Tenés que seguir corriendo, no podés parar por ningún motivo. Estás en la calle, en una calle.
Hay un hombre detrás tuyo. Un hombre de sobretodo negro que corre detrás tuyo. No recordás cuando lo viste, no podrías decir si fue hace dos minutos o una hora; pero sabés que está detrás tuyo. Está justo detrás tuyo, a unos veinte o treinta metros quizás, y no va descansar hasta atraparte.
Tratás de armar en tu cabeza una descripción un poco más acabada de tu persecutor pero no lo lográs. Creés que no lo conocés de antes. Tampoco podés decir con certeza cuando comenzó todo esto.
Por lo demás el ambiente no tiene nada de extraño: es de día ––quizás ha pasado media hora desde el mediodía ––y hay bastante gente en la calle; algunos llevan portafolios, a esta hora salen de las oficinas seguramente. Debés estar cerca del centro de la ciudad, no es muy grande la ciudad donde vivís, deberías conocer la calle.
Te llama un poco la atención que la gente no note nada extraño, como si no lo vieran; cada uno va metido en lo suyo (igual ellos no pueden hacer demasiado). ¿Estará él detrás tuyo todavía? Para comprobarlo bastaría con girar la cabeza por un segundo tan sólo, pero es inútil perder el tiempo con vacilaciones sin sentido. Estás seguro que él está ahí, y no se va a detener por ninguna razón. Pero vos tampoco vas a parar. Debés seguir corriendo. El éxito es de los que no dudan, recordaste repentinamente. No hay tiempo para pensar en este momento. Sólo seguir corriendo.
Ya casi no te sorprende que la gente tampoco se alarme por tu comportamiento, que no te pregunten por qué corrés, qué te sucede; que cada uno siga en lo suyo como si no te viera. De todas formas, sabés que no hay nada que ellos puedan hacer. Es posible que también ellos sepan que no pueden intervenir y por eso siguen como si nada.
Si estuviera Sergio todo sería distinto. Él ya habría encontrado el camino. De nada sirve, sin embargo, detenerse en pensamientos que no llevan a ningún lado, alguna vez ibas a tener que empezar a arreglártelas por tus propios medios. Si llegás a la calle Ortega vas a estar a salvo. Allí te están esperando, según lo planeado.
Debe hacer un buen rato que estás corriendo, lo sabés porque el sol ha bajado sensiblemente, es raro que no estés agitado. Además ha cambiado el paisaje; por todos lados está lleno de adolescentes aunque para vos es lo mismo, puesto que su actitud no difiere de la de la gente que te rodeaba más temprano. Nadie parece haber notado algo extraño en tu carrera desesperada. Quizás si te decidieras a dar vuelta el rostro de una vez por todas, el panorama podría aclararse. Talvez te descubrirías que él ya no se encuentra allí y, en todo caso, si él sigue detrás de ti: ¿no sería conveniente, después de todo, pararte y enfrentarlo?
Esto no se te había ocurrido antes, era la primera vez que se te cruzaba por la cabeza. ¡No! ¡Qué idea más estúpida! Eso es precisamente lo que el quiere que hagas, no hay manera de enfrentarlo solo. Necesitás llegar a la casa de la calle Ortega. Tenés que dejar de pensar en estupideces y seguir corriendo.
Ahora empieza a oscurecer. Te das cuenta que las casas se han hecho más espaciadas y humildes, ya no se ve ningún edificio alto; es evidente que te has alejado del centro de la ciudad. Algo te dice que estás en el camino correcto (seguís sin conocer la calle) y mucho más cerca, que de un momento a otro va a aparecer la calle Ortega delante tuyo, que todos tus esfuerzos serán recompensados. Igual hay que seguir con la misma determinación, no hay espacio para la duda. Él está ahí, detrás tuyo. Él no va a descansar. “Allá está, allá está” repetís para tus adentros, esa tiene que ser la casa, allí te están esperando. De cualquier forma hay que acercarse con cuidado, siempre hay que esperar lo peor, es necesario tener los ojos bien abiertos, ahora más abiertos que nunca. Tenés que reunir las últimas fuerzas que te quedan, tenés que seguir corriendo, allí te espera la recompensa. Hay un hombre en la puerta, seguro que es uno de ellos, seguro pensaron que no ibas a reconocer la casa. De todas formas estás todavía un poco lejos para estar totalmente seguro.
No, no es: no coincide con la descripción. ¿Podrá ser que todo se haya venido abajo? No, no podés dudar en este momento, ya no hay vuelta atrás. Tenés que hablar con el tipo, no hay otra opción.
––No pudieron venir ––dijo el tipo sin dejarte hablar ––pero dejaron esto para vos, dale, apurate, no hay tiempo ––. Agarraste el papel casi sin detener tu marcha. “No hay tiempo” había dicho. El hombre del sobretodo negro debe estar más cerca de lo que habías supuesto. El papel decía que las cosas se habían complicado, que tenías que cruzar el descampado, que te iban a estar esperando en el galpón abandonado, que eso era lo más seguro de momento (la casa de calle Ortega ya no lo era).
El descampado está a unas cuantas calles todavía, pero no podés aflojar ahora. Ahora menos que nunca. Tenés que seguir corriendo. Y sobre todo evitar pensar en el cansancio. En estos momentos, cuanto menos se piensa mejor.
La noche comienza a cubrirlo todo. Ha refrescado. Ahora podés escuchar pasos detrás tuyo. Sin embargo no se puede estar seguro que sea él. Sabés que hay otros que corren como vos aunque no los puedas ver. Eso te trae alivio, te quita un poco de soledad. Pero no hay que perder de vista el objetivo. Estás al límite de tus fuerzas, tratás de pensar en la cercanía del desenlace para tomar un poco de ánimo.
Allá está el descampado, a unos cien metros. El silencio llena el aire de la noche, todo lo envuelve una tensa quietud. Solamente se oyen sus pasos, los cuáles a esta altura no sabes si vienen del pavimento o de tu cabeza. Allá tienen que estar. Tenés que evitar pensar. Solo seguir corriendo. Intentás reunir tus últimas fuerzas para llegar al vagón. Si no están acá todo se habrá terminado.
Él hombre de negro está más cerca que nunca, casi que sentís su respiración. Podés ver el vagón, ahí está uno de ellos, estás totalmente seguro que es uno de los muchachos. Tenés que llegar como sea, pero te sentís desfallecer.
Abriste los ojos con esfuerzo, te los refregaste con el brazo como intentando apartarte del sueño de una vez. Entonces comenzaste a mirar para todos lados como intentando convencerte de que esa era tu habitación, de que esas eran las mismas cuatro paredes. Y si... Estaba el ventilador de pié en el lugar de siempre, tus ropas del día anterior sobre una silla, tus libros preferidos sobre la mesa de luz. Había que convencerse.
En eso estabas cuando escuchaste a tu madre que, por el tono de voz, no era la primera vez que te llamaba:
––Marcelo apurate ––gritó. Hay un hombre de sobretodo negro que pregunta por vos.
Te vestiste, saliste por la ventana de tu cuarto y cruzaste el patio de atrás tan rápido como pudiste, saltaste el alambrado y tomaste la primera calle que se te cruzó por el camino.
Hay que seguir corriendo, que le vas a hacer. Hay que seguir corriendo sin mirar para atrás. Seguro que los muchachos te están esperando en algún lado.
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