El Túnel
El viejo estaba asado y no tenía ánimos de cambiar su estado; el niño, emocionado pues presentía que se acercaba la acogedora oscuridad del túnel.
Los dos iban delante: el viejo manejando el “escarabajo” y el niño a su lado abriendo y cerrando la guantera. Acababan de dejar en el trabajo a la mujer del viejo o a la mamá del niño. Es lo mismo.
-¿Vamos a pasar por el túnel?- Preguntó el niño como solía hacerlo todos los días, y sonrió como anticipando la positiva respuesta.
-No- Contestó sin asco el viejo. Es que acababa de discutir, como siempre, con la vieja y seguía molesto.
El niño se preguntó a sí mismo, “Pero por qué, ¿si por aquí está ese túnel?” Y veía el mar y las pistas encurvadas y los carros a toda viada. Estaba seguro que por ahí era. Sentía su cercanía, como un perro que siente a la perra o el tiburón la sangre.
-¿No?- Repreguntó inquisitivamente el pequeño, mostrando un rostro desencajado. El viejo sólo pensaba en su mujer y en el hartazgo al que habían llegado. Se preguntaba desde el fondo de su conciencia porqué existían los hijos, y sentenció: No.
El niño de pronto, y no sé si por instinto o por joder, se puso a llorar. Y es que nunca había surgido en su vida un problema tan grande como el que se le presentaba de repente. Desde que empezó a acompañar al viejo a la chamba de la vieja, esto es una semana más o menos, siempre tenían que pasar por el hueco largo ese. Aunque posiblemente el viejo lo hacía sólo para contentar al niño dándole una nueva experiencia, pero esta vez el viejo estaba jodido.
-Así llores no vamos a pasar por ahí. Es perder el tiempo, ¡así que cállate!
Pero el niño seguía llorando, como si hubiese leído el pensamiento del viejo y haya averiguado el hartazgo que tenía con la vieja, o el deseo de no tenerlo a su lado, o tal vez se asustó con la granputeada que el viejo le dio a una conductora rubia que le cerró el paso. El niño no pensaba en razones lógicas y por más lógicas que fueran él seguía chillando, y creía que el viejo era malo, porque antes sí pasó y ahora no. El viejo sudaba por el calor y por la incomodidad que entraba a sus oídos.
-¡Sshhhhh!- Expeló el viejo entre dientes cual pedo sin bulla, pero el llanto siguió incondicional a los altos decibeles. Por eso las lágrimas empezaban a mezclarse con los mocos y estos, por gravedad, con la baba.
El viejo no se explicaba el encanto del niño por entrar al túnel “¿Por qué le atraerá?” se preguntaba absorto, y el niño comprendió que tal vez nunca más iba a pasar por el túnel y ser envuelto por aquella misteriosa oscuridad mezcla de tumba, hogar y útero, y que jamás iba a sentir lo que experimentaba dentro de esa silenciosa ausencia de luz.
De pronto el viejo se metió la mano al bolsillo, sacó un pañuelo y se lo pasó por el rostro mojado de lágrimas, moco y baba del niño, y fue allí cuando la vista recién útil del niño se percató de la cercanía creciente de aquel hoyo negro.
El viejo continuaba asado pero con perspectivas de cambiar su estado; el niño, de un momento a otro, se quedó en silencio, sintiendo una vez más... que sé yo, ¿placer?, ¿felicidad?, ¿paz? No lo sé. Crecí y ya no lo recuerdo.
Enero 2001
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