Los ojos llevan, en esta carne compuesta de imitaciones de humano, un dolor que no puedo explicar, ni cesar, ni darte.
Este dolor, que llevan los ojos que mi carne tiene como faros de tristeza, se recuesta en el frío latido que mi corazón tiene.
Que mi corazón no reconoce, y que extrañamente quiere.
Estos latidos de perro domesticado, este espíritu que merodea en el museo donde alguna vez existí como sombra, quieren encontrar la falta de angustia, de nuevo el camino hacia el tranquilo río que lleva tu vientre.
Llevar a tus labios el silencio de un beso, la agonía de estar en vos y ser uno. Al fin ser, como siempre, dije que digo y diré, ser siendo, mientras vos sea parte de mí.
La tierra sigue girando, mi mente se encierra en una calle sin salida, donde las miradas muertas llenan la angustia de no tenerte, de recordar tu aroma por las mañas, de ver tus pies desnudos andando las arenas blancas de un mar sin costas.
La plena conciencia de un exilio obligado, del tipo que nunca tuvo tierra, ni vida ni cielo... hasta que abrazó tus brazos, hasta que encontró en tu boca, la tierra, la vida, el cielo. |