Bajo Aquella noche soleada, donde los soles habituales se estremecen y lloran hasta convertirse en estrellas, me encontraba yo, sentada junto a un muro de escamas. A mi lado un alma compartía mi espacio. No me aventuraría a llamarla amiga pues sus ojos no se animaban a mirar mas allá de esa cortina de espejos. Era en vano compartir aquellos pensamientos que sabia que se desvanecerían. Me tenia miedo. Quería irse pero no se atrevía. Es por eso que me limite a dejar que ella robara las palabras de mis labios. Yo tomaba las suyas con mis manos, luego las cerraba y las asfixiaba hasta hacerlas polvo. Era un sentimiento agradable, de extremo placer.
“Estoy triste” balbuceé en la larga espera de un abrazo.
“Jaja! Me pasa lo mismo cuando estoy aburrida!”
“Es que vos no entendés nada” le dije con una sonrisa irónica y me rendí. Ese abrazo no está.
Escurrí mis sentimientos y los guardé cuidadosamente en mi cajita. Aquella cajita que todos llevamos dentro, muy en el interior. Donde escondemos todos nuestros miedos y angustias, y porque no alguna sonrisa? Pero cada vez es más grande y más fuerte, se torna incontrolable. Sin embargo, mientras permanece escondida y cerrada es lo que me mantiene viva, me afirma que no estoy completamente sola. Hasta que llegue el día de mi muerte, cuando el gran cajón me lleve a las profundidades. Es ese momento en el cual la pequeña cajita renacerá , librándose de aquellos tesoros que esconde, los que recorrerán cada hueso de mi cuerpo y me harán desaparecer.