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Inicio / Cuenteros Locales / juant / Historias del bar del murcho: Horacio

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1.
El bar del Murcho es uno como tantos, o como tantos que había antes: una gran barra de madera dura al fondo, con botellas entre cerradas y a medio uso en repisas contra la pared del fondo, todas con pinta de haber pasado muchas primaveras esperando algún consumidor, una iluminación que en primer lugar parece deficiente, cuando en realidad se trata de que son tan solo un reflejo del espíritu de aquellos clientes que pasan sus tardes allí, viviendo y conviviendo, compartiendo su escaso presente y en algunos casos su interesante pasado: el golero del club de la localidad en su mejor época, el árbitro de aquellos y tantos otros partidos, que se convirtió en gran amigo de quien ya lo supo maldecir a él y su familia en aquellos partidos vívidos en la memoria del bar. También entre ellos solía estar el fundador del primer periódico que hubo hace ya muchísimos años, antes de que este pueblo perdido fuera globalizado y estandarizado y catalogado y llenado con alguna cultura importada.
Una historia que ha pasado de boca en boca por algunas décadas es la del escritor de cuentos Horacio, que fue un asiduo cliente del bar en otros tiempos. A veces el humores de todos los asiduos del bar (y posibles dueños, ya que nunca quedó claro si el pelado Cáceres, que atiende la barra, es el dueño) coincide y deciden iniciar en la historia a algún personaje que se arrima al bar. Estos personajes entran y pasan ahí un tiempo, algunos vuelven, otros se dan una vuelta de vez en mes y otros simplemente no vuelven. Pero no viene al caso.

2.
La noche del jueves pasado fue uno de esos momentos de coincidencia de humores. Hubo un corte de luz que llevó a que no hubiera partido para ver. Se fueron prendiendo velas y los asiduos de siempre se empezaron a buscar entre las mesas y se encontraron con las miradas de todos más las de un desconocido que tomaba una grapa y miraba por la ventana hacia algún punto lejano del pueblo iluminado en ese momento tan sólo por una menguante luna. Así como se encontraron sus miradas, se levantaron de las mesas para dirigirse hacia la barra, quedando todos de espaldas al desconocido, y desde allí se dispusieron a hablarle.
-Eh, hombre, acérquese a los que quedamos por acá –dijo el golero.
-No, gracias, tengo ideas que rumiar y prefiero hacerlo desde la soledad.
-¿Hacia fuera como mirando hacia el futuro? –dijo con un tono preocupado el árbitro.
-Y…si se quiere, si.
-Pah, será posible que se nos sigan presentando personas así che, no hay caso –dijo Cáceres sin dejar de secar unos vasos con un repasador.
-¿Así cómo? –dijo el desconocido, saliendo desde el fondo de sus pensamientos y poniéndose en fin a disposición de esos hombres.
--Bueno, chico nuevo, acérquese y páguese una ronda y le contaremos a quién es que se parece –dijo el Doctor, que hasta el momento se había mantenido en silencio.
El doctor era otro de los asiduos, y se le decía doctor a fuerza de costumbre más que por alguna certeza de que esa fuera su profesión, era un viejo reservado que se presentaba en traje y siempre fue medio dado a decir poco y pensar antes lo poco que decía.
El “chico nuevo” se pasó, miró la puerta del bar como para irse, desconfiado de lo que esos tres viejos y el que atendía podrían contarle, podría tratarse de una manera de joderlo para que pagara tragos simplemente, pero al final miró hacia la barra y se enfiló hacia ella, sentándose en el taburete libre quedando con el árbitro y el golero a su derecha y el doctor por su izquierda, con la mano dibujó un ademán en el aire indicándole a Cáceres que sirviera una ronda para todos.
Quedaron entonces a la luz de dos velas que estaban puestas sobre la barra y tomaron cada uno un sorbo de su grapa. El nuevo no parecía apurado porque le contaran de qué se trataba eso de su parecido a otros, así que se pasaron un rato en silencio, cada uno en sus pensamientos.

