El sol se alzaba imponente sobre los infinitos prados verdes, decorados por blancas gotas, caídas de pinceles hechos por margaritas y acompañados con un profundo e imponente telón cantado de azul. Me encontraba solo. No sé porque me hallaba ahí, pero eso no me importaba, en general muy pocas cosas lo hacían. Pasaron las horas... y un niño apareció alegremente saltando. Me sentí completamente extrañado. Me acerqué al ser y le pregunté:
- ¿Qué haces aquí?
El niño me miró y me regaló una sonrisa. Mire incrédulamente, ya que no entendí la sonrisa. El pequeño siguió jugando y por el verde sendero, sé fue con el viento. Seguí mirando el paisaje en que me encontraba, cuando de repente apareció otra persona. Esta vez era un joven , procedí a hacer lo mismo.
- ¿Qué haces aquí?
Esta vez sí obtuve una respuesta.
- Nada. – me respondió.
- ¿Eso crees? –
- Sí, o sino ¿por qué estaría aquí? – dijo él.
- Yo estoy aquí sin motivo alguno, por eso fue que te pregunte. ¿Qué haces aquí?
El joven me quitó su mirada y la dirigió hacía la nada. Arranque una margarita y la olí, mientras el joven todavía miraba el oeste. Y apareció el niño ahora, se acercó a nosotros muy alegremente. El joven lo miró de reojo y dijo al pequeño:
- ¿Qué haces aquí?
Esta vez el niño saltó y nos regaló otra sonrisa, exactamente igual, tanto a mí, como al joven. Era demasiado inocente para perderla de la vista, pero también para comprenderla. Intuitivamente le di la margarita que había arrancado. El niño se alegró, y se fue caminando contento por los pastizales, sin tomar en cuenta a nadie más que a su nueva margarita. Ahora ante mí y el joven, se asomó caminando, a un paso muy apresurado un viejo. Paró frente a nosotros y prendió un cigarro. Y como si ya fuera rutina.
- ¿Qué haces aquí?
Me miró, note sus facciones muy demacradas y rígidas. Y luego de un silencio me respondió.
- Escapo y busco –
- ¿De qué y qué? –
Al igual que el Joven, calló y desvió la mirada pero luego la regresó y dijo en voz baja, como si fuera una profunda contemplación.
- De mí y mi respuesta para vivir, he vivido la vida de otro, soñado lo que no es mío, amado lo que no me pertenece, todo ha sido una gran mentira y eso, todos ustedes que tienen conciencia, lo saben. No encontraba alivio, necesitaba salir a caminar -.
Súbitamente volvió el niño. Esta vez nos miró a los tres, con sus dulces ojos y se quedo allí.
- ¿Quieren una margarita? Se las regalo
Todos intercambiamos miradas. Luego de eso comprendí, la primera vez había sido la vencida. El anciano, se levantó y acercándose a nosotros cayó muerto a nuestros pies... pero con una pincelada de felicidad en su cara y así morimos nosotros también. |