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El Lechuzo que descubrió la luz (4)

Para Fernando

—¿Que si regañaron al lechucillo sus papás?
—No, —solamente se asustaron un poco cuando vieron delante de ellos al sabio preceptor.
—¿Por qué? —Pues esto era como si hubiera llegado a su casa la policía.

Por lo demás, ellos eran unos padres muy considerados, y estaban harto orgullosos de su hijo de pico ondulado que silbaba cuando hablaba; pues lo encontraban muy inteligente y diverso de los demás cernícalos comunes de la bandada.

Ciertamente, el maestro lechuzo, luego de advertirles del peligro que representaba tener un hijo de esa clase, diseño y figura, les hizo tajantemente una y mil recomendaciones. Primero, les dio una tarjeta del mejor oculista lechuzo que había en el contorno y debía diagnosticar las causas de la recurrente imperfección visual; el cual por cierto, era su compadre; luego, les proporcionó algunas recetas de cocina, indicándoles qué y cuánto debían darle de comer, todo con número, peso y medida; asimismo, les señaló algunas infusiones que debía tomar sin falta antes de que se fuera a la cama, para que no despertarse a deshoras y se fugara al mundo de los hombres que vivían al cobijo de su enemigo el sol, como eran sus bien infundadas sospechas. Se trataba de un soporífero aletargante de alta potencia.

Esto último, porque los papás insistieron en que lo veían dormirse normalmente todos los días, justo cuando ellos lo hacían; y, que todos roncaban sin cesar como era su ley, principios y costumbres; pero que también, por la mañana, al crío lo encontraban puntual en su mismo sitio; solamente cuatro, o cinco veces por semana, ya estaba estudiando en la cocina del sótano, y no tenían luz eléctrica; ciertamente muy sudado, pero era natural, debido a que le gustaba mucho el ejercicio físico al avechuchillo.

El maestro les preguntó, entre curioso e inquisidor, si le revisaban los callos de los pies, y cada cuándo le compraban zapatos; si contaban y observaban el color y cambio de sus plumas, sobre todo de las alas y la cabeza, que era donde más podía calar el sol; si acaso sus alas eran más fuertes y robustas; si le lagrimeaban los ojos, y si todavía conservaba íntegras sus cataratas protectoras de la luz contra la luna; en fin, si hacía la ducha cantando en inglés, o si habían hallado tierra extraña en sus uñas.

Por último, les impuso que debían leer toda su correspondencia, aunque fuera mucha, y prohibirle terminantemente que escribiese gentuza extraña a la manada. Les dio permiso, en nombre del Consejo mayor de las lechuzas, para que le confiscaran todas las cartas sospechosas, también las poéticas, amistosas y acarameladas; dijo que todas ellas, bien las podían quemar, o remitirlas a sus admiradoras, anotando tan sólo: "Aquí no vive", o bien, “Es ave extinta”; también podían esconderlas en un baúl bajo siete llaves y de combinación secreta; pero que le guardaran los timbres extranjeros para su colección.

En seguida, y en forma personal revisó minuciosamente y con esmero toda la biblioteca familiar; ulteriormente, extrayendo una lupa potente, porque era miope, recorrió todo el aposento de "Neblí nebuloso", para ver si hallaba propaganda marxista, cartas del subcomandante Marcos, textos de teología de la liberación, o algunos cuentos del abuelo. Pero, no pudo encontrar nada.

Después de esta primera inspección y advertencia, "Neblí nebuloso", sin embargo, no se echó para atrás. Porque en él brillaba ante todo, la decisión de sacar y arrancar de aquella situación de pusilanimidad y creencias en trasgos y esperpentos, a tantos ocluidos hermanos suyos quienes vivían en las garras de las ridículas y necias estantiguas asentadas en la camarilla de la COR.

Al día siguiente, todos los compañeros lo esperaban con ansia en la clase, y había más asistencia de lo ordinario. Asistieron muchos que se habían declarado enfermos e incapacitados y ya habían abandonado los estudios, trabajando como cargadores. Esto, porque aquella noticia de la rebelión de Neblí-Nebuloso se regó por toda la bandada y sus comarcas —como polvorín en rastrojo de verano, —decía el abuelo.

