FIDELIDAD. ( CUENTO INFANTIL)
Todos sabían, que Emiliano conocía el secreto de una mina de oro, no de otra manera lograría construir su casa en la ribera del lago y el embarcadero, desde donde sus hijos trasladaban a los lugareños al otro lado, para sus faenas.
Su vida transcurría sin grandes ostentaciones, sólo un buen pasar con hijos y nietos.
A veces, trabajaba el campo junto a sus hijos.
Por las tardes, el abuelo Emiliano, solía pasearse llevando algún nieto sobre las ancas de su burro, otras subía a la inmensidad del cerro, perdiéndose en la arboleda, siempre montado sobre su inseparable compañero. Cuando volvía, su hijo mayor se ocupaba de desensillar, limpiar, y alimentar al animalito.
Algún campesino solía decir a su compadre:
__¡Ahí viene, el viejo del burro, bajando del cerro! __
__ ¡Harto misteriosos los viajes qu´ hace, pueh!__
Emiliano, trabajaba en lo suyo, todos le respetaban, y admiraban su bien constituida familia.
Pasado algún tiempo, llegó el día de la partida de Emiliano, en su lecho de muerte, llamó a Gregorio, para que anotara las señas de un lugar:
__ “Al otro lado del cerro, siguiendo en contra la corriente del estero ... se sube, se sube en busca de su nacimiento, ya en lo alto del monte plantados casi al azar unos añosos peumos verdean el terreno; detrás de estos tres que están casi entrelazados está la entrada de mi mina; una columna natural de roca la cubre de las miradas curiosa, hay que agacharse para entrar, vos que siempre hay sido delgado como yo, no vay a tener ningún problema.
¡Goyo, cuando, ya no esté, sigue guardando este secreto, ayudando a tus hermanos y al cura del pueblo. Tenís que ser ordenado y mesurado, mira que siempre, la ambición rompe el saco!... Y cuando vayay a trabajar el filón; ándate siempre en el burro, que ya te conoce, pa que ahuyente a los intrusos__.
Emiliano, murió tan placidamente como había vivido
Pasadas las exequias, Gregorio, empezó a trabajar el filón, la prosperidad floreció en la familia. Siguiendo el ejemplo de su padre una vez al año, entregaba en secreto al párroco, un diezmo de lo obtenido.
Cierto día que Goyo, emprendió el habitual viaje a la mina de su taita, se dio cuenta que dos lugareños lo seguían. El burro como si entendiera lo delicado de la situacion comenzó a zigzaguear entre árboles y peñas.
Los improvisados espias se cansaron, sin llegar a ninguna parte, quisieron reponer fuerzas al amparo de los peumos, pero unos resoplidos y bramidos espantosos los hizo correr cerro abajo como almas que pilla el diablo.
El rebuznar del fiel burrito, distorsionado por el espacio asustó a los envidiosos, y la heredad de su amo quedó a salvo
|