ESTO ES EL PRINCIPIO DE ALGO QUE NO ME ATREVO A SEGUIR:
Se había ido la luz, y a través de las grandes ventanas de madera, apenas llegaba la claridad suficiente para poder seguir con el dictado del día. _”¡Cuéntenos una historia!”_, pidieron los chiquillos a su maestro.
A ellos les encantaban las historias que Don Tomás solía contarles en clase. Era uno de esos profesores con los que cada lección venía siempre acompañada por unas cuantas historias, cuentos o anécdotas: a veces ellos no sabían de que se trataba porque Don Tomás contaba con el mismo entusiasmo la Batalla de Trafalgar o Arapiles como la vez que de pequeño su vecino le había pillado robándole peras.
Andrés se quedó sentado en su sitio, despistado, mientras sus compañeros se acercaban a la mesa del maestro. Estaba contando mentalmente porque una vez su tío le dijo que contando los intervalos de tiempo entre relámpago y trueno podía saber si la tormenta se alejaba o si se acercaba. Andrés decidió que se acercaba y luego se dirigió a la mesa junto a sus compañeros.
La clase era una sala amplia, de techo alto y grandes ventanas de madera, cada una de ellas con seis u ocho cristales y unas contraventanas interiores que no encajaban bien. Estaban pintadas de un marrón oscuro que el tiempo y la humedad habían dejado descascarillado. El suelo era de madera y en la parte delantera, a modo de tarima, había un desnivel de un paso. De la pared blanca, encalada colgaba una pizarra auténtica con marco de madera y una repisa para poner tizas , borrador y un enorme transportador de ángulos que nadie había visto nunca utilizar.
Había sido el primer día de clase para Andrés, y aunque lloró mucho por la mañana al separarse de su prima Mercedes, no tardó en tranquilizarse. Don Tomás se acercó a la pizarra y con tizas de colores empezó a dibujar algo, consiguiendo así llamar la atención del chiquillo, que le miraba curioso, intentando adivinar que dibujaba mientras se secaba las lágrimas con la manga del jersey. Andrés ya nunca olvidaría la casa de tejado rojo y ventanas azules, ni los dos árboles alargados a cada lado de la casa que Don Tomás dibujó aquella mañana.
La historia de Don Tomás trataba de dioses de nombres extraños que hacían cosas increíbles y se llevaban bastante mal a pesar de ser familia. Andrés no entendía el empeño de un tal Zeus porque no naciera su hija y por un momento pensó si alguna vez su madre habría querido que él no naciera.
La escuela tenía como patio la plaza del pueblo, un rectángulo grande, hace años pavimentado de un cemento que ahora estaba agrietado, oscuro y en algunas partes de un tono verde bastante resbaladizo cuando llovía. En el centro de la plaza había un pequeño jardín que nunca tenía plantas y una fuente con dos grifos de los que solo uno funcionaba.
Andrés salió a la plaza, parecía que iba a hacerse de noche pero todavía era muy pronto y en el aire reconoció uno de sus olores favoritos: olía a tierra mojada. Mercedes se acercó, le cogió de la mano y juntos se fueron caminando a casa.
Encontraron al abuelo sentado a la puerta de casa y como siempre mirando con interés a nada en particular, como despistado y sin embargo pendiente de lo que pasa a su alrededor. _”Hoy os han dado suelta más pronto”_ murmuró. El abuelo hablaba poco y parecía pensar muy bien lo que iba a decir antes de hacerlo, como si las palabras fuesen un bien valioso que no se pudiera malgastar para decir cualquier cosa.
Justo al entrar en casa empezó a llover y hasta el abuelo abandonó su particular puesto de observación para no calarse hasta los huesos.
A Andrés siempre le encantó la casa de la tía Loli, antes, cuando venía a pasar los veranos, se pasaba las tardes como aquella jugando al escondite en aquella casona vieja y grande. La casa era muy antigua pero nadie sabía exactamente cuanto, estaba hecha de anchas paredes de piedra que en algún momento habían sido jarreadas con cemento a salpicones y luego encaladas a cuadritos, si porque el que la blanqueó, un tipo bajito, de nariz ancha, al que le gustaban las uvas pisadas, debió cansarse del rutinario arriba y abajo y se dedicó a hacer cuadraditos y después rellenarlos.
La casona había sufrido diversas reformas en su interior cambiando puertas y haciendo ventanas hasta quedar como Andrés la había conocido. Su lugar favorito era el sobrado de la panera. Aunque ya no se utilizaba como panera había mantenido la denominación al igual que el trastero grande o habitación multiusos de al lado de la cocina que seguía siendo “el comercio”.
Tía Loli le preguntó a los niños por el primer día de clase y Mercedes le contó a su madre las novedades del cambió de ciclo y clase, pero no mencionó nada de la lloradera del primo Andrés a primera hora de la mañana, _Se ha portado muy bien y le ha caído muy bien Don Tomás_, Andrés buscó en su prima una mirada de complicidad agradeciéndole que no contara nada, ahora estaba avergonzado de haber llorado tanto, en el fondo no era para tanto y se lo había pasado bien en la escuela.
