Recuerdo aquel caluroso día de Enero en que bebíamos Merlot sobre las nalgas de una joven y ardiente inspiración.
Recuerdo el ojo carmesí de un Poeta loco que montado sobre la cabeza de un Dragón de Fuego nos invitaba a beber de su muerte, y nosotros siempre entregados a los goces del infierno gustosos bebíamos de la sangre del Bardo y bailábamos con la mala racha que lo acompañaba siempre como si fuera una Puta de cristal.
Recuerdo que llorábamos mirando el show exótico de la luna que prenda a prenda iba entregando sus chispazos de lujuria a cada uno de los hambrientos y tristes Vates.
Recuerdo que comíamos del pan de la miseria con un fervor solo visto en Santos y Anacoretas… pero que en nosotros tenía mas valor por ser verdaderos pobres diablos… y ser andrajos de cielo… y ser versos luminosos… y ser la sombra podrida de un Nihilista… y ser candidatos al olvido total.
Recuerdo que ese año aprendí a amar… y los Poetas aprendieron a amar… y los Vagabundos aprendieron a amar… … y las Putas de cristal aprendieron a amar… y Dios aprendió a amar… Llegado el año nuevo fuimos a un bar de los suburbios, y abrazados a un botellón de agua maldita lloramos por que el amor tenía sabor a muerte… y lloramos… y lloramos… y el reloj toco las doce… y el mundo no se acabo… y las cosas siguieron tal y como son… y nada mas que lagrimas… ¡sollozo!… ¡y locura!
Eran las cuatro de la mañana, el bar estaba vacío… las calles susurraban nuestros versos Orates a las gaviotas perdidas que revoloteaban por el negro río… y Nuestras camas vomitaban carne ebria y poemas indescifrables mientras las almohadas devoraban nuestros últimos rastrojos de humanidad que aterrados, aun estando nuestras testas en completa serenidad, permanecían escondidos tras ese perverso deber particular.
No obstante el mundo… ¡Aún éramos poetas!