- No... ¡BASTA!... ¡NO PUEDO!
Te aparté de mí, con brusquedad, pero sin la intensión de hacerte daño. Chocaste contra la pared y me miraste con perplejidad. Me cerré la herida apretándola con fuerza... y me limpié la boca con el dorso de la mano.
- ¿Qué pasa? ¿Acaso no quieres estar conmigo?
Me quedé de pie, como si estuviera congelado, mientras que tus ojos comenzaban a llorar. Mi garganta, hecha un nudo no emitía palabra. No soportaba verte sufrir. Me arrodillé a tu lado, te besé la frente y te abracé. Arrullándote entre mis brazos y te susurré:
- Las arenas del tiempo han dejado de caer en mi reloj, mis ojos de cielo. Sin embargo tu reloj no ha marcado ni la mitad del día. Naciste cuando el primer grano tocó el fondo, al pequeño montón de arena avanzaste al mundo con bravura, poco antes de que el último grano marcara la mitad del día, tu hijo tendrás, y cuando el reloj se dé vuelta verás que el tiempo avanza con ridícula rapidez... y en un desliz del tiempo, tu hijo amado te dará un nieto y sabrás entonces que te quedará poco tiempo... y cuando el último grano de arena caiga, tus ojos se cerrarán para siempre. Yo, dulzura no te quiero quitar la vida que recién has comenzado con magnífico éxito. Quiero la vida para ti. No quiero llevar a mis ojos de cielo a una muerte sin sentido.
- ¿Acaso crees que el amor que por ti siento es vano?- me dijiste, derramando una lágrima.- quiero estar contigo, quiero ser lo que eres, sentir lo que sientes... amar lo que amas con tanto deseo y pasión.
Sujeté tu mano y la besé. Miré tus ojos, mis pedazos de cielo diurno. Suspiré y te abracé. Sentí el aroma de tu cabello y de tu perlada piel.
- Lo que amo con deseo y pasión eres y serás tú. Lo que siento es tu alma que me enloquece, y soy nada si mi amor por ti muere.
- Pero no seré hermosa, envejeceré...- dijiste, separándome de ti, mirando el suelo.
Te sonreí y alcé tu mentón.
- Mi niña... - dije.- Percibí tu luz antes que tu alma poseyera vuestro cuerpo en el vientre materno. Te amé desde entonces... te amé antes de conocerte e hice un espacio en mi corazón sólo para acoger el amor que ahora vive y siento por ti... y que jamás dejaré de sentir. Mi amor irá más allá de la vejez... El otoño sólo puede quitarte la lozanía a la carne, pero sólo la maldad es capaz de quitarle la lozanía al alma, mas tu corazón no conoce ni quiere conocer la maldad, eres inmune a ella.
Llovió en mis pequeños cielos que a tu rostro pertenecía. Te abracé.
- Soy un monstruo condenado por el insomnio. Mis ojos nunca conocerán el sueño de la muerte, que por edad la he ganado por derecho más de ocho veces... condenado también a vagar perseguido, temido y odiado, bebiendo la sangre de mis enemigos y haciéndome más de ellos para mantenerme con vida. No quiero eso para ti. No quiero que conozcas el odio que yo siento, ni la maldad, ni el desquicio de sentir la sangre caliente en las manos, ni el dolor, ni la culpa...
De mis ojos surgió una lágrima ensangrentada.
- Alexander...- susurraste, acariciando mi mal afeitada barba.
Te besé la frente y los labios.
- Te amo, y por eso mismo no debo compartir mi existencia contigo; atraigo la desgracia y el dolor. Comprende eso... Sólo quiero lo mejor para ti, quiero que tus hijos habiten la tierra y tus nietos jueguen a tu lado. Quiero un hombre que te ame más que yo, que te acompañe, cuide y proteja y pueda ofrecerte una familia... no como yo, que soy un ser estéril y muerto... Por eso no te puedo convertir en lo que soy. Tú naciste para ser feliz.
El vampiro se quedó mirando a su amor imposible, una mujer. Una simple mortal. Una mortal que le arrebató el corazón... y se quedaron juntos, hasta el amanecer. El eterno joven salió y desapareció y ella jamás lo volvió ver. Ella siguió su vida, encontró a un amor y con él formó una familia. Los ochenta y siete años habían tocado la puerta de aquella quien fue una hermosa joven, postrada en una cama, enferma, sintió una fría mano encima de la suya. Alzó sus ojos y vio un hombre, de más o menos treinta años, de pálida tez y de cabello obscuro. Aquel triste hombre le sonrió.
- Alexander.- dijo ella, quien rápidamente reconoció su aroma, como si lo hubiera sentido en la mañana.
- Aquí estoy, Isabel... nunca te dejé.
- Soy una anciana, Alexander... estoy cansada...
Él besó los labios de la anciana Isabel.
- Descanza en paz, Isabel... mis ojos de cielo...
La anciana entrelazó sus dedos entre los de su eterno amor... y el pulso de la mujer se desvaneció, tal como las arenas de su reloj. Las pupilas de sus ojos se dilataron totalmente y sus ojos no se cerraron completamente. El deudo cerró los ojos y cruzó los brazos de su amada sobre su pecho, abrazó su cuerpo sin vida y le besó la cabeza... el amante y fiel inmortal lloraba sangre la partida de la única persona que realmente quiso en su eterna vida.
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