3.
Cáceres tomó la batuta y mientras seguía secando vasos le dice al nuevo:
-Te pareces a Horacio, el futuro gran escritor.
-Horacio –siguió el relato el árbitro- era un muchachito de nuestra tierna edad que venía todos los días a escribir y conversar, se sentaba en aquella mesa donde estabas vos y pasaba horas como en un trance, mirando hacia fuera, cada tanto anotaba un párrafo en su libreta.
-Uno o dos párrafos, máximo –acotó el golero.
-Ajá –dijo el nuevo, dejando que los demás siguieran con su narración.
-De a poco se nos fue acercando –siguió entonces el árbitro- y nos contó sus grandes planes. Al parecer, era un escritor que prometía, había escrito toneladas de historias que al parecer lo codeaban (según sus palabras, claro) con los grandes de la literatura nacional. No se andaba con chiquitas, y calculaba que tendría que empezar a aprender otros idiomas para poder traducir sus cuentos él mismo, para que no perdieran su esencia.
-Si nos ponemos realistas –intervino el Doctor- era más lo que conversaba y pensaba de lo que escribía, pero tendría sus razones.
-¿Y alguna vez leyeron algo de él? –indagó el nuevo.
-No no mijo, porque el tenía todo guardado acá –dijo el árbitro tocándose la cabeza- todo guardadito, los libros y todo lo demás-
-Estaba loco pues, no me sigan contando las peripecias de un loco que para eso están los diarios y las novelas.
-Locos estamos todos un poco –dijo el Doctor que mantenía una mirada indiferente hacia su vaso de grapa-. Tengo entendido que era cierto que sus historias eran muy buenas porque me llegó a contar los inicios de algunas y los finales de otras, y uno quedaba como hechizado.
-Pero, ¿para qué me cuentan todo esto?
-Bueno, es que te queremos prevenir, para que no termines como Horacio –dijo el golero.
El nuevo quedó como preocupado pero se excusó y fue al baño, el resto quedaron sentados callados esperando que volviera.

