Las calles desiertas del pequeño pueblo, con casas aun en piedra medieval, someten al viajero a una paz inusual. La luz clara de la mañana contrasta con el negro vestir de las señoras mayores que aunque entradas en años, conservan la prestancia de otra época, ese gracejo que las distingue en otros mundos. Bellas mujeres. Salen de compras y paran en el barcito de la media cuadra, a conversar con amigas que la vida puso allí.
En el silencio absoluto suena milagrosa la campana, llamando feligreses y no tanto, a otro encuentro dominical.
Sofía salta de su pequeño lecho, pequeño como ella para correr a calzarse y comenzar su higiene. Su madre ya partió a misa y ella se arremanga y comienza su día.
Pequeña Sofía, aun no sabe que será madre, y abuela, y bisabuela, que sus pasos llegaran a otro País donde el domingo es más agitado, y donde 100 años después una quinta en el campo argentino lleva su nombre y su historia es repetida por niños de cabello claro y amplia sonrisa que dicen:
-Se llama así por la mamá de mi abuelo Luis, era de España.
Se viste suavemente y corta el fresco pan casero con emoción, lo unta con mantequilla que derrama olor materno y rápidamente sorbe su leche, de reciente ordeño.
Su corazón late agitado, con la arritmia del amor de los dieciocho, sabe que hoy, San Fermín, el estará allí.
En el espejo algo gastado, mira su frágil contextura con alegría y se siente bella. Se siente posible. Aún la gente no anda en las calles y tiene tiempo para pensar. La familia no aprueba su amor por él, pero su corazón es más fuerte que su madre.
Se trenza suavemente el cabello y lo recoge hacia atrás y abre de par en par la ventana para ver la fiesta. Ansiosa, nada ve, falta al menos una hora para que todo comience.
Se escapa de la realidad entre sueños y premoniciones, y se ve con su amor, lejos, huyendo de lo cotidiano, para poder realizar su sueño.
(Y sueña certeramente, Sofía, la abuela, la que tantos hijos tuvo, que tanto la amaron, más que ese hombre que no pudo o no supo darle el respeto a tanta pasión.
Proyecta sin prisa realidades que conozco, Sofía, bisabuela de mis hijos, a la que aprendimos a conocer aún cuando nunca la vimos.
La tierna Sofía, como leche tibia, bálsamo de llantos y de raspaduras, comida caliente con sabor sencillo, de otras latitudes, Sofía, Doña Sofía.)
En un santiamén todo cambia, las pequeñas calles se llenan de personas agitadas y felices, que rozagantes conversan y esperan, y desesperan, a que sus bestias sean largadas.
La algarabía se une al colorido de los pañuelos y las boinas, las camisas impecablemente blancas, que buscan la mancha de la caída gloriosa, la mirada fresca e inhumana del toro acorralado, y el murmullo azorado de la multitud.
El caserío que logra una maravillosa perspectiva entre los cerros deja de ser de rígido para parecer una móvil película llena de cabezas asomadas, coloridos pañuelos femeninos que se anudan en el cuello, manos que se agitan pidiendo al cielo la comprensión.
Sofía se agiganta en su ventana tratando de verlo, pero no lo halla aún, cada vez mas gente, (Toda la posible dentro del número de habitantes del pueblo), se prepara para correr despavorida, ahuyentando espíritus y malolientes señores alcoholizados de su lado, pero los animales no aparecen…. Se han perdido, como el silencio pacífico y la paz.
Es San Fermín, curioso nombre para una fiesta de sangre y de disturbios, aunque no tan errado si uno bucea en la profunda sinceridad del acontecimiento.
La religiosidad y el rito son hermanos, y hay mucho de eso en la costumbre festiva que nos acontece. La magia de lo incierto se une a la tradición más arraigada, uniendo pueblos, uno tras otro, buscando, en un cuerno, la redención.
Sofía tampoco sabe que una bisnieta suya nació en un 7 de Julio, la menos amada, la más sufrida, la abandonada aún sin querer, casi taurina en su aguerrida lucha por subsistir.
Fruto del amor que esperaba ansiosa en el pórtico; y que dio mucha vida en su futuro. Así se prolonga su ternura en Pilar, su energía en Agustina y Nicolás, su cálida tranquilidad en Mauricio, otros bisnietos a los que el cuidado no les falta; y su fuerza incontenible en hijos maravillosos: Luis, Elena, Paco, Antonio, y hay otros de los que no puedo dar testimonio por no conocerlos.
Ella no lo sabe; por eso uso esta corrida para que el chisme llegue, en velocidad estelar, a sus oídos suaves y ahora angelicales, para que se entere.
(Te lo cuento, Sofía, entre nosotras, mujeres que amamos, quiero que lo sepas.)
Al cambiar continuamente de sitio para encontrarlo, se pierde el momento de la suelta de toros, uno pasa tan cerca de ella que la sorprende y la asusta. Pero una mano fuerte y una bella cara de mentón partido y mirada clara, la calma y la hace tiritar a la vez.
De paso mientras corría le besa la mejilla arrebatada y la deja en éxtasis, azorada y feliz, por el cariño correspondido. Que día de gloria, él la ama.
No hubo accidentes, la gente corre, transpira, llora, permanece en una religiosa unión, se atolondra, se desvive, se cae y se levanta en permanente oración.
Lo bestial y lo celestial se unen en ese pequeño pueblo, para perderse en la voz que corre de boca en boca, de siglo en siglo y llega hasta hoy, siglo veintiuno, hasta otro país, otro relieve, otra circunstancia, sin esa costumbre,
donde un nieto veterinario, que acaricia toros en la inconciencia de lo paralelo, cría a sus hijos con la certeza del amor que de esa pequeña Sofía aprendió, que cuando anciana, lo cobijó paciente y amorosa e hizo posible su vida, su historia, en una religiosa prolongación.
Sofía nació en un pueblo, Cilleros, que conocimos con Marcelo su nieto hace 15 años.
Sofía murió en Argentina, en otro pueblo Bragado, que también conocí con su nieto hace 15 años.
Sofía es el nombre del espacio donde somos felices, una bella quinta con historia, con plantas que plantó su hijo Luis, hace 50 años, con plantas que plantó su bisnieto Nico hace unos meses, Doña Sofía, honroso nombre que la recuerda y la hace inmortal.
Sofía es tradición en nuestra familia, como San Fermín en su tierra, como dios en nuestras vidas, corriendo tras la pureza y la fuerza animal de la supervivencia, cual fiesta taurina.
Fin
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