EL MAITRE JUSTICIERO
Raquel Rehermann/ 14 agosto de 2003.
Esteban Sánchez mateó como todas las tardes con su esposa. Acompañados por una cremona y como hace una vida el silencio... Con un beso tibio se despidió y salió rumbo a su trabajo. Tren hasta Constitución. En Constitución el ciento sesenta y ocho hasta Palermo. Ahora Palermo Soho.
Sobre la calle Cabrera está su trabajo, un restaurante que hoy es cuatro tenedores con más de cuarenta años de trayectoria.
Esteban Sánchez empezó como lavacopas hace treinta y ocho, a los pocos años lo pasaron al salón como mozo, previa colocación de piezas dentales, y desde hace cinco años –limpieza de sarro mediante- fue nombrado maitre.
Llegó como siempre, minutos antes de las siete de la tarde. Cepilló su traje, su chaleco y sus zapatos. Se cambió. Retocó su peinado, su moño y revisó sus uñas. ¡ Estaba impecable ! Esteban Sánchez, así vestido, se sentía aún más seguro para controlar el salón. Se paraba a un metro de cada mesa y sin mover la cabeza, pero sí los ojos se quedaba unos minutos. Pocas veces tenía que acomodar un tenedor o una copa. ¡Sin dudas los muchachos hacían un muy buen trabajo!.
Sólo una mesa le llamó la atención. Era la más grande de las redondas. Cómodos cabían doce comensales. Incómodos dieciséis. Tenía el cartel de reservada. Contó diecisiete sitios.
Lo llamó al gerente que ese día estaba demorado.
- Señor Larreta, veo que la grande redonda tiene diecisiete sitios. Usted sabe... es para doce, no podemos garantizar comodidad...
- ¡Sánchez, no se preocupe! Esta reserva se hizo hoy vía mail. Se trata de agasajar a unos auditores de un banco inglés. Están tan entusiasmados con Buenos Aires y sus precios que no notarán esta mínima incomodidad. Sé lo que le digo Sánchez.... ¡Despreocúpese! Lo veo en un rato.
- Como usted diga señor -dijo Sánchez y cortó-.
No estaba de acuerdo con la postura del gerente, pero...
A las ocho y media en punto llegaron. Esteban Sánchez le dio la bienvenida a uno y sintió que los abarcaba a los diecisiete. Eran idénticos. Estaban vestidos iguales, debe ser el uniforme del banco –pensó-. Estrechó diecisiete manos rosadas... blandas... asquerosas... odiosas...
Con su inglés básico pero perfecto para la situación, los guió hasta la mesa. Contestó todas las preguntas:
¿Ropa de cuero?
Peatonal Florida después de Avenida Córdoba.
¿Antigüedades?
En el Barrio de San Telmo, especialmente los domingos.
¿Sadomasoquismo?
Ingresen en tal página web.
Dos mozos repartían los menúes a los ingleses mientras Esteban Sánchez seguía respondiendo con cortesía de maitre.
¿Vino?
Malbec, como sabrán ustedes, el nuestro es el mejor del mundo.
¿Comida?
Sin dudas aquí.
¿Travestis?
En la calle Godoy Cruz.
¡Tan iguales ellos!. ¡Tan idénticos hasta para comer!.
El cocinero avisó que los diecisiete platos estaban listos para que Esteban Sánchez supervisara.
Los ayudantes de cocina y el mismísimo cocinero enmudecieron al ver a Esteban Sánchez retocar una ramita de perejil en el tercer plato, escupir cada uno de ellos. Luego, con los ojos llenos de lágrimas y sin palabras aplaudieron.
El maitre miró hacia arriba. Se persignó, escupió por segunda vez el último plato para sumar dieciocho y mirando a la población de la cocina dijo:
- Estebita había cumplido los dieciocho años una semana antes de que lo convocaran a la guerra.
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