Las noches se hacen interminables. Además del calor, están los pensamientos, las muertes, los gestos vagos de los fantasmas que no me dejan en paz.
Paz, no siento paz desde que nos despedimos en la terminal. Y aquí, o acá, que nada me queda sin vos, la voy yugando en este lunfardo mal hablado, para encontrarme.
Y no me encuentro, porque no quiero perderme, no puedo dejar de pensar que, de nuevo, estoy por estas calles que me hicieron querer encontrarte a la vuelta de cada esquina. Como un suplicio, como un capricho de alguien que está de acuerdo para hacerme pagar caro amarte.
Puede sonar extraño, tal vez realmente lo sea: pero la muerte que llevo encima se desespera ahora, que de nuevo me siente sin vida, mi vida, porque no sabe reconocer el idioma perdido que no encuentro, ni quiero.
Al menos, así, los días pasan.
Al menos, ahora, las noches son nuestro punto de encuentro para llorar en silencio por todo lo que no tenemos cuando no estamos juntos...
Te extraño, así como no extraño a esta enorme bestia, que cada noche me sigue rugiendo, para sacar mis garras de su cuello muerto. |