‘El visitante’
‘A la vitalidad, ingenio y fuerza imaginativa de G. García Márquez’
Aquel atardecer el mar sangraba de ensueño. Un hombre hermoso y desnudo abría las aguas, cuál lo hiciese Moisés rescatando un pueblo…
Era un ser perfecto, dotado de armonía y virilidad. A decir verdad no se pensaba en su sexo; sin embargo, las mujeres se ocultaban para observarlo en secreto. Lo creían un ángel errante o un demonio caído del tártaro…
Tanto las jóvenes como las maduras, dejaron de dormir con sus parejas alegando el sopor del estío. Llevando las mantas a los palcos, les hacían mohines con pañuelos níveos en signo de sumisión amorosa.
No se lo había visto por paseo turístico, ni el haber pernoctado en algún albergue de la ciudad. Tampoco habló con nadie. Ni hiciera comentarios de cómo llegar a determinado lugar. Meramente, llegaba a cualquier hora del día o de la noche y se sumergía en las aguas silencioso y sonriente…
Tanto fue la agitación femenina que despertara, que se concebían liberadas de todo yugo masculino; acudían en masa al ‘spa’, hacían ejercicios al aire libre y leían manuales de cómo atizar a Eros…
Las abluciones del extraño visitante, despertaron sospechas en sus maridos, quienes tomaron una serie de medidas preventivas: ‘Que si ingresaran a los baños lo debían de hacer con sus retoños presentes. Siempre cubiertas en paños de colores anudados entre las piernas, cubriendo de esta guisa también los pezones y demás partes pudendas’…
Sin embargo, el pueblo estaba seco de gravidez y la última fecundación que se había efectuado ya no tenía razón ni memoria…
Eran inevitables los cotejos. Razón por la cual, los galenos del lugar, daban conferencias a la pareja sobre la importancia de la ‘calidad y cantidad’; de cómo mantener la pasión en tiempos difíciles y secretos para atraer al amor cuando se desmorona.
Las mujeres platicaban de ‘ideales y tamaños’. Los hombres retraídos cavilaban distintos trucos de seducción. Cuando estaban solos, valorábanse ‘el atributo’ destinándose toda suerte de brebajes mágicos.
Como no se llegaba a un acuerdo y cada vez había más señoras con jaqueca en casa, comenzaron a salir a la playa a despabilarse de las tareas hogareñas.
Los varones mosqueados, llamaron a vigilancia alegando ‘mal proceder en vía pública’, confinando al forastero sin que hiciese ‘nunca’ nada; salvo el no llevar bañador…
Esto lejos de dar sosiego al pueblo, lo sumió en un impetuoso desconcierto. Las damas crearon un frente de defensa, armando una revuelta a favor de circular como ‘Dios nos envía al mundo’. Que si estaba bien ‘dotado’ era su deber revelar sus propiedades, ya que la belleza que da natura es de todos cuando la hay. Escribieron toda suerte de pancartas y se instalaron con mesillas pidiendo firmas de adherentes a los transeúntes.
Como dejaron de comer y se negaban a volver a casa, tuvieron que dejar libre al presunto sospechoso de perturbar el orden y las buenas costumbres.
Las madres de las casaderas, se lo imaginaron de yerno. Para lo cual comenzaron a reunirse haciendo tertulias de futuros planes de boda. Preparaban a sus hijas leyéndoles el Kama sutra, dándoles clases de elixires eróticos, bañándolas en ungüentos extravagantes y hablándoles de los valores conyugales. Las hijas, tuvieron que aprender la danza de la ‘mujer feliz’, que consistía en finas contorsiones hasta convertirse en gráciles gacelas, atravesando la etapa de la hembra leona y otras especies sensuales de la zaga animal.
Se practicaron grititos de histerismo y se eligió la ‘Miss de rostro satisfecho’; siendo un récord en la historia de la comarca, ya que, hasta las viudas desempolvaron sus ajuares presentándose con ligas y bragas de seda.
