Muchos de ustedes me preguntan, por qué en ocasiones hablo como un humano civilizado y a veces como un primitivo ser, que a penas y puede pronunciar algunas frases con las que alza su voz. Más creo que antes de disculparme de mi patética existencia y mi manera de expresarme, mejor valdría contar mi vieja historia, que me ha hecho deambular por estos rumbos los últimos 500 años, entre animales y seres mágicos, jamás envejeciendo mi cuerpo de niño-oso, que a veces se transforma en un adulto, por unas cuantas horas al mes. La luna llena me permite ser lo que ustedes llaman, “una persona normal y congruente”, pero también recorta el tiempo que tengo para narrar, antes de que el lobo aullé.
Sin miedo a ser despreciado o tachado de loco, debo asegurar que la historia que estoy a punto de contar, mi historia, es verdadera y quien quiera creerla como tal, dependerá de él o de ella o de eso, y de sus posibilidades de creer.
Más no puedo hacer.
Debo comenzar contándoles sobre mi padre: un avaro y malvado emperador, que mantenía su reino con violencia, a costa de la sangre y sufrir de otros. Su tiranía fue implacable e inigualable, como no se había dado en los últimos 500 años en la región. De no haber sido por la protección que recibía de su cetro y del viejo brujo oscuro Gerce, hubiera sido torturado durante miles de eternidades para pagar sus cuentas pendientes. Sí, dije miles de eternidades, porque debo remarcar que en el reino donde habita la magia, cualquier cosa es posible y quien crea lo contrario o se rija por la leyes de la lógica, mejor sería que abandonara este texto y dejárselo a otros, cuya mente no se limita con facilidad.
Bien lector, después de haber reducido nuestro circulo de confidentes y quedarnos aquí sólo los que valen la pena, proseguiré. Mi padre, el peor gobernante que mi pueblo había visto, el último emperador en la historia que aniquiló con sus propias manos a docenas de inocentes, un ser despiadado y sediento de violencia, un hombre débil y muy equivocado, estaba enamorado de mi madre. Lo único en este mundo que lo volvía más apacible y racional.
Supongo que todo hijo ve hermosa a su madre y que yo no soy la excepción, pero ella en realidad era bella, de buen corazón y torturada en espíritu por el extraño amor que sentía hacia mi padre, hasta el día que desapareció sin que yo supiera el por qué. Desde ese momento, mi padre creó un extraño sentimiento de odio y amor por mí: aquello que le había quedado de su amada y que le hacía recordar su peor derrota.
Tal vez fue la presión, tal vez fueron los años, tal vez fue que mi padre nunca pudo reponerse de la pérdida de mi madre, pero algo lo hizo bajar la guardia y descuidarse: Yo, su único heredero, no me encontraba protegido por Gerce de la misma manera que él o sus legendarios seguidores. Nunca nadie sospechó que una simple ave pudiera embrujarme, dentro del territorio imperial. Recuerdo los ojos púrpuras del pájaro de colores rojizos-oscuros que no me permitían mirar a otro lado, un aire ácido que quemo mi rostro y un sabor amargo dentro de mi boca. Después, hay algunas imágenes en mi mente del brujo Gerce y de mi padre, realizando viejos rituales a lado de mi cama, que, al parecer, me salvaron la vida. Recobré la conciencia siete días después y las instrucciones hacia mi nana fueron muy precisas. “Dadle siete gotas de leche con sangre, todas las noches antes de dormir, que no podía saberse qué sucedería en caso de interrumpir el contrahechizo”.
A mi parte de oso-niño, le gusta recordar que todo fue un error. Que mi nana se equivocó y que no me dio el tratamiento adecuado por un simple desliz. La realidad es otra. Yo tenía tan sólo 9 años, y ya me empezaba a convertir en un fiel aprendiz de la ideología de mi padre. Con frialdad miraba la tortura y consentía el uso de armas para atacar a los pueblos ajenos. Ya tenía los primeros desplantes de despotismo y soberbia, dándome cuenta del orgullo que despertaba en mi progenitor y del cariño que recuperaba en él. Mi nana se dio cuenta de mi conducta y mi posible futuro, y decidió darme una mezcla venenosa que le vendió una bruja del pueblo.
Esa noche, tuve pesadillas durante horas. Vi la cara del hombre del ayer, del mañana, de ahora que cuento esta historia, sufrir inconmensurablemente siendo testigo en carne propia, de toda la maldad que existía. Recuerdo haber distinguido los gritos de mi padre regañando a Nana, mientras que en el plano etéreo, donde deambulaba mi alma, sentía como propias miles de tragedias. Después empecé a convertirme en una bestia salvaje e incontrolable. Un oso feroz y fuerte. Dos guardias intentaron tranquilizarme pero no les fue posible. No pudieron contra mí y salvaron sus vidas, porque una parálisis detuvo mi cuerpo y caí al suelo. Sin poder moverme, vi a mi padre lamentarse, mientras una suave voz me daba a escoger entre morir o vivir como una bestia. Estuve tentado a aceptar la muerte, pero no lo hice.
Recuperé el control sobre mi cuerpo, rugiendo ante los golpes de los guardias. Mi padre al verme así, como animal salvaje y primitivo, se sintió ofendido de mi aspecto y alzó su espada con la intención de matarme. Dudó un segundo y yo aproveché la oportunidad para desgarrarle el rostro y huir hacia el bosque. Corrí millas y millas sin voltear atrás, sin permitirme el llanto o pensar en lo que acababa de hacer. El cansancio me venció y cuando no puede más dormí y al dormir, me di cuenta que la oferta de muerte continuaba en pie, pero ahora alguien diferente y más escalofriante era quien me hacía notarlo. Se presentó ante mí el sucio, engañoso y deleznable engendro de Truripu. Un demonio hecho de humo y ceniza, que con imágenes borrosas me hizo saber que mi madre se encontraba en uno de los círculos del infierno. Con su voz aguda como de simio, me advirtió que de seguir con vida yo no podría ayudarla, pero de morir por voluntan propia, accedería al infierno en condición de alma maldita con un propósito. En ese momento desperté y busqué el peñasco más alto que encontré...
Hasta aquí puedo contar. El lobo ha aullado y yo logré narrar una historia sin perder mi vida de por medio. Mi mente vuelve a ser la de un niño, mi cuerpo el de un oso y el instinto animal me invade, sin que puede hacer más por el momento...
Osezno debe salir a cazar...
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