Pasaba tras la ventana un noche apacible. Estaba tranquilo acostado en mi cama, tendido, observando las pequeñeces y detalles del techo. Y fue entonces cuando me pregunté por la naturaleza de las personas. ¿Es que las personas somos agresivas y malintencionadas por naturaleza?
Pasaron varios minutos y me intenté responder. No, no estamos destinados a ser así, el ser humano es bello, es natural, es limpio. Es limpio, limpio como el eco que producen estos pensamientos en mi cabeza. La naturaleza es equilibrada, es sabia, es vida. La vida es positiva, no negativa. La vida es experiencia, es minutos, es segundos, unos sobre otros... Sonaba el reloj del escritorio... Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac... Unos sobre otros, unos más sublimes, otros más mundanos. Mas todos en uno, un humano perfecto como máquina suiza.
Entonces decidía partir en un viaje, un viaje para observar el estado natural de las cosas, antes de que se tergiversaran de una u otra manera. Iba afuera a descubrir con mis ojos qué era lo que sucedía entre la madre naturaleza, y la bestia del caos. Para poner un fin al desorden de los siglos, para reestablecer la inocencia perdida.
Iba por el camino de mi viaje, poco planificado, lo admito. Y en esas andanzas encontré lo que buscaba. En un remoto lugar alejado de toda civilización y de toda cultura, estaban conviviendo un grupo de animales salvajes. Para el caso, es irrelevante la especie, el filum, etc. La idea no es escribir un tractatus de biología, o ecología en su defecto.
Lo importante es que de alguna manera se agrupaban en lo que podría llamar una proto-sociedad. Esta era mi oportunidad dorada para descubrir los secretos que nacieron en mi cama. Entonces me detuve, y observé. Observé por más de lo que nadie había observado a tales criaturas.
Y tal fue mi dolor al ver que en tanto tiempo nada hicieron por cambiar su situación. Un macho dominante, más fuerte que el resto, dedicaba sus días a copular y a comer. Copulaba con las mejores hembras, y les cuidaba con celo. Comía antes que todos, y luego las sobras repartía. Los débiles, entre tanto, hacían todo el trabajo duro, y de vez en cuando se escabullían para intentar comer o seducir a una hembra sin que el gran macho les viera. Esto, pues castigo severo a quien ose romper con lo establecido, pone en peligro a toda la agrupación. Mas sin duda el hecho más lamentable es que esas pobres bestias, sin su macho líder, se convertirían solamente en presas de otro depredador tanto o más voraz.
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Para todas mis adoradas bestias. Especialmente para Segismundo y para Carlos. |