Se acercaron por ahí algunos pensionados, quienes ya nada tenían que hacer y, mientras jugaban a las cartas, apostaban a que "Neblí nebuloso", no iba esa vez a la cita. Se vieron por sus contornos también algunas lechuzas curiosas, las cuales se llevaron su costura para trabajar cercanas a la escuela, mientras alargaban las orejas para captar alguna novedad. Otras pasaban sobrevolando a cada a rato por el circuito, como los aboneros latosos, para ver qué recogían.

El punto de reunión de la escuela común de los neblíes, estaba completo desde una hora y media antes de lo corriente; cosa del todo inusual en las camadas úlulas de estudiantes. Pero, —sí, —ya te lo habrás imaginado. No podía faltar una comisión de las más rémoras y escollonas del Consejo; pues ellas estaban en todo. Y, cierto que no iban solas: porque el que camina solo —decía el abuelo—, cuando no es valiente, ni sincero, ni puro, entonces sólo le queda ser cobarde y ponerse a llorar. Ellas, para no llorar, se hicieron acompañar de una cuadrilla de "apagafuegos", o sofocadores de revueltas, bien armados.

Y, cuando hizo su aparición el esqueje de lechuzas más admirado del momento, "Neblí nebuloso", fue recibido como si hubiera sido un niño héroe de Chapultepec. Todos lo aclamaban y saludaban, como si fuese un gran personaje; algunos le llevaron regalos, otros le pedían autógrafos, y hasta un periodista le hizo una entrevista. Entonces el pequeño lechuzo se animó más y comenzó a hablar de sus descubrimientos; esto lo hacía yendo y viniendo a pequeños grupos, como saludándolos, para no despertar sospechas, mientras todos esperaban al profesor. El alegre picudillo les hablaba de la realidad que existía en el mundo de los hombres y que él personalmente había descubierto, y cómo fue que lo hizo. También les contó que había perros feroces y chiquillos traviesos.

Declaraba reiteradamente inválido cuanto enseñaban en la escuela, y hablaba de una revolución que debía hacerse para cambiar el modo de entender la vida que tenían todas las lechuzas de aquella comunidad. Lo protegía un pequeño coro improvisado, el cual, para llamar la atención, se puso a repetir y revolotear cantando la lección del sabio profesor: "La esencia de toda la realidad es lo negro"; algunos cantarines farfullaban la de “Lo negro es negro”, y otros más, venidos de las cercanías, bailaban la cumbia del “Negrito sandía”. Cantaban en tono de "Sol Mayor".

Pero ocurrió también, algo inusitado aquel día, pues antes de que llegase el elevado mentor de los interesados en dejar de ser ruchos y guaranes, hizo su presentación imprevistamente, el Director General de Educación y de la Pública Enseñanza de los Lechuzos. Éste venía acompañado por un grupo de empaquetados lechuzos, todos uniformados, con igual corbata y hasta parecida voz atiplada y concertada.

Iban proclamando a grandes voces que eran especialista en ciencias exactas de las más exactas, y en otra sarta de artes abstractas; pero lo cierto, es que eran entendidos en mañas maturrangas; pues de seguro no sabían atrapar una araña, ni bañar o despiojar a una changa; en realidad ellos eran oradores y panegiristas del equipo PCHUST (Partido de Charlatanes Unido y Sin Trabajo); y faltó ponerles: SGT (sin ganas de trabajar).

Antes que nada, al ver la ingente e inusitada concurrencia, el Director de la enseñanza, dijo que estaba orgulloso y dábale gusto que hubiese frecuentación tan profusa en las aulas del saber; agregó que ese día podía probar con gozo a los visitantes, el afán que había de instruirse en aquella excelente majada. Y es que en realidad, seguían llegando multitudes de lechuzas sin haber sido convocadas. Seguidamente, explicó a los concurrentes, que aprovechando el paso de sabios ululatos de camadas internacionales, que andaban en investigaciones profundas, el H. Consejo de las Lechuzas, los contrató para que hablasen e iluminasen a los alumnos y a otros grupos que reunirían después, sobre la esencia de la realidad y el peligro de las ideas terciadas.

