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Al despertar como siempre a mi lado, una voz incesante no se cansaba de alzar su grito, que entre fiebres y frío, se habría paso con impregnadas convulsiones de dolor maloliente y repugnante, y que jamás podría perdonar al descanso y el sueño, sin dejarlo pasar hasta su diminuta cabeza, que se mantiene llena de lagrimas, sudor y moco.
Aquel diminuto cuerpo deforme, horroroso, se mantenía flotando en un espacio de vacío, sin significado, sin ningún oriente visible, preguntándose por qué la existencia; preguntándose en su inocencia, para qué, sin saber nada de lo que es el mundo, y aún así pisando en él; sólo estaba ahí, y conocía el dolor.
Realmente nadie sabe por qué ni como llegó aquí, y al parecer tampoco para qué; sólo era otra alma desgraciada, sin ningún futuro, que pueda existir dentro de una realidad, que por más cruel que pudiera llegar a ser ésta, pueda regalarle algo.
Desperté cuando nuevamente sus llantos penetraron mis oídos, y eliminaron la caída de un pedacito de cielo, que viene cada noche, y trata de quedarse a flotar y dejarse derribar en mis parpados sucios. En realidad su llanto nunca me deja dormir, siempre perturba e invade mi muy pequeño y miserable espacio físico, en donde los sueños tratan de surgir del pesado océano de una mente infantil, trayendo descanso mezclado con esperanza y creando una visión hacia el futuro; no me permite más que perder levemente la conciencia, para transformarse de un ruido siempre molesto y real, en una persecución interminable, desesperante, dentro de un espacio angustiante e irreal que algunos llaman pesadillas; para mi significan las alucinaciones de mi quedo cerebro que se despega de mi cuerpo terrenal, en una delirasión absorbente y de dolorosa encarnación, en donde el sufrimiento no para en un sólo instante, y estando en ésta condición de irrealidad, deseo que termine, ya que aquí, no tengo idea de cómo, la desesperación aumenta, y los sonidos me queman la cabeza, y mis pies no pisan suelo, y tratan de correr y correr, y no avanzan, y la oscuridad me rodea, y no puedo ver nada, y la oscuridad me rodea, y me persigue, y no sé por qué, no sé qué es lo que quiere, y pudiendo atraparme no lo hace, y me deja caer y caer, y no me atrapa, y me sigue, y me deja caer, y yo le grito, ¿por qué?¿por qué?, y no me escucha, y desaparezco, y aparezco nuevamente en el mismo lugar de antes que todo suceda, y vuelve el mismo sonido envolvente y castigador; ese grito de dolor, que me persigue.

Texto agregado el 13-01-2007, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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