A principios del verano pasado la madre de Andrés, Remedios, apareció en la puerta de casa de su hermano Ernesto dejando como paquete un viejo y un niño. Había decidido marcharse a algún lugar de la costa y aunque prometió volver a por ellos al terminar la temporada, había escrito una carta allá por la virgen de agosto diciendo que había encontrado no se que chollo y que no sabía exactamente cuándo iba a volver al pueblo. Ernesto, que conocía muy bien a su hermana, había ido a hablar con el maestro para que Andrés empezase el curso allí y ya se había hecho a la idea de que tendría que hacerse cargo de su padre y su sobrino por una larga temporada.
Remedios siempre fue una cabeza rota, se pasaba la vida pensando en salir del pueblo. Pero irremediablemente todos sus proyectos acababan devolviéndole al pueblo al que ella en el fondo quería más de lo que pensaba. Había tenido a Andrés a los veintitrés y todavía, ahora que el niño tenía ya nueve, no había dicho a nadie quien era el padre. No era mala madre. Solo que todavía no había llegado a darse cuenta exactamente de lo que significaba ser madre.
Para la tía Loli la presencia de el abuelo resultaba más bien fastidiosa. No porque le diera mucho trabajo extra, ya que se valía muy bien por si mismo, sino, porque nunca se habían llevado demasiado bien. La tía había tenido siempre la sensación de que el abuelo no aceptó, en su momento, de muy buena gana que la hija de un renegado político, un traidor a su entender, se casara con su hijo. Pero con el tiempo el abuelo, demasiado orgulloso para reconocerlo, había aprendido a quererla como una hija y en silencio la apreciaba y quería.
Cuando el tío Ernesto llego del trabajo cenamos y como de costumbre, en cuanto empezaba a hacer frió, nos fuimos todos pronto a la cama. En verano las cosas eran de otra manera, la gente salía a la calle hasta la una o dos de la madrugada a sentarse hablar de nada en particular o a despellejar a alguien en concreto mientras los niños corren por las calles a la luz de las farolas como si fuesen las seis de la tarde.
Esa fue una de las diferencias que noto Andrés al empezar la escuela, de ninguna manera era lo mismo pasar el verano en casa de sus tíos a lo que era pasar todo el tiempo, sobre todo cuando empezó a hacer bastante frió.
Durante las primeras semanas Andrés pasaba casi todo el tiempo con su prima, pero un día tuvo mas que palabra con un niño cuando este dijo que su madre les había abandonado a su abuelo y a el para irse de golfa a Barcelona. La verdad es que Andrés no sabia muy bien lo que era eso de golfa, pero no le había gustado el tono con el que el niño lo había dicho por lo que dedujo que n debía ser nada bueno y sin mas palabras, como le había enseñado su abuelo, se lió a mamporros tonel pobre niño que enseguida deseo no haber dicho algo que, de todas maneras el tampoco entendía muy bien, pero había oído decir en su casa.
Andrés encontró un amigo en el hijo del panadero, estaba un poco retrasado y aunque tenía unos treinta años, pareciera que tuviera la misma edad de Andrés. Les gustaba esconderse detrás de la furgoneta del reparto del panadero y cuando este se hacia el despistado robarle un bollo de naranja y comérselo a escondidas en las ruinas de la fabrica de harina. Esas ruinas llegaron a convertirse en el mejor parque de juegos para Andrés y el hijo del panadero, cuando este podía zafarse de las tareas sencillas que le ponía el panadero.
La antigua fábrica estaba a medio camino entre la escuela y la casa de la tía Loli, al lado de la iglesia y del horno nuevo que había construido el panadero. Aunque todas las puertas estaban cerradas con candados, había un boquete en la pared de la parte de atrás y por allí entraba Andrés a su castillo particular. A Andrés le gustaba imaginar que la fabrica era un castillo, y que el era uno de los caballeros de la tabla redonda del Rey Arturo. Le había encantado esa historia de Don Tomas y se imaginaba que el era Gawain y recorría la fabrica gritando como un loco, espada en mano, que había sido el único capaz de encontrar el Santo Grial. En su imaginación puso al Rey Arturo la cara de su abuelo, y que la única persona que el conocía tan sabia como para ser el Rey era su abuelo, que no solo sabia si iba a llover dependiendo del color del cielo al atardecer o de si los pájaros se bañaban sino que era capaz de distinguir toda clase de pájaros por muy alto y lejos que volaran cuando Andrés apenas era capaz de distinguir una figura voladora en la inmensidad del cielo.
Cuando llego la Navidad Andrés empezó a echar mucho de menos a su madre. Ya hacia mas de dos meses que no sabían nada de ella y hasta Ernesto empezó a preocuparse, conocía bien a su hermana y sabia que a pesar de todo ella siempre mantenía contacto y estaba localizada.
A Andrés le encantaba ir a la escuela sobre todo para escuchar las historias de don tomas que últimamente trataban de un ingles cuyo barco había naufragado y estaba y ahora imaginaba ser Robinsón Crusoe con su ocasional viernes cuando aparecía el hijo del panadero.
La tía Loli siempre era muy cariñosa con el y solamente se enfadaba, y mucho, si alguien le pisaba el suelo recién fregado. Andrés iba a veces a ayudar al tío Ernesto con los animales y aunque en realidad hacia más bien poca cosa el tio agradecía más que nada la compañía. A principios de noviembre el abuelo cogió un catarro tremendo y por poco no le tienen que llevar al hospital.
DEBERÍA SEGUIR????
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