¡Ah!, también indicó el Director de la P. E., a los colegiales carabeatos, que disculparan al profe por no asistir, pues había dormido un poco mal, al estar cumpliendo una diligencia fatigosa y azarosa en terrenos de una familia de fanáticos y fantasiosos ululadores. Añadió que no lo esperasen ese día, y continuasen diligentes su tarea, y que para todos era obligatorio hacerlo en latín y en griego.

Y no hubo más mole que el molido; pues acto seguido, la muchedumbre tuvo que escuchar adormilada y fatigosamente, uno a uno a todos los sabios recién presentados, los cuales eran en realidad expertos en adulación de las curucas del Consejo; o sea, técnicos en chirimbolas, pelafustanes avezados en hablar sobre las cosas negras del mundo. Y aunque la mayoría de los lechuzos pretendieron marcharse al momento, poniendo aire de por medio, todos debieron permanecer quietos en sus puestos, porque a ninguno de los presentes dejaron escapar los batallones del gobierno lechuzano, que usaban casquetes, gafas y escudos antimotines.

También llevaron a las costureras curiosas que ya iban en estampida con sus hilos arrastrando; y hasta capturaron a todos los aboneros fisgones, conduciéndolos amarrados para que ocuparan un sitial en el conciliábulo montado, obligatoriamente.

Los diz que sabios, desarrollaron una sesión de lo más largo y tediosa. Hicieron grandes elucubraciones sobre el origen del color negro y su natural imperio sobre el manto de toda la realidad; señalaron que los “hoyos negros” del espacio, son el origen de todo el universo; demostraron sofísticamente con su lógica de premisas y proposiciones tergiversadas, que no podía existir otro mundo ni abstracción alguna fuera de lo negro.

Aquí hicieron un paréntesis para hablar bien de los curas de sotana negra y sombrero aplanado también negro, como los mejores representantes de una tradición negra de la forma vestir refinada.

Luego, desarrollaron el tema de las leyes negras e intransigentes, explícitamente inviolables de la Constitución de las Lechuzas; y desmenuzaron cada artículo, proposición y cumplidamente cada inciso y asterisco, que señalaban los castigos merecidos por su inobservancia. Dijeron que todo estaba hecho, pensado y reflexionado sabiamente por los expertos. A las lechuzas de la bandada no les tocaba sino callar y obedecer. Nada nuevo había bajo el sol, de modo que a nadie estaba permitido intentar su asomo, sin caer en la sentencia del extrañamiento o la pena de muerte.

Hablaron durante toda la jornada de miles de cosas sin substancia, superficiales y en forma atropellada, que no quedaron apuntadas en las crónicas, pues no había alguno que la hiciera de taquimacanógrafo. Los asistentes testificaron que ante todo, los pagados de la COR, mostraron su odio intransigente contra la luz y hacia todo lo blanco y las ideas luminosas.

En el espacio para los comerciales, hasta dieron a conocer un invento suyo reciente, el cual dijeron muy pronto lanzarían al mercado de los hombres, incluyendo a los negros africanos, consistente en una nueva pasta dental, hecha con una base natural de chapopote y extracto de tinta china —de color negro, por supuesto—. ¡Ah!, dijeron que tendría un cautivante olor a zapote prieto, y aroma fresco de nieve de chocolate.

Pero con todos aquellos enredos sutiles y embusteros, los autillos y desdichados asistentes, tenían ya la cabeza embotada, que apenas se distinguían unos a otros, pues creían que todo aquello los estaba volviendo más ciegos; aplaudían automáticamente, como en las grabaciones a los artistas huecos.

Y aquello que más deseaban anhelantes, era no saber más de su mundo y realidad, tampoco de inventos negros, sino que terminase el desfile de los pagados voceros del grupo de las córvidas cornejas de la COR, el “Consejo Organizado de Representantes”, o "Consejo Oficial de Rapiña", como las llamaban los inconformes; y oraban que pronto viniera el sol del oriente que los hiciera correr a todos para poder librarse de aquella caterva de simuladores más ciegos que sus patronas.

