba a entrar al mar. Mi padre tenía cerca de noventa años, pero su salud estaba excelente, pero verlo en cueros, y cueros gastados, me hizo sentir que debía cogerlo a la fuerza y llevarlo a un sanatorio. Le grité pero fue inútil. Mi padre corrió hasta entrar al mar. Lo vi nadar hasta perderse en la oscuridad del mar... Sin quitarme la ropa me tiré al mar. Nadé y nadé pero nunca pude encontrarlo. Salí del mar con ese sentimiento de dolor en el alma por sentirme cobarde por morir ahogado, pero, ¿qué podría decirles a mis hermanos?...

La mañana llegaba con el alborear. No hice mas esfuerzo. Miré la ropa de mi padre y noté que su roja bufanda estaba flotando en el mar... Me encaminé hacia ella y la saqué en medio de las olas... Luego, cogí sus ropas y las metí al auto. Arranqué el auto y me dispuse a volver a la casa de mi padre. Mientras viajaba tenía tantos pensamientos. Sobre todo del qué diría toda la familia. Mi cabeza era un panal de avispas que no cesaron de moverse hasta que llegué a casa de mi padre.

Toqué la puerta y salió mi hermana. Le conté toda la tragedia y ella y toda la familia, empezó a llorar... Nunca me gustaron esas manifestaciones de dolor. Me di media vuelta y comencé a caminar hacia mi auto. De pronto, escuché la voz de mi hermana gritando por la ventana: ¡Loco! Luego, todos mis hermanos le siguieron en coro... Yo seguí caminando hasta llegar a mi auto. Subí y fui, nuevamente, a la playa.

Las olas estaban iguales. El mar sonaba igual. Todo seguía igual que la noche anterior. Todo. Todo, menos un sentimiento que resonaba como campanadas en mi cráneo... ¡Loco! Me quité toda la ropa y me puse a nadar hacia el fondo del mar... Nadé y nadé hasta que ya no pude más... Me di media vuelta y cuando vi que me faltaba más de la mitad del viaje, sentí que jamás volvería a la orilla. Por más que me esforcé, las manos ya no daban para más... Estaba ahogándome. De pronto, sentí clamar a quien sea para que me ayude. Le grité a Dios, a los santos, a mi madre y cuando pronuncié el nombre de mi padre, sentí que una ola hermosa, tal como una mano inmensa de agua, me empujaba suavemente hacia la orilla del mar... Me salvé, y cuando empecé a caminar hacia el lugar en que había dejado mis cosas, vi una bufanda roja encima de mis ropas. La cogí y escuché mi nombre pronunciándose tras de mí. No me di la vuelta. Cogí mis cosas y corrí hasta entrar al auto y arrancar hasta desaparecer del mar. Mientras me alejaba, me pareció ver una sombra por la orilla... Seguí manejando, siempre hacia adelante, y siempre con la bufanda roja en las manos... Lloraba y no podía dejar de llorar. No, no podía y no quería dejar la roja bufanda...




San isidro, enero del 2007

Texto agregado el 21-01-2007, y leído por 295 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-01-2007 Muy conmovedor.Es bueno pensar que en medio de la adversidad hay seres hermosos,amados que nos cuidan,Te felicito por el relato y la maginaciòn. blaun
 
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