Limpiar la barra con licor, sólo puedo cenar un kebab de Jamal, lanzar el puto delantal al cuartucho, mirar con rencor practicado al gilipollas de cabeza cuadrada y de reojo a las pecosas irlandesas, cenar el kebab de Jamal, repartir las propinas y sonreír al gilipollas, quitarme los zapatos negros, hacer una pirámide de mesas y sillas de aluminio, decir adiós, decir bye bye.
No hay Jhonnie Walker, no hay Ballantine’s, no hay J&B. Hay Glennfiddich con hielo; 50 mililitros.
Adoquines de la revolución industrial, fachadas negras, decadencia obrera, pandillas de scallys –calcetines por encima de los pantalones de chándal-, calzarse el gorro, 1 grado sobre cero, vapor de aliento, niebla espesa (fog), andar cuesta arriba, rubias descalzas, show me your tits, el Glennfiddich funciona, dos cuerpos tirados en la parada de autobús, sus pechos respiran, dieciséis cigarrillos en una cajetilla de veinte, fojof leisi bastard, vivir en una planta baja, esperar que uno de los adoquines no suene contra la ventana antes que el despertador.
Liverpool.
Echar de menos y respirar aliviado.
Avísame cuando el silencio se rompa.
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