Era alta como una torre, haciendo taconear siempre sus zapatos puntiagudos, joven no más de treinta, de esas mujeres que te impactan a primera vista. Miraba de un lado a otro nerviosa, preocupada; observaba el reloj como esperando a alguien, pero él o ella no llegaba ¿Quién? Me preguntaba, quién podría hacer esperar a una diosa como ésa. Me vi tentado a acercarme; sin embargo, mi enfermiza timidez me impidió hacerlo, a pesar de que las ganas y la curiosidad me mataban. Decidí alejarme y dejar atrás el deslumbramiento por aquella mujer; pero justo cuando disponía a retirarme algo llamó mucho mi atención, era la joven mujer que se subía a un auto rojo muy elegante. Me detuve, nuevamente, y con disimulo observé la escena. Un tipo con traje y con una corbata llamativa, seguramente también cara, conversaba algo alterado con la joven, ella contestaba de igual forma. Al parecer la discusión subió de tono, porque la mujer se bajó del coche violentamente; mientras el tipo la sujetó del brazo y la zarandeó. Corrí hacia ellos, no sé por qué, estoy seguro de que por nadie que no fuera esa bellaza hubiera hecho algo parecido, cogí la mano del tipo y la aparté de ella. El tipo se sorprendió y cerró la puerta con fuerza y arrancó el automóvil, ella se quedó parada en la vereda con unas lágrimas negras y densas rodándole por las mejías, yo estaba pasmado ante lo que había hecho.
Qué estúpida, qué idiota he sido- exclamó ella; mientras levantaba la mano para parar un taxi.
Antes de subirse, se plantó frente a mí intentando sonreír y luego me dio un beso en la boca.
- Gracias, ningún hombre fue realmente tan amble conmigo como usted.
No dije nada, no hice nada. El taxi partió velozmente y yo me quedé ahí como un sonso, tímido, sonsamente tímido.
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