Carta para mi puerta


Cuanto vientre tocas lo conviertes en sustancia efectiva e inocente que luego se te escapa como todo lo amado. Sin más mérito que un sospechoso inculpado del crimen de la vida te fugaste del puño del que debió ser el padre. Caminabas por el sendero de las noches ebrias, llenándote de besos y sudores nunca propios (nunca) y venías a contarme a mi (¡a mi!) que la soledad es una espina indomable que se cruza en la garganta mientras más gente pasa.
Hoy vine a perdonarte y con ello perdonarme a mi misma. Después de todas las peleas; contigo y sin ti; por tu causa (y la mía) heme aquí, sacando con cuidado el parche donde pinté palmas y gaviotas viñamarinas, para que no vieras el rencor debajo.
Este crimen de andar por la vida queriendo ya me mancilló de nuevo hace rato, negando, otra vez, el deber de perdonar. Esta carta es para mi puerta, para acordarme de quien no llora y no mama.
Brindo por quien me traiga el camino y se acerque con las manos tibias a caer en este círculo de vaivenes, enredándose conmigo para amar y sufrir, para mentir y crear. Brindo porque cada vez se teme menos temiendo más.

Salud!