Andrés tenía la certeza de haber marcado bien, pero una voz amable y resuelta le contestó: Equivocado señor. Una voz sin rostro, anónima, puro sonido.
- Disculpe señorita, no fue mi intención...
- No se preocupe, señor, en este horario sucede con frecuencia...
- Parece que las líneas están saturadas...
No era necesario ser clarividente para darse cuenta que al otro lado de la línea aún existía alguien afable, especial, pensó Andrés, que ya estaba habituado a recibir andanadas de diatribas por equivocarse en las llamadas. Y ahora sin querer tropezaba con alguien más tratable, más accesible. Por eso se aventuró a dilatar la conversación. Y del tema de la línea recargada pasaron a otros : al tiempo, la carestía, los atentados en Inglaterra, etc...eso si...todo con cautela, probándose, estudiándose, como dos boxeadores en el primer round.
A los quince minutos, Andrés ya había insinuado que era soltero, más bien solterón, sin compromisos, que tenía 42, que era mecánico y vivía al final de Paicaví y había averiguado que ella se llamaba Patricia, que era morena, tenía 28 años, y también vivía sola.
A la media hora...
- Patricia, Sería para mí una tremenda alegría conocerla
- Pero, Andrés, si recién nos venimos conociendo por teléfono. ¡Que va a pensar usted de mí!.
- ...que es una joven de estos tiempos, no más.
Y consiguió la cita.
-Estaré allí, mañana, a las cinco. Llevaré un vestón de cotelé color ladrillo y una corbata color burdeo, soy más bien bajito. Iré en micro. A pesar de ser mecánico, no tengo auto. Usted sabe: casa de herrero cuchillo e palo.
-No se preocupe Andrés, lo reconoceré de inmediato. Yo iré con unos jeans azules y unas botitas blancas, soy más bien delgada.
Y fijaron como punto de encuentro la esquina de una concurrida multitienda comercial..
Al colgar, recién Andrés se dio cuenta que no le había preguntado el número de teléfono. Pero bueno...ahora eso carecía de importancia.
Aquella voz, un poco cantadita, arrastrada, como recién llegada del sur, pero suave, había albergado en su corazón, la imagen de una mujer sencilla y complaciente. Siempre había soñado cimentar una relación estable y permanente. Estaba aburrido de esos amoríos fugaces que nunca llegaban a buen puerto. Las mujeres que había conocido nunca le perdonaron ese olor indeleble a mecánico, ese olor pegajoso a bencina, a aceite de motor que jamás lo abandonó. Con ella, sería distinto, seguro que cuando llegara en la noche, cansado, después de haber estado todo el santo día en el taller, lidiando con las tuercas, las latas y los fierros, ella naturalmente, evitaría recordarle lo áspero y rugoso de sus manos, y lo atendería como a un rey. Ahora tendría por fin un aliciente para postular a la soñada casita propia y de una vez por todas abandonar esa fría pieza de pensión. Ojalá, pensaba, también le gusten los animales y las plantas para podar juntos los rosales del jardín. Y se acostó feliz pensando en la cita.
Patricia, también cuando colgó, sintió una dicha inmensa. Ya no andaba detrás de figuritas ni de príncipes azules (le bastaba con esa amarga experiencia vivida en su pueblito natal) sino más bien tras un hombre bueno, con los pies bien puestos en la tierra, que entendiera su soledad, que tuviera gustos sencillos, ojalá una casita propia, que tolerara a su gato y que se recogiera temprano y así tener tiempo para poder regar los rosales del jardín.
Andrés, el de la llamada equivocada, le gustó. A ese hombre, ella le podía ofrecer toda su ternura y toda su pasión comprimida. Y esperó con impaciencia el encuentro.
Pero, al costado de los ensueños e ilusiones, siempre camina esa sombra pegajosa y vejatoria: La Duda.
De modo que esa noche Andrés elucubraba:
- ¿ Y si fuera una neurótica la Patricia esa?. Una comadre que se ríe en la fila. O una solterona miope y flacuchenta. Al final de cuentas ... la voz no es todo...
Por su parte, Patricia también colegía:
-¿Y si no fuera más que un viejo guatón y... casado más encima..? ¿O un loco degenerado? Un aventurero. Un oportunista que anda buscando citas ciegas para “engrupirse” a mujeres solas.
Andrés, no se ciñó a lo acordado y fue a la cita con un vestón azul marino y corbata gris..
Patricia también hizo lo mismo. No llevó los jeans azules, sino un traje sastre color salmón
Nunca se supo quien llegó primero. Pero eso carece de importancia .....pues ... ¡ Nunca se encontraron!
Hoy... de vez en cuando... en la soledad de su cuarto de pensión, Andrés hace titánicos esfuerzos por recordar un número telefónico. Y Patricia... se estremece y sobresalta cada vez que suena el teléfono... esperando... que esa sea una llamada equivocada.
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