Fue tan el revuelo que se produjo, que hubieron intentos de suicidio, traiciones de amistades fieles y aires de delirium tremens…
En el pueblo no se discurría abiertamente del fenómeno; es más, había cierto recato en no nombrarlo, como si fuese un exceso de eufemismo tácito: la ‘divina criatura’, el ‘portento celestial’ y otras menciones indirectas hicieron que su fama trascendiese las fronteras.
Sí, se aludía a la sombra perfecta que proyectaba cuando caía adormecido por las brisas soleadas de la playa. Las más arriesgadas lo declararon monumento nacional, comparándosele con la figura de un tótem nativo o de un obelisco urbano.
Lo curioso de todo esto, es que pese a lo que se pudiese pensar, no existía indicios de algo procaz e impúdico; sino todo lo hacia vislumbrar puerilmente ingenuo y en ocasiones, hasta místico.
Como el extranjero no tenía nombre, lo apodaron Adonis, Ulises, Aquelao y alias del melodrama. Las menos encaramadas pensaron en ideas nuevas de cómo sorprenderlo:
Le hicieron obsequios admirables; vestidos bordados en hilos de oro, trajes de alta costura, prendas de moda y presentes en calzados. Le regalaron un carruaje exclusivo, parasoles, sombreros, anteojos con filigrana y toda clase de amables enceres.
Escribieron una misiva en la playa con romeras y cocoteros, invitándolo a la recepción que se preparaba en su honor.
Llegaron jóvenes de otras comarcas, pues la noticia circuló vertiginosa. La banda de música se mostró interpretando valses, boleros, tangos y piezas diversas. El pueblo apiñado explotó en gran algazara. La fiesta duró un tiempo difícil de referir. Ya que todos participaron; hasta los esposos más porfiados. Los niños que trajeron de la cercanía hicieron castillos en la arena, las damas presentaron sus manjares y el mocerío y los versados, danzaron primorosas composiciones.
Los candiles encendidos dieron un aspecto tan esplendente del que se le viera nunca. Como todos reverberaron en cuerpo y espíritu, quedaron en asistir al pueblo en expectantes festejos futuros.
Se volvió a sentir apetitos de amar y de reír por el sólo hecho de abrazar el asombro de la naturaleza. No permaneció nadie sin el cosquilleo característico, ni siquiera las aves y los animales quedaron eximidos de tan extraño picor…
En los techos de las casas brillaban grandes huevos de cigüeñas y se agrandó el granero y los corrales en señal de abundancia.
Conscientes del error, las vecinas fueron deponiendo sus odios, desde los más furtivos a los más históricos; los maridos resentidos disculparon a sus esposas en señal de fraternidad conyugal. Los escritores que nunca se animaron a lanzarse al vacío, se arremetieron con temas espinosos y los poetas cantaron como nunca odas a la provocación.
Cuando las aguas del mar embravecieron, se dieron por terminados los agasajos. El acaso aportó a la costa un insólito bulto envuelto en ramas secas. No se quiso abrir de inmediato por temor a lo desconocido. En el santiamén que el gentío se apiñaba fisgón y feliz, se dio la orden de acometerlo: era la figura inerme del célebre forastero con ‘la sonrisa más prodigiosa que se conociera jamás’…
Luego de nueve lunas, las damas asomaron en estado ‘interesante’ y se llenó la comarca de vegetación en su preñez. La primavera participó eternamente rebasando todo con sus brotes. Al pueblo desde ese día fue conocido por su espesura pródiga y a sus habitantes el deambular ‘ardidos de amores’. Motivo por el cual se potenciara el mito de visitante tan sugestivo…
Como no estaban seguros de qué hacer, lo restituyeron al mar desapareciendo para siempre su cuerpo entre las brumas, mas no así su maravilloso prodigio…
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