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ENTRE GORKI E ISIDORITO

Raquel Rehermann

Ella curiosea las nuevas máquinas importadas e importantes que usan en el Establecimiento Maderero San José, que no es otra cosa que la carpintería de su tío, triplicada en empleados, tecnología y prestigio.
Mientras husmea, goza del olor a madera y el polvo del aserrín que tanto le gusta y extraña.
Les comenta a sus primos que en su vejez se imagina en el Tigre manejando un torno y trabajando la madera. Automáticamente -como abriendo una compuerta- empezaron a llover chistes machistas, dignos del cuarteto de hermanos varones y carpinteros formado por sus primos.

De repente (desde atrás) dos brazos la inmovilizaron. Una voz masculina, grave y con tono hiper-montevideano le dice: Múltiple Choice !! Qué escribió Gorki ? Las Aventuras de Isidorito Cañones o La Madre ?
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Sin salirse del abrazo rotó ciento ochenta grados y lo abrazó.
El le dijo en secreto: será posible que siempre te haga llorar !
La agarró de una mano, la hizo girar, tomó distancia, la miró, hizo un gesto aprobatorio y dijo en voz alta para que escucharan todos los carpinteros a pesar de la sierra y la garlopa: ¿Te acordás cuando te sentabas en la vereda con el libro de Gorki abierto y adentro tenías una revista de Isidorito Cañones ?
Claro que me acuerdo -dijo ella casi gritando- pero acordate que si no fuera por estos buchones de mis primos vos ni te enterabas. Además no te olvides que lo hacía para seducirte. Y con voz y perfil bajo le dijo: porque yo no me olvidé del papelón.
Entre risas de muchos y abrazos de sólo dos, salieron de la carpintería. Se sentaron afuera, arriba de unos tablones que estaban descargando, ella prendió un cigarrillo y el fue hasta el auto a buscar el termo y el mate. Ya nada les podía faltar.
Encimando palabras, gestos y datos, recordaron que a fines del 73 ella tenía 14 y él 24.
A ritmo montevideano el le dió un mate y le dijo: así que ahora tenemos 30 y 40.
En aquella época -le recriminó ella- eras amigo y compañero de mis dos primos mayores, y yo sólo existía para vos (y para ellos) cuando había que limpiar el mimeógrafo.
Ella estaba enamorada de él y se le ocurrió para seducirlo hacerse la intelectual de izquierda. La nac and pop -dijo él-
Fue por eso que se sentó en la vereda a esperarlo con un libraco de siete millones de páginas. De los que estaban escondidos por zurdos eligió el más gordo, el hallazgo le garantizaba el éxito. El libraco se llamaba “La Madre” y lo había escrito Máximo Gorki, que también era zurdo.
Con una sonrisa él le recordó que llegó con los primos de ella, le acarició el flequillo y le dijo: Qué leés ?
Ella lo interrumpió y muerta de risa le dijo que qué al pedo había ensayado la respuesta, porque sus primos la desenmascararon sacándole de adentro del libraco una edición rotosa de “Las Locas Aventuras de Isidorito Cañones”.
A la vez que lo recordaba ella hizo la actuación: en la vereda misma les revoleó el libraco a sus primos y llorando con su Isidorito abajo del brazo entró a su casa.
Todavía sonriente le contó que a los pocos días se enteró -uniendo conversaciones de tíos y padres- que él estaba preso en El Cilindro.
Cebándole otro mate, se aclaró la garganta y le contó que él estaba bien, que estaba trabajando en la carpintería, que había optado por este oficio estando preso, porque tenía la certeza de que a la salida sus amigos le darían trabajo.
Ya más serio le dijo que sabía que el padre de ella había decidido cruzar el charco a principios del 74. No por nada, ya sé, sólo por portación de apellido, claro.
Qué visionario tu viejo, no ? ,dijo haciéndose el cómico: Salió de Guatemala y se metió en Guatepeor, viste, agregó imitando a los porteños.
Ella con un gesto le reclamó otro mate y le dijo que a sus quince años cuando estaba por empezar a conocer a Perón, justo ahí Perón se muere. Obviamente lo que vino después fue literatura.
El no le preguntó cuántas veces más ella se había enamorado, ni si siempre había sido tan poco correspondida. Por suerte tampoco le preguntó si había leído por fin “La Madre” de Máximo Gorki. Con qué cara le decía ella que lo había intentado, es más, en su primera visita a la Feria del Libro lo había comprado; un poco como homenaje o deuda hacia él, pero (a pesar de la adultez actual) lo seguía considerando un libraco.
Acomodándole el flequillo, él le asegura que en El Cilindro -ya casi al final- no sabe por qué, pero se acordó con una sonrisa de la anécdota de la vereda y la compartió con sus compañeros sin olvidar detalles.
Ella se sintió feliz de haberle proporcionado con su papelón, un instante grato en ese lugar. Por supuesto no le preguntó cómo era eso de que a uno le afanen 13 años y menos que menos si era o había sido tupamaro o no.
Ella vio la hora y se despidió rápidamente de sus primos. El quiso alcanzarla hasta el Buquebus. Viajaron hacia el puerto casi sin hablar. A ella Montevideo la deprimía y se lo dijo. A él Montevideo le apasionaba y también se lo dijo. Ya en el Puerto ella le anotó su teléfono en Buenos Aires, por si él se animaba. El le dijo que por ahora quería disfrutar de este Montevideo chato y choto (como decía ella) pero que en una de esa, quién sabe, se daba una vuelta más adelante.
Al despedirse con un fuerte abrazo (a pesar del termo) festejaron juntos la ocurrencia de Mario Benedetti de decir que los montevideanos son termoparlantes.

Desde la escalera ella le sopló un beso a dos manos y con ruido. El para saludarla levantó su brazo izquierdo ya que el derecho estaba destinado al termo y el mate. Asemejándose a un afiche del Frente Amplio, primero cerró el puño, después agitó el brazo con la mano abierta y por último le sopló un beso, siempre con la mano izquierda.

Texto agregado el 12-02-2004, y leído por 225 visitantes. (0 votos)


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