4.
El ambiente estaba en una penumbra fantasmal, con ningún movimiento en la calle y alguna luz ocasional de algún auto que pasaba a lo lejos, aunque nadie parecía sentirse afectado, el calor de diciembre hacía a todo pegajoso y volvía a los movimientos un poco pesados, un poco demasiado difícil. En eso vuelve el nuevo despacio para no chocar contra mesas y sillas, maldiciendo al corte de luz.
-Horacio –retomó el golero- salía en su coche a pensar sus historias en la tranquilidad de la noche. Se gastaba un tanque de nafta entero por noche por andar pensando tranquilo y en movimiento, que al parecer lo ayudaba. Una noche se metió por el camino allá a la salida de la ciudad, es un caminito triste que lleva a tres casas al fondo, al que ni siquiera llega la luz.
-Pero Horacio, al parecer, –siguió el árbitro- vio que a lo lejos había una luz, y se preguntó quién sería el dueño de esa casa tan lejana, y cómo era que no se había enterado de su construcción considerando que en este pueblo chico la vida privada es un término de relativo alcance. Así que decidió enfilar su auto hacia esa luz, y vio que había un camino de tierra hacia allá. Se puso contento ya que había encontrado un lugar para pensar tranquilo, sin ninguna distracción. Así que se mandó.
-Después de cinco minutos más o menos –tomó la posta el golero- empezó a llover torrencialmente, pero Horacio en vez de dar vuelta siguió adelante. Inexplicablemente el camino de dejaba transitar sin convertirse en un barrial, y eso que su auto no era precisamente un todoterreno. La vegetación del borde de la ruta empezó a hacerse más espesa y se convirtió en dos paredes de árboles que parecían abrazar al auto.
-Había un par de personas al costado de la ruta que caminaban más bien lento, siempre dándole la espalda al auto, yendo también hacia la luz de la supuesta casa.
-De repente –Cáceres toma la palabra por primera vez- tanto árbol dio lugar nuevamente a la nada, al pasto ralo contra el suelo, y la luz no parecía habese hecho mucho más grande a pesar de que había estado manejando un buen rato. Iba ya con la reserva del tanque. Decidió parar el auto pero el freno no funcionaba, y aflojarle al acelerador no servía de nada tampoco. Fue a tocar la llave para apagarlo de una, ya nervioso, pero se quemó los dedos, la llave estaba que ardía. Mirando a los costados se dio cuenta de que a su lado estaba transitando un tren.
-Pero acá en la región no pasan trenes, hombre –dijo el nuevo, escéptico.
-Pero esa noche y en ese punto perdido, pasan –aclaró el doctor.
-El tren –siguió Cáceres- era oscuro y oxidado, como si ya no se usara pero sin embargo estaba en movimiento, no se le veía logo alguno, y tampoco pasajeros en las ventanas. Iba muy lento, cual marcha fúnebre. Horacio miraba maravillado, sin entender demasiado pero aceptando todo lo que le estaba pasando, con cierto terror.
Horacio prendió la radio para calmar un poco sus nervios pero no pudo sintonizar ninguna radio, solo lo acompañaba la estática. Su realidad era el auto que se negaba a dar vuelta y la estática de la radio a un nivel ensordecedor. Estaba sudando de los nervios.
En esas, la luz se vio cada vez más cerca, más cerca, hasta que todo lo que se veía era un blanco total, para pasar después al negro imperante.
-Al otro día de mañana –siguió el árbitro- el auto de Horacio apareció enfrente a las tres casas a las que lleva el camino triste, y ni rastros de Horacio.
El nuevo, que se había mantenido atento a toda la historia, hizo un fondo blanco de la grapa que le venía quedando y se empezó a reír, con una risa entre nerviosa y burlona.
-Muy linda historia se han mandado, vale las grapas que les pagué, pero me parece un cuento de terror medio barato nomás.
Los cuatro hombres ni se inmutaron, quedaron un rato en silencio y el nuevo pagó la cuenta y se encaminó hacia la puerta despacio para no chocarse con todo, en eso Cáceres le dice:
-Bueno hombre, ahora que sabe quién es Horacio, a ver si deja de pensar mucho y hacer poco, que sino va a terminar como él, convertido en pensamiento.
-¿Convertido en pensamiento? –dijo extrañado el nuevo.
-Claro, la razón por la que sabemos lo que le ha pasado a Horacio esa noche es porque él mismo nos lo ha contado, a veces cuando estamos demasiado perdidos en nuestras tribulaciones él viene y nos agarra desprevenidos y nos transmite sus pensamientos, piensa con nuestras cabezas.
-Pero ustedes están todos locos –dijo el nuevo y se fue del bar.

5.
Al otro día, en la tarde, el nuevo estaba en su trabajo viendo qué haría de su vida en este año que arrancaría en cualquier momento y de repente, sin proponérselo, siente otra voz en su cabeza que le dice “todavía no he podido apagar este maldito auto, y por acá empezó a nevar, y entre la oscuridad y el frío me tiene atrapado pero tengo una idea genial que puede ser el inicio de una interesante trilogía que tiene un estilo muy europeo pero que puede ser llevado al cine y…”
El nuevo se quedó helado, sentado como estaba, de repente sin entender nada, de repente entendiéndolo todo, mientras Horacio le contaba sus planes.

Texto agregado el 19-01-2007, y leído por 140 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
19-01-2007 Ok. Fue víctima de Horacio, el nuevo visitante del bar. No logro atrapar la idea central del cuento -como historia de terror, de fantasmas, de no se qué-, pero la ambientación y la intención son dos elementos, unidos a la buena escritura que ya dicen mucho de su autor. cvargas
19-01-2007 Me parece interesante lo que se cuenta en estos pequeños capítulos...Las historias de bares, sazonadas con fútbol y escritores son un buen tema. La trama me llama la atención, a pesar de su extensión para llegar al final, me quedé un poco confundido con el remate (cuestión de volver a leer). Rescato la pulcritud y el orden en tu narración. Saludos y felicitaciones. cvargas
 
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