Con los años uno sin darse cuenta
se va volviendo un coleccionista.
En mi caso -y no sé exactamente desde cuando-
colecciono monedas de países que no conozco,
colecciono pronósticos del tiempo,
horóscopos y astrologías,
colecciono nombres de mujeres en orden alfabético
con su respectivos besos, abrazos y palabras olvidadas,
colecciono crucigramas en blanco
que aspiro algún día llenar,
colecciono libros, apuntes y poemas de amor,
colecciono fotos viejas y recuerdos de papel,
colecciono sueños y tristezas sin orden ni interés alguno,
colecciono saldos de alegría
para futuras penas y melancolías,
colecciono triunfos y partidas de ajedrez,
colecciono hazañas y heroísmos ya olvidados,
colecciono diálogos e insensateces
que las gentes dicen al pasar,
colecciono relojes con tiempos desiguales
que marcan las horas que habremos de pasar,
colecciono periódicos viejos con vaticinios del ayer,
colecciono agüeros con el trece,
con paraguas abiertos, escaleras inclinadas y gatos negros a la vez,
y, por último, colecciono oraciones y promesas de Dios
para que cuando deba dejar este mundo
tenga mi pasaporte listo para toda la eternidad.
Bogotá, Enero 21 de 2004 / 10:25 a.m |