De modo que cuando cantó un gallo, señal que se acercaba en breve el amanecer rugiente, todos se dieron prisa y salieron destapados rumbo a sus casas, sin volver la vista atrás. Unos volaron, otros se fueron en patines.
No escucharon las palabras postreras ni explicación del último sabio, que hablaba y decía, precisamente cuando los importunó el gallo, que el canto también era negro.

—¿Que si "Neblí nebuloso" no dijo nada?
Esta vez no pudo, o mejor, no se lo permitieron. Primero, porque estaba muy vigilado por guaruras armados que se aposentaron a su alrededor, y hacían lucir armas de grueso calibre. Luego, porque como la noche anterior de la revisión (o, el día de los hombres), dejando al sabio hurgando y dormido en su aposento, él salió, como lo había hecho antes, para tratar con los colores y admirar la belleza de la naturaleza.

Así pues, mientras hacía que tomaba apuntes de cuantas palabras salían de los aplaudidores y adulones, él escribía las reflexiones de su última experiencia; y le temblaba el corazón de emoción al recordar cuanto había podido descubrir: primero, las níveas crestas de las montañas bañadas por la luz pura del sol; luego, en el zoológico que visitó: hermosas gacelas blancas, osos polares, simios y otros animales de colores nítidos que hacían reír cándidamente a los niños de dientes blancos que los contemplaban alegres, libres y sin apresuramiento. También, porque estaba un poco cansado y con desgaire, hasta dio varias cabeceadas, y hubo un momento que desinhibido se puso a roncar beatíficamente.

Las jefes del Consejo mayor de las lechuzas, o sea, la COR, recibieron puntualmente toda la información de lo acaecido, y cómo se había desarrollado pacíficamente la sesión. Decían los lisonjeros que fue un cañonazo de éxito, mejor que cuando se presentó en concierto el relamido Juanguilón Curucagarabiel, notable cantante promovido por la banda de lechuzas amasadas con pigmento desatinado. Con lo cual quedaron un tanto satisfechas y contentas las nobles gibosas, por el momento.

Pero no se podían dormir tranquilas las rociadas en petróleo crudo, pues la amenaza se cimbraba por encima y debajo de su cuello real, cuando recapacitaban en la inteligencia de aquel garzón intrépido que había osado contradecir y dejar en ridículo al sabio maestro, y saber que continuaba vivo; además, estaban ardidas, porque aquel insignificante picudillo podía poner en movimiento no sólo a los compañeros de escuela, sino a todo el grupo y familia de guaragos tranquilos e inconscientes, a los que fácilmente habían podido mangonear y amoratar hasta entonces con sus teorías las servidoras del simulacro engañoso y camandulero.

Por si acaso, previsoras y diligentes, en sus delicados fueros, mandaron las desgalichadas avechuchas a un detective privado, para que sobrevolara todos los desplazamientos y viajes de "Neblí nebuloso". Iba disfrazado el tal, con antiparras oscuras y gabardina café más larga de sus alas, y con un bonete de obispo.

Con todo, desde entonces el lechuzo que descubrió la luz siguió hablando siempre que podía con sus condiscípulos, en tertulias familiares, con amistades que tenía por correspondencia e Internet, así como grupos de campesinos y obreros de la construcción.

Y, no cejó ni espació las fugas de día para seguir recorriendo el mundo, burlando la custodia de su cancerbero. Mientras tanto, en la escuela, la cual siguió frecuentando, y era desde entonces más visitada por otras lechuzas, llegó un punto en que el profesor ya no pudo soportar ni tolerar al despabilado y hábil lechucillo; pues el autillo sutilmente le cuestionaba todo, llamándolo cada vez a la práctica y concretización experimental de todo aquello que afirmaba.

Una vez, el impaciente colegial levantó un incendio que hizo luz sobre todo el hatajo de neblíes, para demostrar la diferencia y belleza de cada una de sus plumas, y comprobarle al maestro lo irreal y tergiversado de sus teorías. El profesor, confundido, no sabiendo qué decir, llamó inmediatamente a los bomberos y deshizo la clase, ordenando que salieran todos en desbandada.

