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El momento pasó. Ya no hay lugar a decepciones ni a tormentos. Ya fue.
Y se fueron las expectativas, los posibles desenlaces en la pequeña y tradicional ceremonia.
Se fueron las palabras, las caricias, el desolador silencio y la música que lo acompañaba.
En la habitación, pequeña, blanca y algo tormentosa, revuelta de noches de insomnio y de trajín, no queda nada. Ni tu sueño quejoso, ni tu sombra.
No queda más que el reloj de roble antiguo campaneando las siete, ayudando a desperezar la mente.
La historia pasó, se escabulló entre nuestras manos como hijos paridos y amados, que vuelan.
Como soles que atraviesan ventanas para alumbrar otros cuartos. Como aire que se escapa al abrir la puerta de atrás.
Camino lentamente. Para qué apurarme. Levanto la sábana aún caliente y la sacudo, echando a tierra con el polvo, las desgracias y los sueños, los proyectos de paseos y de obras; las memorias de años y años de compañía, de mutuas hipocresías y de gloria.
Se cae en un desliz el amor que te tuve, lo veo en el piso de pinotea raída y lo vuelvo a alzar, aún no puedo tirarlo.
Lo demás va al suelo. La paz de ciertos atardeceres, la noche en que fui tuya, el ruido del fiat uno en los carriles europeos, los soles de Cavalliére , y el suspiro interminable en los Champs Elysées , el primer parto en el frío sanatorio, y el calor de tu mirada ante la beba, los meses de espera y la pasión de tu beso en el segundo.
El olor a malboro que perdimos y que nos hizo llegar hasta acá. Todo cayó.
La cama está hecha. Me siento en ella para recordar. Las discusiones sobre la pared llena de salitre por años, el sueño del vestidor que quedo siempre inconcluso, mis cremas y perfumes, que siguen allí, la ventana de pino antiguo pequeña y fuera de época, desde donde la galería y el ficus parecen pintados, y el perenne cuadro del cuarto de Van Gogh en la cabecera.
Un rosario viejo ya, que siempre colgó de la punta derecha y el olivo de la comunión de la nena que apenas conserva una hoja seca.
La humedad hace que mis huesos crujan, ya sin forma ni bellos ecos de la piel que tanto amaste, y que ya no brilla, sino que se quiebra en pliegues que evocan la vida.
Te fuiste y estoy. ¿Cómo es posible?
Sola, pensando si valió la pena, si tanto desvelo tuvo algún sentido. Entonces me estiro y abrazo la almohada que tiene tu olor, ese que critiqué todos estos años y hoy me abraza sutil y masculino.
Lo abrazo y me pierdo, me pierdo con vos.
No se dónde estamos pero es tu mano la que tomo y sonreímos a dúo sabiendo que lo logramos. Algo me sobresalta.
Abro los ojos, y te escucho:
-Amor, vamos, despertate, hoy almorzamos en la casa de nuestro hijo, es el cumple de Laurita.
Te veo, ya sin el pelo con el que jugábamos y sin bigotes, se te cayeron, con el suéter Lacoste azul, la camisa blanca, aún en jean, con zapatos kickers que ya no se usan y tus noventa años encima, y te reconozco.
Suspiro como en Francia y sé que mi sueño de setenta y ocho ya cansados, es un adelanto de dios, o una promesa.
No importa. Tomo tu mano y sigo. Tenemos un día más.

Texto agregado el 14-01-2007, y leído por 240 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-11-2007 Increíble. Tienes un don y lo mejor; que lo sabes usar muy bien. anyrandu
07-03-2007 Excelente! me gustò como escribiste este cuento detallando en forma sencilla los momentos màs importantes de la pareja y ese amor que los uniò nos lo diste a conocer con esos hechos, el estilo impecable. doctora
04-03-2007 Posees una excelente narraciòn, perfectamente sincronizada.....5 cuenterodeilusiones
04-03-2007 Es la clase de cuentos que me gusta leer... que me dejan pensando cuenterodeilusiones
01-03-2007 Bellísimo cuento. Definitivamente un día más para vivir el amor. De verdad tiene mucha ternura. 5* _______ Tico
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