No pensé que fuera tan temprano, aun quedaba tarde. El sol se suspendió sobre la viña mientras las parras corrían debajo como haciéndole cosquillas, un paisaje naturalmente bello para lo que es Santiago hoy en día. Resulta casi aterrador observar la veloz expansión de las casas que se acercan decididas y amenazantes a las faldas de la cordillera.
Al virar la cabeza es otro el panorama, la espalda de un gordo chofer cuyo foco visible es, inevitablemente, aquella línea de entreglúteos que asoma chistosa. Cuando por un momento mis ojos decidieron reemplazar la Viña Cousiño Macul por la graciosa imagen, subió ella. Desgraciada físicamente. Baja, de piel más bien oscura, sin división clara entre el tronco y las extremidades, ojos grandes y distantes cubiertos por una sola ceja a lo largo de la frente.
Cuando ya estaba a mi espalda algo se movió en el asiento de la derecha, al otro lado del pasillo. Algo que yo sabía era un señor de camisa amarilla muy vistosa que llevaba bastante tiempo sentado en el mismo lugar lo que en virtud le impedía transformarse de pronto en un atractivo para mi curiosidad viajera. Sin embargo mis ojos se clavaron en él exactamente luego de que la mujer pasara a mi lado.
La razón explícita e inmediata de mi observación era la fulgurante camisa del señor, no obstante, mi “reojo” buscaba voluntarioso e independiente la figura de la muchacha, entonces me di cuenta que, quizás por primera vez, tenía dos puntos de contemplación. Un sentimiento extraño me embargo rápidamente y opte por voltear en el acto y volver a las parras, ahí fue donde comenzó todo. Mi razón se partió en dos, sí, era un Rubén contra el otro. Sentí en lo más profundo de mí espíritu el primer zarpazo:
- ¿A quién mirabas... a la negrita esa?
- ¿¡Qué!?. Estúpido miraba al caballero de la camisa amarilla, además es horrible.- Argumentó mi otro yo.
- Pero igual la mirabas. Yo te vi.
- No seas ridículo... ¿qué podría encontrar en ella?
- Lo suficiente como para mirarla como lo hiciste.
- Y dale con el cuento, ¿dónde quieres llegar con esto?.
Fueron un poco más de cinco minutos de esta peculiar trifulca ante la serenidad de un tercer Rubén, un tercero que no era otro que yo mismo, el verdadero yo reconocido entre los otros dos y que crecía cada vez más en su condición de observador. Fue como si dos engendros se apoderaran de mi propio cuerpo para permitirme ser solo un testigo. La misma ventana de hace un rato me fue otorgando protagonismo en forma gradual, su imperturbable calma me dio el espacio necesario para comprender que no podía ser sólo un observador de mi loca historia, que el verdadero yo, bautizado así por la paz de mi vida, sería quien debía terminar con el conflicto. Lamentablemente caí de súbito en un castigador veredicto al respecto que al parecer fue lo más certero para explicar todo lo sucedido, primero lo pense y luego, como agua y sal, escurrió entre mis labios y en tono amargo dije: ... “Soy un demente”... En ese preciso instante ambos yo detuvieron su discusión como dos hermanitos callados por la firme voz del padre, se desvaneció así tal separación de personalidades. Así es, sin dudarlo uno de ellos se unió al otro por un objetivo en común: no hacerme creer un enfermo mental. El problema es que desde entonces... vivo con la duda.
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