|°|°|°|°|°||°|°|°|°|°||°|°|°|°|°| GATILLO DIFICIL
Sólo será un sonido. Un estruendo. Y nada. Luego, nada. ¿Qué es esa nada? Se imagina que deben haber muchas más que las tantas nadas que él anida en su alma. Piensa en la nada como la ausencia de males y, de puro fatalista, no pone en el mismo plano a las cosas buenas. Y si incluye las feas, excluye las bellas. ¿Eso es la nada? ¿Su nada? ¿Vale la pena el sacrificio? Claro que no todo es ganancia o pérdida, en sí mismo -por lo del sacrificio, piensa-, sino que en algún lugar, al que sólo los elegidos pueden llegar, debe existir la bondad que canta el himno cotidiano a la inmaterialidad. Le gustaría conocer ése lugar. Cree que merece conocerlo. Porque optar por dejar atrás el contenido del alma, para vagar, vacío, por los pasillos de su nada, es una ofrenda al renunciamiento. Mientras lo piensa cae en la cuenta de su estupidez. Estaba propiciando el pago de un precio. Daba y esperaba recibir. Se inmolaría, pero deseaba saber qué había más allá. No morir del todo. Ser, cuando menos, un alma errante en las tinieblas. Un fantasma de pacotilla. Seguiría siendo el mismo, pues. No moriría.
Entonces supo que nunca jalaría de aquel gatillo.
No se lo merecía.
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