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El Hombre sin nada

Estaba sentado y pensaba que su vida se había convertido en una película en blanco y negro, eternamente larga, siendo él único personaje, junto a unas personas que caminaban en paralelo sin percatarse de su presencia. Entonces pensó que esto era pasajero, seguramente una mala comida, algún altercado que lo tenía nervioso o algún problema que su mente había transformado, que aún no afloraba y que le tenía preparada una sorpresa.
Pensó en caminar y buscar algo familiar en la ciudad. Seguramente eso aclararía su mente y todo volvería a ser como antes. Tuvo hambre y sed. Entonces buscó en sus bolsillos: que estupidez no haber buscado en sus bolsillos, quizá la solución de su vida estaba allí, pero luego de trajinarlos sólo encontró una llave. Buscó un lugar iluminado y revisó la llave detenidamente. Parecía común y corriente. Una llave que no habría ninguna de sus dudas, pero era el comienzo para encontrar algo. Se juró a si mismo no desesperar. Volvió a tomar la llave entre sus manos, seguramente abría una puerta, pero no una caja fuerte o un locket, tampoco era de un hotel. Era una llave de una puerta y decidió pensar en eso y no darle más vueltas al asunto. Caminó bastante hasta llegar a un parque. Entonces se sentó en un escaño que estaba ocupado por un anciano que leía el diario. El viejo reaccionó mirando de reojo entremedio de sus anteojos y movió su abrigo para dejarle espacio. Entonces pensó que entre ese hombre y él no había muchas diferencias. Lo más probable que sus nadas no se diferenciaran unas con otras. Pero al menos al viejo lo esperaban en alguna parte, tendría un domicilio conocido, una vida por la cual morir lo que no es poco, para él no era menor. Al rato decidió seguirlo a unos metros de distancia, quizá buscando en ese simple acto su propia verdad. Quizá siguiendo una rutina todo volvería a ser como antes. Aunque se preguntó varias veces si es que hubo un antes. Pero no le importaba, lo único que quería era sostener por sus brazos su vida, su antes y luego preocuparse del después. El viejo se demoraba una eternidad, aunque él no se impacientaba, desistía cada cierto rato de seguirlo. Pero tampoco podía hacer otra cosa. Un policía lo detuvo y le preguntó a donde iba. El no respondió, pero sus nervios se alteraron, el policía preguntó por su semblante que palidecía. Vaya al hospital hombre, está a dos cuadras al frente de esa pileta, le dijo indicándole con el dedo. Entonces el hombre sonrió y le dio la mano al policía y pensó que el hospital le daría las respuesta que él necesitaba tan urgente.
Caminó las cuadras y llegó a la pileta, subió las escaleras y hizo la fila para ser atendido. Cuando tocó su turno, una enfermera de color le solicitó la tarjeta del seguro social. Y él no supo responder. La enfermera le pidió su nombre y apellido. Tampoco supo que responder. Entonces la mujer mirándolo fijamente le preguntó que para qué estaba parado aquí, si no quería atención. El hombre reaccionó y le dijo que no tenía identidad, y que no recordaba su nombre. Entonces la mujer lo anotó cono John Smith y le consultó sobre la clase de atención que requería. Él le respondió que quería su vida devuelta. La enfermera preguntó si había consumido tóxicos de alguna clase, pero él contestó que no. Tome asiento que lo van a llamar. Lentamente y mirando el papel que la enfermera le había dado buscó un lugar. Se sentó al costado de una mujer a punto de parir y un pequeño niño que jugaba con una pelota plástica. Y volvió a pensar que entre él y ese niño a punto de parir no había ninguna diferencia. El tampoco tiene nada, no sabe nada y todo lo tiene que aprender. Pero luego pensó que en realidad no tenían nada que ver. Ese no nacido tiene a su madre y tendrá un hogar donde vivir y comida con que alimentarse. Le dieron ganas de ir al baño. El guardia le indicó una puerta y entró. Prendió un interruptor y la fuerte ola de luz lo cegó por un instante. Luego se miró al espejo y gritó como un barraco. El guardia tocó la puerta enseguida y le preguntó si le pasaba algo. Respondió que no, que no se preocupara. Su cara estaba descompuesta, tenía una barba de días que cubría su rostro como matorrales descuidados y una antigua cicatriz en una ceja. Se tocó la cara pálida y desaseada y le dieron ganas de llorar, pero tenía que volver para que lo viera un médico. Tiró la cadena del escusado y bebió bastante agua. Luego se secó la cara con papel confort y salió del baño, ante las miradas de la concurrencia que esperaba ser atendida. Buscó nuevamente su asiento y estaba ocupado. Cargó su espalda en una pared y se fue deslizando hasta llegar al suelo. El Sr. Smith dijo una voz que salió de la puerta de urgencias. Él no respondió. El Sr. John Smith, volvió a preguntar la misma voz. El hombre recordó que su nombre era Jonh Smith, digamos el nombre que la enfermera le puso y que ahora era su única identificación. Soy yo dijo el hombre desfalleciendo del suelo. Se incorporó con la ayuda del guardia y entró junto a la mujer vestida de blanco que lo acomodó en una camilla. Luego se quedó dormido y despertó en una pieza con un piyama clínico y con un suero que le colgaba del antebrazo. Una enfermera se le acercó en la oscuridad. Mamá le dijo él, eres tú mamá. La enfermera le sonrió y le puso una inyección en el brazo derecho que le causó un inmenso dolor. Luego se desvaneció.

Texto agregado el 16-01-2007, y leído por 262 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-02-2007 Muy bien, evaristo, has construido una historia muy intensa, donde la angustia mental se palpa, como el drama de ese anónimo personaje que se espanta de su propio rostro. Esto de perder las coordenadas del propio real, es una situación que produce angustia al más pintado. Mis saludos! mandrugo
16-01-2007 Un cuento impactante, muy bien relatado, con una prosa cuidada, de verdad lo disfruté. Clepsidra
16-01-2007 Sepan disculpar ese "vistas" que debió ser "vista" y el "nustros" que sería "nuestros". Losmiles
16-01-2007 Una pieza con espacios crípticos, contada con sencillez y amenidad de aldea. Da la sensación que evaristo nos está leyendo este cuento junto a una fogata, en noche de estrellas tímidas. El final, con ser así de abierto, da para especulaciones cariñosas. Lo bueno de la literatura, desde mi punto de vistas, es el efecto de chispa que incendia nustros pensamientos. Y este cuento lo logra. Losmiles
 
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