Tomando entonces severas medidas ante tamaño desacato, el profesor expulsó de su clase al autillo parlanchín, indicándole que mientras siguiera con aquellas digresiones, la escuela estaba cerrada para él. Y, luego del reporte obligado con el control de mando, le ordenó se presentara reclutado a la escuela de educación especial del Consejo mayor de las lechuzas a la mañana siguiente, antes de desayunar, so pena de expulsión ipso facto de la cáfila neblíe, si llegaba tarde un sólo minuto.

Pero ocurrió que con el paso del tiempo, en la misma escuela especial, no pudieron tampoco con él los mejores dómines, por lo cual le dieron licencia de no asistir a las clases individuales y específicas para los casos raros, y sobre todo, para que ya no aprendiera más y se quedara de “burro calero”. Ciertamente que lo habían sometido a cientos de Test y exámenes de inteligencia, psicoanálisis, Enneagramas, iniciación en el R.P.H, y hasta piquetes de alacranes.

—¿Que qué significa, o qué es el R.P.H.?
—Un raro sistema inventado por algunos mareados del Consejo. El cual, según su justificación propia, quería decir: “Relaciones Prohibidas con los Hombres”; pero en realidad significaba: “Razones Pensadas Heréticamente”.

—¿Que si era errónea aquella doctrina y si en verdad estaba equivocada?
—Indiscutiblemente. Aquel sistema andaba muy descaminado; pues basado en ciertos principios psicológicos pretendían conocer y programar el profundo y misterioso devenir de cada ser individual, cortando toda relación anterior y superior, presente y trascendente, como fuente esencial de luz, libertad, responsabilidad y poder de amor; y proponiendo como único criterio de verdad el modo y expresiones preconcebidas y dirigidas, de aquello que el Consejo decía debían sentir y pensar únicamente como válido; por eso era claro que no podía llevar a ninguna parte; pues, como decía el abuelo entre sus variados dichos:—¿cuándo la telaraña será más noble que la araña?, ¿cuándo la demencia podrá opacar la conciencia? ó, ¿cuándo la materia terrestre podrá sobreponerse al espíritu celeste?

Al quedar solo y a la deriva, como extrañado de todo guaraguo concurso, no obstante, se reforzó la guardia para buscar sorprenderlo en la más mínima infracción dolosa, con el fin ejecutarlo inmediatamente; esto último, porque no sólo tenía admiradores dentro y fuera de la camada, sino muchos seguidores entre los lechuzos, y se temía una revolución como la castrista. Le aplicaron la ley de hielo, o sea, ignorándolo y declarándolo chalado y paranoico, pero bien vigilado a la vez. Algunos opinaron que aunque estaban en tiempo de paz, lo mejor era aplicar en ese caso la "ley fuga".

Pero al no saber en qué consistía dicho mandato, pensaron que era "quemarlo con fuego"; y temiendo la claridad de las llamas, dijeron que eso sería darle una muerte feliz, por aquello que había descubierto.

Sin embargo, las quejas no se hicieron esperar, y porque seguían creciendo día con día, el Consejo se decidió a proceder severamente y en forma atravesada, como era su estilo. Tomaron cartas en el asunto, actuando directa y perentoriamente, y ordenaron fuese vigilado en forma irritante, casi por radar, en cada milímetro de sus desplazamientos. Y, aunque "Neblí nebuloso", era muy listo para burlar su guardia, y a veces fingía ser un turulato; pero por otra parte, había crecido la amenaza más fuerte para la COR, pues ya se estaban formando otros grupos de admiradores que no solamente escuchaban con gusto al insumiso y rebelde lechuzo, como lo llamaban, sino que lo acompañaban a muchas de sus excursiones furtivas y discretas.

El Consejo tenía delatores por doquier; por eso, y aunque todo lo hacían con mucha tacto y bastante cautela, cada día más emocionados por ir haciendo más luz a sus conciencias y dar otro sentido a su vida aletargada; empero, de tanto ir al pozo, un día se quiebra el cantarito. CONTINUARÁ.....



Texto agregado el 13-02-2004, y leído por 389 visitantes. (0 votos)


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