Desde un tiempo a esta fecha, hemos cambiado mucho. No tan solo nuestro aspecto físico, Si no que también la manera de ver la vida y los rumbos que debemos elegir.
En estos días, lo que enseñaron en el colegio ya no lo podía aplicar, lo que me hablaron mis mayores, estoy descubriendo que no era verdad y las costumbres que nos identificaban, simplemente, no existen.
Al volver a mi antiguo barrio, esperanzado, en encontrar todo aquello que recordaba en la lejana ciudad en la que me encontraba, vi que sólo era parte de una vieja, pero hermosa fábula.
Recordaba aquel barroso potrero, en el que junto con mi pandilla, jugábamos a esas interminables batallas, que no eran precisamente de ciencia ficción y los enemigos siempre terminaban siendo uno mas de nuestra tropa. Con los que eternamente jugábamos pichangas, hasta que nuestros padres nos iban a buscar de una oreja. En estos partidos, el triunfo o la derrota de poco importaban. Triunfo o derrota, no eran otra cosa que palabras sin ningún sentido.
Gran decepción a mi regreso: en aquella esquina donde las vacas pastaban y los caballos de doña Inés corrían libremente, ahora existía una planta termoeléctrica.
Habían cambiado los riachuelos, por chimeneas contaminantes; los niños corriendo felices, por obreros que desean ser otros; pandillas que disparaban piedras para defender a su territorio, por patrones que pagan millones a unos esclavos por disparar sus balas; los perros callejeros habían sido reemplazado por furiosos perros guardianes y aquel sabio vagabundo, había muerto sospechosamente; ahora un grupo exije monedas, a cambio de tu miserable vida.
No tenia donde ir; no había escapatoria alguna.
El único remedio y privilegio de solución era solamente recordar el viejo potrero y mis viejos amigos-los que también están muertos-...
Por lo demás, la planta termoeléctrica nos proporciona la suficiente energía, como para ver por el cable- desde hoy y hasta el resto de mi vida- que en algún lejano tiempo, existieron gigantescos y verdes campos, en los que corrían decenas de niños felices, sin ninguna esperanza a que algún día mi hijo pueda respirar y gritar de felicidad tal como yo lo hice, en aquel viejo y recodado potrero que ya no existe.
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