DIECISIETE
Antonia, no había escrito nada en este diario (¿lo podemos llamar así?) desde tus lágrimas del viernes pasado, sólo hoy lunes me he atrevido a seguir escribiendo en él. Miro tu sonrisa en la foto que tengo en la pantalla del computador de mi oficina y sé que me miras con amor, en el parque Pan de Azúcar, con el mar al fondo, y el desierto, pero, en segundo plano, sobre un toldo de paja, veo un negro jote que nos observa, silencioso, y no puedo dejar de asociarlo con todo lo que te he escrito antes, está ahí, ese pájaro negro y carroñero que quisiera espantar de la foto, y aunque tu sonrisa lo ilumina todo, el negro jote nos mira, quisiera borrarlo de la foto, como quisiera borrar de mi alma los negros pensamientos y el dolor que, como un negro jote, planean sobre nosotros, planean dentro de nosotros, no quiero que me asocies con tantos jotes, con tanta carnicería, con tanta basura, con tanta miseria humana que planeó por tanto tiempo sobre esta tierra, pero no hay modo, yo, voluntariamente, y por una necesidad ética personal, suscribí esa declaración pública que, al final, nada tuvo de pública, porque fue silenciada o ninguneada por los medios, que la guardaron entre las bambalinas de las ediciones on line, y al suscribirla, al comentártela, reabrí fatalmente un tema duro entre nosotros, que, por otra parte, nunca fue motivo de diferencias ni de resquemores, tú, aún sabiendo desde el principio que yo había sido de Patria y Libertad, te abriste a mí sin odios ni rencores, sin asignarme culpas ni pecados, y me diste tu amor y recibiste el mío sin condiciones, yo, por mi parte, jamás sentí odios personales por nadie de la izquierda, compartí un mundo y un momento de la historia junto a ellos, junto a ti, aunque tú no me viste, cultivé amistades y afectos sin mirar colores ni diferencias, siempre sentí que esas diferencias sólo enriquecían la amistad, y cuando llegué a ti sentí que sólo por ello había valido la pena toda una vida vivida sin odios, y que tú sentías, respecto de lo mismo, igual a mí, y no creo haberme equivocado, no en vano tú eras el emblema del MIR de la escuela, y yo el facho más caracterizado, y ahí estábamos, unidos por un amor que logró superar tanta distancia, tanto obstáculo, tanta vida vivida, construida y compuesta, pero ese negro jote seguía ahí, observándonos, serio y circunspecto, pensando, tal vez, que lo nuestro no era “correcto”, que cómo esos dos juntos, que debieran estar separados, odiándose, irreconciliables, y sin embargo ahí estabas tú, con tu sonrisa, mirándome con amor, mientras yo te fotografiaba, lleno también de amor, sin darme cuenta que ahí estaba él, con su mirada reprobatoria, la misma mirada que se adivina en muchos ojos que nos observan en silencio, como jotes, jotes negros y jotes de cabeza roja, que siguen apestando esta tierra, como esos de la canción de Serrat, caravanas de tristeza, solemnes y melancólicos, borrachos de sombra negra, que miran, callan y piensan, y tan necios que no beben el vino de las tabernas, mala gente que camina y va apestando la tierra, mala gente, Antonia, de allá y de acá, tú no los ves, o no quieres verlos, pero ahí están, subidos en su percha, mirándonos, y a ti no te tocan, pero yo he sentido su aliento podrido, he escuchado sus alusiones irónicas y cobardes, he visto sus sonrisas laterales, y unos dirán “el Cucho ahora se hace el arrepentido para quedar bien con la Antonia”, otros pensarán “cómo la Antonia puede andar con este gallo”, pero siempre estarán rondando como jotes, nunca se atreverán a decirnos lo que piensan, cara a cara, pero, hasta ahora, ni tú ni yo hemos hecho caso de ellos, y tú has seguido dándome tu sonrisa y tu amor, y sé que seguirás dándomelos, aún cuando hoy negros sentimientos me nublan el alma, Alfonso, que llega a Chile, la Rosario y su triste noticia que se lleva a los niños a pasar pascua y año nuevo a Cancún, hoy, viernes y yo sin ti, cómo hacer para entender tanta tristeza, para no sentir tanta tristeza, qué podría yo hacer para entender que tú estás obligada a llevar a la Sofía a buscar a su papá al aeropuerto, no le puedes quitar eso, qué puedo hacer para alegrarme por el viaje de mis hijos, por lo bien que lo van a pasar, sí, debería comprenderte, debería alegrarme por mis hijos, pero lo que me sucede es que me siento herido, me siento abandonado, me siento desamparado por todos, ya sé que no debería sentirme así, sé