Juan sentado esperaba a que sean las horas justas de observar el reloj, para levantarse de su sillón antiguo, alcanzar a verificar la brillantez exacta de sus zapatos minutos antes lustrados y salir a la calle como un mono citadino.

Juan sentado miraba cómo en la ventana dos niñas se reían de no sé qué al ser interpeladas por un mendigo enano que con el espacio vacío del dedo meñique de la mano derecha ausente por una pelea callejera, señalábales el horizonte con los ojos rojo-alcohólicos. Sin ganas, o pocas y las más medianas, Juan sentado se paró, salió a la calle y gritó con temor: "Fuera de mi propiedad enano!!!". El enano se acercó lentamente a él y con la mano de cuatro dedos y un puño menor en tamaño pero mortal en aplicación copórea inmediata, hizo de los testículos de Juan sentado, dos moras verdosas.

Juan sentado se mecía de madrugada cuando entró, forzando la puerta de su casa, un hombre desnudo que él no pudo percibir. Tuvo, lleno de ira y pereza, que pararse de la mecedora y cruzar por la puerta del corredor a la calle. Entre frío y la acera no vió pero si escucho la puerta de su propia casa cerrarse y la risa justa y precisa de un hombre desnudo cruzar la pequeña línea de luz de debajo de la puerta y penetrar sus oídos como un hombre desnudo a un viejo homosexual solitario llamado Juan o de cualquier otra forma