Numismática
Jorge Cortés Herce
La primera vez que la vio, fue poco antes del primero de los asesinatos de las monedas.
Cidya era un híbrido perfecto entre hermosura, sensualidad e inteligencia, un boccato di cardinale que hacía a Mick sentirse como un perro flaco.
Durante semanas, la cortejó sin éxito, pero una tarde de la que no esperaba nada, tomó el teléfono y al descolgarlo para marcar, escuchó su voz, invitándolo a salir. Sin pensarlo, pasó por ella, con el corazón retumbando, incontrolable. Cydia salió espectacular, con una minúscula falda negra y un pequeño back pack por bolso. Lo guió hasta un mirador a las afueras de la ciudad y sin mediar explicaciones, acortó la falda y montó a horcajadas sobre Mick. Acercó su boca tan sólo para rozar la de él, cuidando de no ser sorprendida por un beso arrebatado que quebrara aquella magia. Su muslo acariciaba la palanca de velocidades murmurando una súplica de deseo, Mick no sabía que hacer, avasallado por aquella beldad que lo asustaba y con quien el control que ejercía regularmente, no existía ni por asomo. Cuando intentaba pasar a la ofensiva, ella lo controlaba quitado con firmeza sus manos de donde él las ponía, le susurraba frases que hacían todo más confuso, pero que iban quedando grabadas en su mente como con ácido, mientras practicaba un suave vaivén con las caderas, que lo estaba llevando al paroxismo. Aquel juego perverso crecía en intensidad, y Mick dócilmente lo aceptaba.
-No temas, sabes que tienes el control.- Decía Cydia, mientras recorría una parte del cuello con su suave lengua, pero sin dejarlo tomar la iniciativa.
-Sí, perdón-dijo Mick tímido.
-No perdones ni pidas perdón, si éste se ve forzado en lo más mínimo, se convierte en un prejuicio.
Mick la miró casi con espanto, preguntaba con los ojos de qué se trataba esa locura. Ella, como si le hubiera escuchado prosiguió:
-Lo que llaman locura, es simplemente un estado sublime, transitorio, de sufrimiento, a través del progresivo entendimiento de las cosas. Tú debes ser. Sin pasados ni obligaciones. Debes sentirte agua dentro del agua. Muerde y haz, no falles. Lucha en la victoria, presiona, ciégate, calma la elucubración, camuflajea tus dudas.
En ese instante, ella se inclinó hacia el asiento trasero, para sacar algo de su mochila, pero Mick no pudo más. La terrible excitación que lo tenía explotando, se esfumó en un instante en medio de aquel palabrerío que no alcanzaba a comprender. Sin brusquedad, pero con firmeza, la regresó a su asiento, y tomó camino de regreso sin decir media palabra. De reojo la miraba, y ella lejos de parecer perturbada parecía complacida y hasta feliz.
II
La primera impresión en la escena, sugería un crimen pasional. El cuerpo desnudo del joven ,yacía boca abajo, mostrando dos marcas de mordida en el cuello, y el exceso de sangre producto de las ocho puñaladas, indicaba ensañamiento y una enorme furia. Pero observando detenidamente, las ocho simétricas heridas verticales en la espalda, tres arriba, dos en medio y tres abajo, prácticamente equidistantes, más parecían producto de algún aparato con ocho cuchillas, que producidas por el hundimiento frenético de la hoja del puñal que, sin embargo, permanecía al lado del cadáver. Las fotografías de rigor, mostraban también una botella de champagne con medio contenido y dos copas sobre una mesa. Para un ojo experimentado, bien podría todo eso parecer un montaje.
Fue hasta que se realizó la necropsia, que se descubrió en el orificio anal del cuerpo una moneda japonesa idéntica a la que habían encontrado dos semanas antes en el ano del cadáver baleado que había sido encontrado cerca de las vías del tren y que se había relacionado con el narcotráfico. Por el tipo de crímenes, parecía no haber relación entre ellos, excepto por la moneda.
En los exámenes periciales, quedó determinado que efectivamente el cuchillo dejado en la escena del crimen había sido el causante de las heridas, y aunque éste no tenía ninguna huella -por lo que se infirió el uso de guantes, y así la premeditación del homicidio- las copas sí las tenían, esto aunado a las marcas de las mordidas , dejaba una buena posibilidad para identificar al asesino.
III
Mick recibió un tercer cadáver en el servicio de odontología forense, éste último víctima de estrangulamiento, y solamente asociado a los otros dos, por ser del sexo masculino, de una edad aparente similar a los anteriores, padre de familia, y sobre todo, con una moneda japonesa en el ano.
Mientras mecánicamente tomaba las impresiones y las fotografías de la boca del cadáver, recordaba con fascinación las últimas veces que había estado con Cydia, y que habían borrado por completo aquella primera y extraña cita. En un principio, catalogó aquel onírico encuentro, como una “casualidad desquiciada”, pero conforme pasaban los días creyó comenzar a entender esos arrebatos filosóficos de aquella chica y decidió entrar al juego.
El siguiente encuentro con Cydia, no había sido tan intenso como el anterior, pues en el bar donde se vieron, también estaban cuatro de sus amigas: Meli, Talía, Eu y Clío. Con Meli y con Talía había tenido una escaramuza amorosa pasajera cuando era él quien sentía que controlaba la situación.