que me amas, sé que no puedes hacer otra cosa, sé que mis hijos igual me quieren, pero tiendo a sentir una pena egoísta por mí, tiendo a sentir que en todo este drama y esta historia yo soy quien más ha perdido, me cuesta mucho enfrentar la soledad, especialmente en estas fechas de fin de año, en el mejor de los casos las pasaré con mi madre, si es que ella no se va a Santiago a pasarlas con sus nietos, mis sobrinos, los hijos de mi hermano, ya que sus otros nietos, mis hijos, no estarán en Viña, pero tengo aún una sola esperanza, y es que vengas a Viña el fin de semana de navidad, y pueda estar contigo, Antonia, el próximo año ha de ser tiempo de decisiones, habrá que reestructurar muchas y muy importantes cosas en mi vida, pero también en la tuya, en nuestra vida, en nuestras vidas que corren como un torrente desbordado y nada ni nadie puede detener esa corriente furiosa, que no tiene otro destino que la vejez, la muerte, el olvido, esa otra muerte en vida que es el olvido, el Alzheimer, princesa, ¿llegaré a estar como Pinochet, con demencia subcortical, no sabré quién eres, no recordaré tu amor, no recordaré tus ojos, olvidaré tus besos, tu nombre, Gabriela Antonia Sarowski Cifuentes, ese nombre, esos ojos, que no pude olvidar en treinta años, los olvidaré?. Y hoy sábado, especialmente, aunque me doy cuenta que has hecho un esfuerzo para hacerme sentir que estás cerca de mí, me has llamado, me has mandado mensajes al teléfono, para que no me sienta solo, me he sentido especialmente solo, un fin de semana sin ti, viajando a pasar rabias a la obra de Puerto Velero, cuatro horas entre Tongoy y Los Vilos, aunque viajé acompañado con Claudio, mi ayudante, fue lo mismo que ir solo, sintiéndome más solo que nunca, sintiendo que tú me llamabas o que me mandabas mensajes para que yo no sintiera que no por estar con Alfonso dejabas de acordarte de mí, perdóname si he sentido eso, seguramente tú también me echabas de menos, también, y por la misma causa, querías sentirte más cerca de mí, pero yo no dejaba de sentir que detrás de ti estaba Alfonso, con su presencia difusa pero casi como una neblina que me impedía sentirte, imaginarte, verte, que tenías que acompañarlo y ser acompañada por él en cosas de familia, y no podía dejar de recordar esas fotos que alguna vez me mostraste, en el viaje a Iquique que hicieron el año pasado, pero especialmente una foto de la fiesta de graduación de Daniel, en las que Alfonso aparece con una insoportable cara de hombre satisfecho que no refleja en absoluto lo que, seguramente, estaba pasando por su alma, lo que tú me has dicho, un hombre que siente que su vida ya no tiene sentido, un hombre que cree que lo ha perdido todo, que no ha dejado de hacerte sentir en la conciencia el peso de tu presunta responsabilidad en su desgracia, pero no, el sonríe con profunda satisfacción, muy compuesto, una familia normal y feliz, el primogénito se gradúa, y papá y mamá sonríen con satisfacción, y ya sé que no tengo derecho a decirte nada, porque en esos mismos días yo asistía con la Rosario a la fiesta de graduación de Francisco, los dos muy compuestitos, y hasta bailábamos, tú lo viste en el video, y sin embargo ya todo estaba dicho entre nosotros, qué irónica resulta esta simetría, y muestra hasta qué punto hemos sido capaces de llegar en nuestra compostura, mientras las respectivas procesiones caminaban por dentro, con penas, rabias, resentimientos y quizás cuantos sentimientos negativos hirviendo por dentro, pero ahí estábamos, poniéndonos el terno, la corbata, el vestido de fiesta, el peinado, entrando a la fiesta tomados del brazo, nuevamente papá y mamá sonriendo con satisfacción por los logros de su retoño, yo pronto a abandonar para siempre el hogar familiar, ella con toda la ira por el engaño, por mi traición, por no haberme mostrado arrepentido a la hora de la verdad, sí, Antonia, nada puedo decirte, la simetría es asombrosa, pero algo la rompe: Alfonso está ahora contigo, durmiendo bajo tu mismo techo, compartiendo contigo, me imagino, y espero que así realmente sea, los deberes de padre, aunque sea por los pocos días que (espero) estará en Chile, obligados ambos a guardar la compostura, aunque a él se le escape a veces la rabia y el resentimiento, pero, de cualquier modo, manteniendo las apariencias ante los niños, manteniendo la ambigüedad ante el mundo.
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