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Hablan de una isla extraña. Fue conocida por un improvisado viajero que decidió echarse al mar o mejor dicho al océano en una también improvisada embarcación: una bañera. Eran tales las ganas que este joven tenía de viajar, que no le importó arriesgar su vida de ese modo. La bañera resultó cómoda pues cuando se sentía cansado por el viaje o sudaba en exceso a causa del sol que a todas horas le acompañaba, el viajero, ni corto ni perezoso, abría el grifo de la bañera y se lavaba con agua salada. Cuentan algunas viejas chismosas que con ello, al cabo de varios meses (los que duró su primera travesía) logró tener una capa externa parecida, en aspecto y solidez, a la de los percebes, incluso una vez, descansando sobre unas rocas en la Costa de la Muerte hubo algún despistado percebeiro que intentó atraparlo burlando las olas, ¡suerte que nuestro amigo siempre iba bien documentado! a diferencia de los percebes…

Pero esa no es la historia que os iba a contar. En su primer viaje, como decía, el joven, que se puede llamar, por ejemplo, Ogai, topó con una colorida isla, cuyas aguas estaban repletadas de peces nunca antes contemplados. Había unos especialmente interesantes. Peces, que se hiperventilaban, cogían aire una y otra vez hasta que, cargados del mismo, empezaban a subir cada vez más alto, salían a superficie pero no se quedaban ahí sino que seguían subiendo más y más arriba. -¿Hasta dónde?- os preguntaréis, pues hasta que estaban tan cerca del sol que les entraba un horrible calor y, al aflojar los carrillos para ventilarse unos a otros, caían, como Ícaro, al agua de nuevo. Esto les divertía muchísimo pues en la caída hacían mil y una acrobacias, caían haciendo la bomba, el salto del ángel, de barriga… y algunos tapándose la nariz para no tragar agua porque no eran expertos nadadores. Eran unos peces muy juguetones pero imaginad lo complicado que se hacía pasar con una “embarcación” entre ellos intentando que ninguno acabase estrellado sobre la cubierta. Estos eran los más atrevidos. Después había unos extremadamente aburridos, que se pasaban el día contemplando su reflejo en el agua que se quedaba entre roca y roca, suspirando y colocándose bien las coletas o las trenzas si éstas se habían despeinado en un remolino. Un rollo de peces. Otra especie singular de la zona eran los peces –yoyoyo-, eran animales que vieron la película “Tiburón” el día del estreno y a los que les gustó tanto su banda sonora que intentaban imitarla poniéndose en fila, uno tras otro y levantando el lomo hacia la superficie, en dirección a la costa, mientras gritaban –yoyoyo-. Por entonces, por suerte, no había pececomios, si no, quién sabe dónde estarían estos últimos hoy día.

En Tuverasquecosa, que así se llamaba la isla, no sólo habitaban magníficos peces sino también personas y algún que otro animal ajeno al agua. Era una isla en cuesta, esto quiere decir, que si a uno se le apetecía darse un baño en el mar, sólo tenía que hacerse un ovillo o una croqueta y dejarse caer cuesta abajo. Incluso los ancianos lo hacían, demostrando, con su técnica, ser unos expertos en la materia.

Cuando el joven Ogai arribó a sus costas, todos y cada uno de los habitantes de Tuverasquecosa había rodado hasta la orilla del mar pero lejos de tratarse de una bienvenida, en su fruncido ceño se adivinaba que de otra cosa se trataba. El joven dejó su bañera bien atada a una roída madera, que custodiaba un cangrejo ermitaño (al cangrejo no le gustó la cara de Ogai, le recordó a un primo hermano suyo con el que había hecho una apuesta que nunca le pagó; al chico tampoco le agradó la cara del animal pues se asemejaba a la de un perro que le mordió de pequeño cuando compraba un paquete de gusanitos en el kiosco de un vecino). -¿Qué ocurre, señores?- preguntó interesado el joven. La respuesta que recibió de la alcaldesa del pueblo, señora muy alta y con pies muy pequeñitos que usaba un gran bastón para poder andar correctamente, fue que no sabían que hacer con la isla. Le explicaron que la isla se movía mucho por las noches, que habían perdido turismo por la mala cara que ésta les ponía a los recién llegados y, además, más de uno y más de dos tuverasquecosianos le habían escuchado sollozar por la noche. ¡Vaya, una isla que llora!

Ogai, aseguró que a él la isla no le había mirado mal pero que tampoco podía asegurarlo porque estaba medio dormido cuando llegó (cosa que no debía haber hecho porque corría el riesgo de perder la licencia de conducción de bañeras en alta mar). No obstante, tras mucho cavilar, saltar sobre un pie, saltar sobre el otro y rascarse la cabeza, Ogai les expuso, que la solución era dejar suelta a la isla, es decir, levar las anclas que la mantenían fija donde estaba, dejarle pasear a su libre albedrío. Así lo hicieron todos, no sin asombrarse por la extraña conclusión a la que había llegado el joven. Quitaron las anclas de donde estaban fondeadas e inmediatamente se escuchó una risita enérgica. Los tuverasquecosianos vieron como la isla se iba de paseo con todos ellos así que se sujetaron bien. Visitaron islas vecinas, La Isla de las Piernas Derechas donde todos los ciudadanos se levantaban cada día usando su extremidad inferior derecha. Más tarde, fueron a ver La Isla de los Tucanes Constipados, antes Isla de los Tucanes, a quien los tuverasquecosianos dejaron unas hierbas para infusión con el fin de aliviar su mal. De camino a estas y otras islas, la que nos ocupa aprendió a nadar a brazas por lo que, además, adelgazó unos kilitos entre viaje y viaje, y encontró, dos islas más lejos mirando al horizonte, a su Isla Media Naranja.

A partir de aquí, la historia pertenece a estas dos islas que son quienes deben contarla si deciden hacerlo público. Sólo resta decir que Ogai, igual que había llegado, se fue en busca de otras historias que vivir para luego contar a sus nietos.





Felicidades, guapi.

Texto agregado el 18-01-2007, y leído por 500 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
12-02-2007 Que cuento encantador, y lleno de fantasía. loretopaz
12-02-2007 Mira, magistral. Me sorprendes casi siempre que te leo. Creo que tienes una gran frecura escribiendo y en mi opinión se debe a que no te pones normas ni prejucios. Me ha recordado al principito , y para mi, eso es mu bueno. Un besazo onanista_por_palabras
06-02-2007 Yo no sé si sos conciente de vos misma como escritora, como chica que hace literatura. Eso de crear ficción con las palabras, toda "esta cosa en la que uno anda", bla, bla, bla y etc. Pero te aseguro que me sigue significando un placer venir cada tanto y encontrarme estas historias, que producen siempre una mueca hacia arriba en la boca. Tus textos son muy tuyos, creo que alguna vez te lo he mencionado. Y leerlos, para-mí-y-de-vez-en-vez, como tomar Coca Cola en una hamaca al sol. Mis saludos. DiegoRomero
31-01-2007 poemme dijo que es de ofebreria y tiene razon. Yo dijo que es infinito de contar!!!!de nieto ennieto. 5**** casafuerte
30-01-2007 Un trabajo de orfebreria, felicitaciones. _poemme_
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