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Inicio / Cuenteros Locales / gericos / EL OLVIDO: ¿OTRA FELICIDAD?

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“Cuando un hombre y una mujer se han amado se separan”

Enrique Molina (Alta Marea)


“Todo sucede en el oleaje de la memoria...”


María Mercedes Carranza (El olvido)


"Noches hubo en que me creí tan seguro de poder olvidarla que voluntariamente la recordaba"


J. L. Borges (El Zahir)



Hoy, sin asombro alguno, puedo decir que el olvido de ti me sabe a miel. Después de mucho tiempo estoy alegre por haberlo olvidado casi todo y por conservar sólo una vaga memoria del dolor infinito que me causaste. Había jurado jamás perdonarte mientras viviera, pero -ya lo ves- no tengo ahora más reproches, ni ánimos de venganza, ni cuentas por cobrarte; o, al menos, lo poco que aún recuerdo no me duele ni me hiere tan profundamente el alma como en ese entonces. Puedo hasta evocarte con cariño y con mucha gratitud, y siento profundos deseos de volver a saber algo de ti. ¿Dónde estarás, niña mía? ¿A dónde habrá ido a parar esa loca carrera por huir de mí? Una noche simplemente decidiste dejarme y como quien programa un secreto viaje te fuiste en un tren fantasma, sin nombre y sin adiós. Hasta el día siguiente lo supe. Traté por todos los medios posibles de averiguar tu posible rumbo, pero fue infructuosa mi afanosa búsqueda. Nadie tampoco sabía de ti: ni familiares ni amigos. Te habías esfumado sin dejar huella alguna de tu enigmático destino. Pasaron los días y las semanas sin la más mínima noticia, así fuera ésta la peor. Yo me culpaba por todo: por lo que te dije, por lo que calle y por lo que, leve o torpemente, insinué o hice mal. Seis meses después me llegó una postal desde Italia, al otro lado del mundo (¿quién lo iba a imaginar?). Lacónicamente me decías: “Amor, era lo mejor para los dos. Algún día me perdonarás. Tuya. Angie”. Y eso fue todo. Ahora al contemplar esta vieja postal veneciana con más de 30 años de repararla con detenimiento ya no siento pena ni remordimiento alguno; tampoco hay tristeza. Quizá únicamente un poco de terca nostalgia a la que no le nace marcharse todavía. Habíamos visualizado una vida eterna juntos. Pero es que el amor es así: un pozo profundo de deseos dentro del cual cabe toda locura y es perfectamente posible la utopía, y allí consumimos nuestros ahorros y no hubo moneda que no lanzáramos con la secreta esperanza de ver nuestras ilusiones realizarse. Sin embargo, nada sucedió de acuerdo a lo soñado (la realidad difícilmente suele permitirlo). Cada uno terminó con el tiempo escogiendo por fuerza un nuevo camino para justificar al menos así su existencia. A la fecha puedo decirte que volví en parte a ser feliz. No obstante, durante años mis noches fueron largas y llenas de terribles pesadillas imaginando múltiples desenlaces y posibles destinos que hubieras podido elegir. Mas el amor, aquel espejismo que jamás creí volver a ver, retornó después (cuando ya no lo esperaba y sin buscarlo) en otra alma y en otros ojos tan soñadores y hermosos como los tuyos. No dudo que esto mismo te llegó a suceder. Era lo más probable. Una mujer bella e inteligente como tú no pasa desapercibida en ningún lugar. Otro hombre, otras palabras, otros besos llenaron –lo creo- esa ausencia mía y otros brazos cobijaron tus sueños eternos de primavera. Confío en el cielo que así haya sucedido. Ambos lo merecíamos, sólo que no podíamos brindárnoslo mutuamente.

A estas alturas de la vida no creo que vuelva a verte o a saber otra vez de ti. Mas no sé todavía por qué guardo con tanto celo esta hermosa postal de una pareja de enamorados en una vieja góndola que avanza lenta y perezosa, sin prisa alguna, bajo el puente de los suspiros, con el marco majestuoso de una tarde palaciega de verano. De algún modo ella es un ancla que me ata a un pasado que no deseo de ninguna manera olvidar. Tu recuerdo es el escape a menudo inevitable hacia un mundo imaginario en el que si bien pudimos ser felices, también pudimos no haberlo logrado. Fuimos cobardes, temerosos y hasta orgullosos. Tontas razones nos alejaron. Muchos miedos nos detuvieron y demasiadas sombras nos engañaron. ¡Ay! Qué torpes e inocentes fuimos. Nunca entendimos que amarnos era cosas de los dos, sólo de los dos, y de nadie más.

Mis evocaciones –te lo aseguro- ya no son tan dolorosas. El olvido vuelve a mí como un recuerdo sin amargura y el tiempo ha sido benigno al curar mis heridas. Me siento tranquilo al comprobar que en medio de las cosas malas que sucedieron y del dolor inmenso que alguna vez sentí, hay algo más profundo y verdadero que conservo intacto como algo muy sagrado: ese primer gran amor hecho de poemas, risas y flores. Cómo olvidar ese día de Junio que nos conocimos. Cómo no recordar la manera como te conquisté y nos enamoramos con locura... Eso sería una inmensa ingratitud para contigo y para con la vida que durante seis largos años compartimos, y no existen razones valederas para ello. Ninguno de los dos lo aprobaría.

Vuelvo, con cuidado y mucho cariño, a guardar tu única postal (testigo mudo de tu presencia) en el mismo cuaderno donde están los poemas que con tanto amor te escribí y que ahora también con amargo deleite hace un rato releí. Me ha gustado probar de nuevo su sabor: pueril, apasionado, pesaroso, enamorado, etc. Todo tipo de emociones y verdades confesadas a un corazón ingrato, o tal vez demasiado valiente que tuvo el coraje de resolver por los dos, a riesgo de haberse equivocado; pero, tú siempre fuiste la más fuerte y decidida y no puedo reprochártelo; al contrario, constantemente te admiré por ello y por tu tenaz empeño en buscar tus ideales. Además comprendía tu afán imperioso en definir nuestra relación, pues parecía estancada y sin futuro, y eso te aterraba. Hoy entiendo plenamente que quien toma la delantera y da el primer paso tiene la inobjetable ventaja de alcanzar más rápido la meta que quien aguarda la señal para partir, y con paciencia simplemente espera. Y tú eras una ganadora.

Dios te bendiga cada día y te proteja donde sea que estés. Eres mi más bello recuerdo y mi más dulce sueño al que no quiero renunciar y al que, más bien, pueda retornar cada vez y cada momento que anhele revivir las horas más sublimes de mi existencia. Amo tu memoria, amo el pasado maravilloso que me regalaste y jamás –óyelo bien, amor mío-, mientras viva te olvidaré. Ambos con certeza lo sabemos.

Una vez más esto me basta para ser feliz...


Bogotá, septiembre 13 de 2003

Texto agregado el 12-02-2004, y leído por 199 visitantes. (0 votos)


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