Llegas tarde a casa, dejas tus cosas donde siempre.
Te desnudas lentamente rozando lentamente tu cintura,
no hay prisa ni congoja aparente en esos trazos de ruptura,
es el dolor ajeno lo que duele, de verte sin mirarte con dulzura.
Caminas solamente por hacerlo, saludas, respiras,
sufres calladamente estoy cierto y seguro.
Porque no hay quien te riña en las mañanas
ni te descalce cuando la cama vacía pida el conjuro,
que abra el espacio en que tu cuerpo temblaba
y tus manos se aferraban a la tela que antes te cobijaba.
Comes sin compañía, no hay ausencia más grande
que el desencuentro de la asuencia tuya con la mía.
Que se encuentran a si mismas, es profunda agonía
lejos del abrazo protector, que el calor enciende,
no hay desencuentros más vacíos de la ausencia
tuya, cuando mi voz no te alcanza para fingir la presencia mía.
Te miras al espejo, no hay quien toque tu pecho aprisionado
ni quien desgarre entre tus piernas esa tela que tanto tiempo me tuvo cautivado,
no hay dedos que despeinen tu cabello, ni risas que te causen más arrugas,
no hay días como aquellos olvidados, en que extrañes como antes mis torturas.
Desencuentros sin la ausencia tuya,
es la ausencia sin el desencuentro mío,
pues no hay tiempo que más lento fluya,
como el que hoy deja el abrazo vacío,
no hay paso que del dolor no huya,
como el dolor de dormir solos de olvido. |