Después de tres vodkas, la conversación alcanzaba un nivel muy particular. En la mesa parecía reinar un clima de erudición y los temas iban y venían. Eu comenzó hablando de lo soso que le parecía la música actual, pero pronto cambió el tema. Clío, sostenía que el bíblico Caín fue un artista poco reconocido por su obra. Meli, después, hablaba sobre la finalidad que Aristóteles le daba a la tragedia , purificar el corazón mediante la compasión y el temor del espectador. Cydia, mirando fijamente a Mick comentaba:
-De Quincey tenía razón, también el asesinato está destinado a causar alivio, ¿o no sientes compasión por el dolor ajeno y temor por sufrirlo cuando analizas los hechos ante tal magnitud de tragedia? Mick escuchaba y archivaba cada palabra que oía.
La gente en el bar miró con sorna al solitario bebedor levantarse de pronto de su mesa y entusiasmado declarar:
-¡Ah, Las musas, capaces de mediar entre lo divino y nuestra estrechez, para darnos el conocimiento de lo eterno!
La siguiente vez que se vieron fue definitiva. Cydia llegó a su departamento sin avisar, con una pizza, una botella de vino, y una actitud desconcertante. La seducción fue mansa, fue suya dócilmente y no habló una palabra. Mick creyó sentirse nuevamente al mando, y eso le produjo una creciente excitación. Hicieron el amor por horas, y la energía parecía no agotarse. Pero el control no duraría más allá de aquella noche.
IV
Su primera vez fue casualidad. Regresaba de una caminata por el bosque cuando vio a un señor con una venda en la mano, tratando de cambiar una llanta de su auto. Se detuvo a ayudarle, y mientras aflojaba y apretaba las tuercas, se enteró que aquel hombre regresaba de un largo viaje, y que ya ansiaba ver a su familia. En el extranjero se había fracturado dos dedos de la mano derecha.
Al terminar no sintió ninguna rabia, de pronto sólo tuvo el impulso y después de retirar el gato de debajo del coche, lo levantó y con él comenzó a asestar metálicos golpes contra la cara de pánico de aquel hombre que solamente intentó detener el primero con la mano vendada. Sabía que algo le faltaba, después de ver el cuerpo inerte y desfigurado a sus pies, hizo una rápida inspección del auto , sacó de él un frasco lleno de monedas de varias partes del mundo y se lo llevó.
La sensación no fue la esperada. ¿Qué de arte podía tener ese acto que surgió de un encuentro fortuito? El arte no se improvisa. En adelante planearía cuidadosamente sus ataques.
V
Cydia volvió a la ofensiva, y en su siguiente visita al departamento de Mick. Lo desnudó, y lo ató de pies y manos, sin que éste opusiera ninguna resistencia. Ella también se desnudó, y retomó aquel juego que había dejado a medias en el mirador.
Mientras lascivamente lo acariciaba, lo incitaba a hablar de aquello por lo que ella se había acercado a él.
- Se debe dejar la crítica, se debe ser el artista, se debe decidir por el destino de los demás mediante una trasgresión suprema. Sentirse un Dios, y sobrepasar al azar y las contingencias, creando arquetipos.
Esta vez Mick paseó por la lujuria y las extrañas frases, sin perderse de nada. Solamente su boca y su lengua podían responder cuando una parte del etéreo cuerpo de Cydia era acercada a su cara. Cuando era la boca de ella la que se acercaba a su cuerpo , Mick recitaba como en un credo otras tantas frases que completaban los planteamientos de Cydia.
- Cuando fumamos Hashish, el viejo Hassan de la montaña, me dijo algo inolvidable: “ve y hazlo, yo quiero que entres al paraíso”. Rimbaud también me lo dijo en su “ Mañana de embriaguez”. Sé que es nuestro tiempo-decía vehemente entre jadeos.
-Cuando el arte ejecuta los actos que se exigen para hacerlo real, es mecánico, pero cuando tiene como intención inmediata el sentimiento del placer, es arte estético. El arte es un fin en sí mismo, si asesinas porque sí y no como medio de obtener dinero o venganza , se convierte en un arte. Estás en el camino, sigue confundiéndolos.
Mick abrió los ojos. Sus ligaduras y la chica habían desaparecido. Habría que volver a esperar a que la musa del crimen regresara del Olimpo. Desnudo y aún con semen escurriendo en la entrepierna, fue al baño para asearse y comenzó a hablar frente al espejo.
-Un día vamos a hacer una fiestecita y vendrá Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, o de plano las diez. No creo que Cydia se oponga a que juguemos con las otras musas.
Prometió a su reflejo continuar creando arte. Siendo el odontólogo del servicio forense, tenía las herramientas suficientes para lograrlo al menos por algún tiempo. Se bañó y vistió, abrió una gaveta y escogió la sobredentadura que usaría en esa ocasión, seleccionó una con dientes apiñados y ausencia de dos premolares, tomó unos guantes de látex, una bolsa de nylon con dos copas y algunos pelos púbicos, sacó una moneda de un frasco y salió a crear.
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