Basado en un hecho demasiado irreal para ser cierto.
El afamado ex futbolista esperaba con nerviosa expectación el arribo de su novia. La iglesia estaba a tablero vuelto ya que el evento había concitado la atención de todos sus numerosos admiradores. Las calles aledañas habían sido acordonadas por orden del Intendente que tenía muy claro que un asunto de tal magnitud podría considerarse como situación de alto riesgo. El pueblo, ingrediente principal de este pastel mediático, aclamaba al retirado jugador y este retribuía tales demostraciones de cariño con espontáneos besos que lanzaba al viento como saetas amorosas. A la hora fijada, es decir con media hora de atraso, apareció la alba limusina. El griterío se hizo incontenible. Los vivas y los hurras inflamaron las gargantas exultantes de esa gente modesta que de algún modo u otro se presumía partícipe privilegiada de todo este óbito y también contrayendo un sagrado y perpetuo vínculo con estas celebridades. La novia lucía un largo y vaporoso vestido blanco que más de alguno pudo suponer que había sido confeccionado por expertos gusanitos de seda traídos especialmente de Oriente y que, por supuesto, habían cobrado su precio en oro. El feliz contrayente sonrió efusivamente y de inmediato fue rodeado por sus familiares para emprender su consabida caminata hacia el altar. Finteando bancas, adornos florales y cabeceando sueños, el moreno y gallardo delantero de mil batallas de noventa minutos con sus descuentos incluidos, hizo un pase magistral a uno de sus padrinos, entregándole los anillos de la boda. A metros del altar se detuvo y haciendo uso de su envidiable visión panorámica, recorrió las aposentadurías para ver sentado en una de las bancas a su padre fallecido, quien le sonreía a punto del esfumo. Con los ojos llorosos, contempló a todos sus amigos, casi todos ex futbolistas como él, que le sonreían, deseándole éxito en este trascendental lance. Estatuario, elegante, digno, se ubicó a tres cuartos del altar, justo en ese punto en que el templo se divide en dos mitades. La novia comenzó su raid por la elegante alfombra roja extendida especialmente para la ocasión, sujeta al fuerte brazo de su padre, quien vestía impecable traje negro que le daba una apariencia indesmentible de guardalíneas. No digo árbitro porque para eso estaba el sacerdote que aguardaba contemplativo como los protagonistas estaban a punto de ser bendecidos. El ex jugador recibió a la hermosa novia, cuyo rostro estaba cubierto por un exquisito velo que difuminaba sus facciones. La madre del novio comenzó a lloriquear como una bendita, acción que fue imitada por su futura consuegra, quien sacó un magro pañuelito, insuficiente para contener tamaña catarata de lágrimas.
-Hijos míos. Estáis aquí para contraer el sagrado vínculo…-La suave voz del cura se deshizo en multitud de ecos que se desperdigaron huidizos hacia las alturas del templo, transformando su ceremonioso discurso en algo ininteligible. Todos asintieron sin embargo porque era necesario hacerlo.
-¿Aceptas a este hombre por tu legítimo esposo?- preguntó el sacerdote con ese desgano que proviene de saber con certeza la respuesta. Inexplicablemente la novia lanzó un suspiro que igual a una pequeña brisa, salió de sus labios para pasar por delante del rostro del cura, luego se elevó rasante, se estrelló contra el palo derecho de un crucifico y se desplomó hecho vapor en las pulidas baldosas del altar. El sacerdote validó esta acción como un sí, quiero y de inmediato le preguntó al ex jugador con idéntica parsimonia y aburrimiento, la misma letanía. Este abrió su boca de labios gruesos, como tallados a mano y dijo…
El escándalo fue mayúsculo, los diarios se agotaron antes de salir de las rotativas, la radio y la televisión no hablaban de otra cosa que no fuese de este fallido matrimonio. Algunos aducen que hubo infidelidad, otros, motivos pecuniarios. El más osado aventura que cuando la novia le acercó su rostro a su prometido, lo hizo para confesarle que no sabía preparar una cazuela. Y este, sin dudas, era un motivo suficiente para desahuciarla como esposa. Ustedes saben. Del árbol caído todos hacen leña, menos las termitas que se los comen con hojas y todo. Los puristas dicen que la verdad prevalecerá por sobre todas las cosas. Los escépticos, a los que me sumo, aseguran que la verdad, esa palabra hermosa, ideal pero impracticable, será un objeto de subasta. Un bando cobrará elevadas sumas por contarla y el otro pagará el doble por acallarla. Quien sabe nada. Sólo el tiempo lo dirá…
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